UNA OPERA QUE FALTABA DEL COLISEO ARGENTINO DE LA MUSICA CLASICA DESDE 1993
La Cenicienta se adueñó del Colón de la mano del gran Sergio Renán
Con tono humorístico, "La Cenerentola", obra de Gioachino Rossini, tomando distancia del cuento infantil de Perrault, permite el lucimiento de voces, bajo la dirección musical de Reinaldo Censabella.
Con la dirección en escena de Sergio Renán, el Teatro Colón estrenó la ópera La Cenerentola (La Cenicienta), del compositor italiano Gioachino Rossini, en una versión ágil, madura y liberada de las rigideces morales del relato pueril de Charles Perrault.
Renán, dos veces director general y artístico del Colón, volvió con La Cenerentola al oficio del regisseur tras haber presentado en la temporada 2011 La flauta mágica, una obra inscripta en el paradigma musical de Wolfgang Mozart y con un carácter bien diferente.
Esta ópera cómica, en cambio, es una versión libre de la fábula de Perrault, cruzada por otras fuentes, que Giacomo Ferretti urdió despojándola de sus efectos propios de la mocedad literaria.
En La Cenerentola no hay hadas, ni madrastras, ni zapatos, ni una carrera contra el reloj.
El libro toma distancia de esos recursos aunque el montaje en escena a veces los repone con algunos elementos ubicados por Renán que quedan a medio camino entre el lenguaje tradicional y la cita humorística.
A diferencia de otras óperas, incluso algunas de la tradición lírica italiana –donde la teatralidad asume un rol preponderante–, en La Cenerentola la orquestación elaborada por Rossini aparece siempre al servicio de los diálogos y las arias de los solistas, a veces sólo sostenidos por el jugueteo de las arpas.
Producto del apuro que signó la composición de la obra, en apenas días, en 1816, Rossini apeló a algunos atajos y recurrió a su propia usina creativa.
Para la obertura se recostó en la propia caligrafía que había trazado en La Gazzetta y para el rondó final de Angelina revistió -en una tonalidad diferente- un aria de El barbero de Sevilla.
La mezzosoprano italiana Serena Malfi, que ya se había calzado el rol protagónico de La Cenerentola, se lució en el papel que el autor había imaginado para una contralto.
Malfi y su contrafigura Don Ramiro (el tenor Kenneth Tarver) encarnaron en el dúo inicial del primer acto uno de los pasajes más intensos de una ópera donde los juegos vocales postergaron las demás herramientas musicales. El bajo italiano Carlos Lepore sobresalió en el personaje de Don Magnífico (que sustituye a la madrastra), mientras que el estadounidense Tarver, se mostró afinado aunque tal vez con un caudal algo insuficiente para las exigencias del rol.
La Cenerentola, que contó con la dirección musical de Reinaldo Censabella, subió a escena el martes por séptima vez en el Teatro Colón y quebró así una ausencia en el programa lírico que databa de 1993.
Renán, dos veces director general y artístico del Colón, volvió con La Cenerentola al oficio del regisseur tras haber presentado en la temporada 2011 La flauta mágica, una obra inscripta en el paradigma musical de Wolfgang Mozart y con un carácter bien diferente.
Esta ópera cómica, en cambio, es una versión libre de la fábula de Perrault, cruzada por otras fuentes, que Giacomo Ferretti urdió despojándola de sus efectos propios de la mocedad literaria.
En La Cenerentola no hay hadas, ni madrastras, ni zapatos, ni una carrera contra el reloj.
El libro toma distancia de esos recursos aunque el montaje en escena a veces los repone con algunos elementos ubicados por Renán que quedan a medio camino entre el lenguaje tradicional y la cita humorística.
A diferencia de otras óperas, incluso algunas de la tradición lírica italiana –donde la teatralidad asume un rol preponderante–, en La Cenerentola la orquestación elaborada por Rossini aparece siempre al servicio de los diálogos y las arias de los solistas, a veces sólo sostenidos por el jugueteo de las arpas.
Producto del apuro que signó la composición de la obra, en apenas días, en 1816, Rossini apeló a algunos atajos y recurrió a su propia usina creativa.
Para la obertura se recostó en la propia caligrafía que había trazado en La Gazzetta y para el rondó final de Angelina revistió -en una tonalidad diferente- un aria de El barbero de Sevilla.
La mezzosoprano italiana Serena Malfi, que ya se había calzado el rol protagónico de La Cenerentola, se lució en el papel que el autor había imaginado para una contralto.
Malfi y su contrafigura Don Ramiro (el tenor Kenneth Tarver) encarnaron en el dúo inicial del primer acto uno de los pasajes más intensos de una ópera donde los juegos vocales postergaron las demás herramientas musicales. El bajo italiano Carlos Lepore sobresalió en el personaje de Don Magnífico (que sustituye a la madrastra), mientras que el estadounidense Tarver, se mostró afinado aunque tal vez con un caudal algo insuficiente para las exigencias del rol.
La Cenerentola, que contó con la dirección musical de Reinaldo Censabella, subió a escena el martes por séptima vez en el Teatro Colón y quebró así una ausencia en el programa lírico que databa de 1993.