Playa Grande, zona de guerra entre movida joven y vecinos
Tras varios hechos de violencia, un operativo sorpresa intentó evitar que los chicos ingresaran al balneario con alcohol, pero la fiesta y el descontrol no se detuvieron.
“Vamos a tomar al pastito”, dice una joven, apenas salida de la adolescencia, heladerita en mano, caminando por la rampa de Playa Grande pero en el sentido contrario: la juventud que se da cita en el Parador Movistar se encontró con un sorpresivo operativo que no los deja ingresar al balneario con alcohol. Pero los chicos le encuentran la vuelta.
Algunos toman sobre la Costanera, a metros del operativo. Sacan sus parlantes y escuchan música mientras hacen sociales, sin importarles demasiado la presencia policial que se acerca a algunos de ellos con resignación en el rostro para explicarles que tampoco se puede tomar en la vía pública. Otros encuentran la forma de ingresar al parador: los que llegaron temprano eludieron el control, y “el que sabe, va por adentro”, se ríe Mariela, marplatense.
Los jóvenes comienzan a aterrizar en Playa Grande desde las primeras horas de la tarde, pero siguen llegando en hordas hasta las 17, recién levantados de una noche agitada. Así ocurre con Matías, separado de sus amigos porque él lleva la heladerita, cuando se encuentra con el operativo.
Sigue la fiesta
La policía no puede con todos. Y aunque algunos oficiales intentan disuadir a los que toman sobre la rampa, a metros de todo, otros argumentan que más allá de la ordenanza 15743 del municipio, que prohíbe tomar en la vía pública, nada se puede hacer con los mayores de edad que llevan alcohol.
Pero al menos en las entradas el operativo es exitoso y envía a cientos de chicos a casa con sus provisiones: es el regreso de los operativos en la zona, cuenta una vecina, tras tres años de inacción donde se dijo a las familias que simplemente evitaran el lugar. Los vecinos aplauden el regreso de las requisas. Aunque adentro del balneario, casi una burla a la autoridad, los jóvenes bailan reguetón a todo volumen mientras las botellas recortadas con mezcladitos pasan de mano en mano, sin ocultarse incluso cuando los oficiales descienden al lugar de los hechos.
Bomba de tiempo
El control intenta vigilar por lo menos las entradas a Playa Grande, porque “Mar del Plata entera es imposible de controlar”, explica un agente, y, en definitiva, todo el mundo sabe que ese balneario de la telefónica de unos cien metros de ancho es el punto de encuentro de miles de chicos.
Un hormiguero de hormonas, caos y heladeritas con provisiones para toda una tarde, y una movida que continúa hasta la noche, ya que allí mismo es el “after beach”, primero, y a la madrugada, el baile: en Playa Grande se encuentran los boliches más importantes de la movida de La Feliz tras el cierre de los locales de Alem. Allí, hace una semana hubo una batalla entre jóvenes, y hace dos días un patovica golpeó brutalmente a un sanjuanino. “Es una bomba de tiempo. Anarquía total, los chicos toman desde la tarde hasta la madrugada”, lanza un vecino.
Las quejas se multiplican: a los hechos de violencia se suman los vecinos y las familias que visitan los paradores tradicionales de Playa Grande, que se quejan de cómo el alcohol, la juventud y los raros peinados nuevos han tomado por completo sus balnearios.
Más descontrol
“Están haciendo pis en la escollera”, denuncia una madre a un bañero, sin demasiado éxito. “Este año el desborde es total”, dice Rodrigo, un marplatense que alquila una carpa a metros del lugar. Si no fuera porque los chicos la pasan bien, se hablaría de condiciones de hacinamiento: no se puede caminar, los cuerpos cubren cada centímetro de arena, el ruido es insoportable.
“Venimos porque hay movida, pero no se puede estar acostado, no se puede estar sentado. Es un quilombo, ni charlar podemos”, se ríe Franco en la zona de guerra. Cuando los jóvenes se van, vuelven a sus departamentos a ducharse y prepararse para volver, dejan detrás un basural de colillas, vasos y botellas.
Entonces, el Estado decidió intervenir. “Es una demanda, un reclamo de los vecinos que el intendente prometió cumplir en campaña”, dice María Elisa Ferrara, subsecretaría de Inspección General, sobre el operativo coordinado con las áreas de Seguridad y Tránsito, aunque acepta que “todo tiene que ver”: los hechos de violencia fueron la gota que rebasó el vaso tras un par de años de playa tomada.
“Estamos haciendo un trabajo preventivo, concientizando a los chicos que pueden disfrutar la playa sin alcohol, y haciendo cumplir la ordenanza que prohíbe la venta y el consumo en espacios públicos”, explica Ferrara. “Se los invita a dejar las bebidas alcohólicas y volver. No estamos procediendo al secuestro”, revela, con el objetivo de que “las familias puedan disfrutar de este día como corresponde”. Los controles podrían continuar al menos hasta el domingo en ese punto neurálgico, clave en la batalla cultural entre el turismo y los locales.