Alfredo Astiz, según un informe penitenciario, padece de una enfermedad terminal y si esto es cierto, le corresponde la prisión domiciliaria.
LA COLUMNA DE LA SEMANA

El señor femenino y la confianza

La Argentina, mejor dicho los argentinos somos recurrentes hasta el cansancio. Parece que nos gustara, que nos apasionara dar vueltas sobre los mismos temas, sin encontrar una solución definitiva para cerrar la discusión sobre alguno de ellos.
Se trate de la cuestión que se trate, transcurren los años y los temas pendientes resultan los mismos. No existe un final. Todo siempre está en proceso. A veces más acelerado. Por lo general, ralentizado. 
Desde las cuestiones vinculadas a los derechos humanos hasta la inflación. Desde el  deterioro de la educación hasta las relaciones internacionales, pasando por la política social, los acuerdos de fondo nunca llegan y, entonces, se los soslaya a través de juegos de distracción que, como tales, comienzan de manera inocua pero que luego generan conflictos que nadie imaginó en la liviandad inevitable de la búsqueda de una distracción.
Vale como ejemplo la inverosímil presentación de un señor que pretende convertirse en señora sin mudar clínicamente de sexo, sino por la mera expresión fehaciente de su voluntad.
El señor en cuestión se ampara en la laxitud de una ley que establece, más o menos, algo así, como que cada integrante de la población argentina pertenece al género que declara. Por tanto, la sociedad y el registro civil deben considerarme mujer si yo así lo pido, aunque mis órganos genitales continúen tales como cuando vine al mundo, es decir varón.
Todo esto que suele provocar risas, o meneos de cabeza, o defensas encendidas de un pseudo progresismo delirante, genera consecuencias prácticas que a ninguno de los genios legislativos que nos representa se le ocurrió prevenir.
Por ejemplo, que el señor en cuestión, luego de declararse mujer, se apersonó ante el ANSES para solicitar su jubilación ordinaria a los... 60 años. Claro, ahora es mujer desde que lo manifestó.
De generalizarse el ejemplo y no existen garantías de que no ocurra, no solo no habremos alejado el peligro del desfinanciamiento del sistema previsional, sino que lo habremos reforzado. 
¿Cómo? Sencillo. Todos los varones del país que aún no se jubilaron, completarían las condiciones para jubilarse a los 60 años, con solo... declararse mujeres.
Lo coyuntural, la jubilación del señor femenino en cuestión, no solo permite, por el absurdo, alertar sobre las barbaries legislativas de los últimos tiempos, sino que posibilita -o debería posibilitar- la reflexión sobre una cuestión de fondo.
Ocurre que en épocas de declamada militancia acerca de la igualdad de sexos, dicha igualdad, tal como se la concibe, está lejos de ser tal, sino que se trata en rigor de una discriminación positiva.
Temas recientes, tales como las "obligatorias" candidaturas repartidas en las listas para seleccionar representantes a los órganos legislativos, o antiguos, como la menor edad jubilatoria requerida en el caso de las mujeres reflejan distancias sustanciales frente a la anhelada igualdad.
Es que la igualdad es solo una: la igualdad ante la ley. El resto puede ser útil, bienvenido o criticado, pero no igualdad.

Contradicciones
La semana transcurrió con debates sobre casos extremos que indican, por un lado, la confusión en la que vivimos inmersos y, por el otro, la arbitrariedad con que interpretamos los hechos que ocurren.
Esos casos extremos poseen nombre y apellido: Cristóbal López y Alfredo Astiz.
Cristóbal López compró empresas y edificó un conglomerado económico sobre la base de no ingresar al Estado los impuestos que, como agente de retención, debía ingresar casi al momento de su percepción.
Lo hizo -o mejor dicho, no lo hizo- durante varios años, con la complicidad del titular, por aquel entonces, de la AFIP, Ricardo Echegaray, y cuando menos, con la omisión de la ex presidente Cristina Kirchner, dado el tenor las cifras sobre las que hablamos, actualizadas a doce mil millones de pesos.
No se trata de un no pago de impuestos, sino de una apropiación del pago que otros hicieron. No era Cristóbal López quién dejó de pagar sus impuestos, sino que se adueñó de los que pagábamos cada uno de nosotros cuando cargábamos combustible en sus estaciones de servicio que responden a la marca Oil.
Así de sencillo y así de delincuencial. Pues bien, dos jueces de segunda instancia en lo federal, Sala I, liberaron a Cristóbal López de su prisión preventiva tras cambiar la carátula de la causa por la de una "simple" evasión impositiva.
Convirtieron a López de delincuente en deudor, a Echegaray de corrupto en honesto y a Cristina Kirchner en inocente de toda inocencia. Así, de la noche a la mañana.
Ahora, claro, todo está bajo investigación. Desde el mecanismo sumamente irregular que se utilizó para designar al tercer juez del tribunal ante la disidencia de los dos titulares y la vacancia del restante integrante, hasta el patrimonio del propio Ballestero.
En buen criollo, más y más "empioje de una "cancha sumamente embarrada", algo que siempre sirve para "inocentar" delincuentes.
Desde la oposición, desde el kirchnerismo, silencio de radio. Es que Cristóbal López es considerado como un empresario K y, entonces, poco importa la ley, los códigos o la Constitución. Al amigo, no ya justicia, sino directamente inocencia garantizada.
Por el otro lado, el caso Astiz. Según un informe penitenciario, padece de una enfermedad terminal. Si esto es cierto, repito si esto es cierto, le corresponde la prisión domiciliaria. Haya hecho lo que haya hecho. Sea o no, el peor criminal de la historia argentina.
Pero, en este caso, a diferencia del de López, se trata de aquello de "al enemigo, ni justicia". Es decir, no de justicia, sino de venganza.
Puede que alguien imagine que los delitos de Astiz y los de López no son comparables. Tiene razón, aunque en los países civilizados evadir impuestos es un delito grave y ni que hablar apropiarse de ellos. 
Pero lo que se discute no es el tenor de los delitos, sino de la simple y objetiva aplicación de la ley. 
Algo que los argentinos pocas veces consideramos.

La economía
Todos los datos económicos, aun el de la inflación resultan positivos a poco que se los mire en la distancia. A "grosso modo", el país lleva siete trimestres consecutivos de crecimiento -moderado pero crecimiento al fin-; reduce -lentamente- la desocupación y disminuye -gradualmente- la inflación, si se la visualiza anualmente.
No obstante, la confianza no renace. Al menos, no renace de manera suficiente.
La discusión sobre las razones puede ser técnica, política, sociológica o hasta psicológica. Probablemente, la suma de factores de todos los orígenes señalados.
Desde la técnica económica, si bien es cierto que el gradualismo evita males, no sólo sociales, que trae aparejados una política de shock, lo es tan cierto como que no produce los resultados esperados en un tiempo inmediato. 
Además, al conformarse a un proceso prolongado, corre serios riesgos de complicaciones por condiciones exógenas que pueden producirse en otros lugares del planeta.
A estas condiciones técnicas digamos universales, debe agregarse cuestiones políticas internas propias de la Argentina. Una cultura populista arraigada por decenios, cuyo representante más acabado suele ser el peronismo, pero de ninguna manera el único, lleva a la sociedad a reclamar y a esperar todo del Estado.
Con excepción parcial de las producciones tradicionales del sector agropecuario, el resto de la sociedad, en distintas medidas, depende de las decisiones del gobierno. Tarifas, impuestos, subsidios, salarios, jubilaciones, tipo de cambio, trámites de la más diversa naturaleza componen un cuadro que conspira contra el desarrollo de las fuerzas productivas del país.
Junto al Estado aparecen las corporaciones. Todas ellas preocupadas por conseguir regulaciones que favorezcan a su sector en detrimento de quienes producen, a partir de un innecesario incremento de costos. Desde sindicatos hasta asociaciones profesionales, el corporativismo continúa vigente en la Argentina.
Con semejantes antecedentes, solicitar y obtener confianza en la Argentina productiva o en el mundo inversor  se asemeja demasiado a la misión imposible.
¿Puede el Gobierno hacer más al respecto? Siempre puede, aun cuando deba reconocérsele una correcta intencionalidad junto a enormes dificultades para desmontar ese estado populista. 
Por el contrario, el Gobierno pone en evidencia un exceso de prudencia que mina la confianza de quienes comparten conceptos y más aún de aquellos cuyo apoyo solo se basa en el repudio de lo vivido durante la administración anterior.
Así se explica que, pese a los buenos resultados que acumula, la confianza no resulte verificable y el Presidente deba apelar a ella, casi constantemente.

El Perú
Cualquier gobierno, cualquier ciudadanía, como no podría ser de otra manera, pagan tributo a la historia de su país. En las buenas y en las malas.
Así como la confianza se demora en renacer en la Argentina, no merma en el Perú donde se acaba de producir la renuncia anticipada del presidente de la República, en gran medida debido a hechos de corrupción anterior -caso Odebrecht- pero centralmente debido a una actitud política intransigente de un sector de la oposición.
Pedro Pablo Kuczynski, el ahora ex presidente peruano, evitó hace unos meses un proceso de destitución iniciado por su ex rival Keiko Fujimori, la hija del ex presidente Alberto Fujimori, cuando "convenció" a un grupo de legisladores fujimoristas a votar contra dicha instancia a cambio de indultar al ex presidente juzgado y condenado por la justicia peruana.
Ahora, la venganza de Keiko Fujimori fue publicar videos donde se aprecia a su hermano Kenji  intentar comprar a legisladores para que voten contra la destitución de Kuczynski en aquella oportunidad. El efecto fue devastador y el presidente debió presentar la renuncia.
Una crisis política de la mayor magnitud con renuncia de primer mandatario incluida y todo. Sin embargo, la confianza no parece haber mermado en el Perú. Los indicadores de la Bolsa de Comercio de Lima, la quietud en torno a la cotización del dólar, la calma bancaria así lo demuestran.
Conclusión, en el Perú ya existe confianza. Nadie imagina el retorno a gobiernos populistas cuyo recuerdo ya se remonta a varias décadas. Aun con Keiko Fujimori dando vueltas.
Todo lo contrario de cuanto acontece en Venezuela, donde la última resolución del gobierno fue quitar nuevamente dos ceros a la moneda local envuelta en una inflación anual que ronda el 7.000 por ciento.
El chavismo basó su permanencia en dos pilares: el alto precio internacional del petróleo y una distribución más que generosa de recursos y prebendas entre los jefes y oficiales militares.
Desde que los precios del petróleo descendieron hace ya unos años, la economía venezolana entró necesariamente en crisis. Frente a ello, el gobierno prefirió continuar con un despilfarro populista antes que actuar para poner en caja la situación. Previo a ello, cuando las "vacas estaban gordas" no se preocupó por juntar un "fondo anti cíclico" que le permitiese sortear o al menos amenguar las consecuencias de la situación actual. 
Hoy, como cualquiera sabe, Venezuela padece no solo una hiperinflación, sino una escasez de todo tipo de productos y una emigración masiva de ciudadanos, con preferencia de aquellos que ostentan una mayor capacitación.
Como respuesta, el gobierno amaña burdamente elecciones para mantener una pantalla de constitucionalidad en su aferramiento al poder. Lo hace de manera descarada y hasta salvaje.
Hasta aquí pasividad absoluta de las Fuerzas Armadas. Mejor dicho, más que pasividad absoluta, acompañamiento militante. Obviamente, cualquiera que resulte disidente es inmediatamente purgado.
Pero los rumores hablan de un malestar creciente de parte de la oficialidad que ya no  parece dispuesta a acompañar un proceso cuyo fracaso resulta ostensible. El chavista ministro de Defensa debió salir dos veces, durante la semana que acaba de finalizar, a desmentir  movimientos dentro de las filas militares.
Dos caras de una misma moneda. En Perú, la crisis gubernamental no arrastra a la sociedad ni a la economía. En Venezuela, la vigencia del gobierno, por el contrario, destruye el aparato productivo y divide irremediablemente al país. En el Perú, la confianza continúa. En Venezuela, hace rato que desapareció por completo.
Si usted debiese invertir con solo dos opciones: Perú o Venezuela ¿Dónde lo haría? Respuesta obvia. ¿Y si debiese vivir en el extranjero con las mismas opciones? No hace falta contestar.