Araceli Rodríguez escribió dos libros tras recuperarse del ACV.
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Araceli Rodríguez: “El ACV me cambió la vida para bien, soy mejor persona”

Un domingo, mientras amasaba pizza en su casa de Rojas, tuvo una sensación extraña en su brazo. Lo que vino después: operación, rehabilitación, una maratón y el proceso de escritura de un libro que fue fundamental para sanar heridas.

Araceli Rodríguez es vecina de Rojas, tiene 60 años, está casada y tiene cuatro hijos varones. A sus 42, sufrió un ACV que ordenó prioridades en su vida y, tras recuperarse, se propuso correr una maratón, escribir un libro y su nombre con la mano derecha, la parte que había sido fuertemente afectada. Alcanzó las metas y, en diálogo con Democracia, aseguró que el accidente cambió su vida para bien. 

-¿Cómo fue el momento del ACV?
-Yo estaba amasando pizza, un domingo, sentí que algo se desprendió del brazo derecho, sin dolor, fue solo una sensación. Seguí amasando, no dije nada, después sentí una molestia y luego dolor. Todo esto pasó en diez minutos, me dolía el brazo y fuimos al hospital. Cuando llegamos, no me pude bajar porque mi parte derecha del cuerpo estaba totalmente inmovilizada. La médica de guardia que me atendió -que no era de Rojas- pensó que yo tenía un ataque de nervios, estuve siete horas con un derrame cerebral que nadie detectó. 

Luego mi marido llevó al médico de la familia, la doctora me había puesto una inyección que me durmió y cuando me desperté me revisó el médico. Le dijo a mi marido “hay que hacerle una tomografía”, en Rojas no había tomógrafo en ese momento y fuimos a Pergamino. Ahí se dieron cuenta de que era un derrame cerebral y habían pasado siete horas, yo ya estaba muy mal. Allí, mientras estábamos viajando en la ambulancia, mi marido llamó al pediatra de mis hijos y él dijo que tenían que llevarme a Buenos Aires: “si llega viva a Buenos Aires, quizás la salven”. Llegué viva y me salvaron, pero estuve 22 horas sin la atención precisa. 

-¿En qué consistió la operación y tratamiento? 
-El daño cerebral era mayúsculo, cuando llegué a la Clínica Adventista me hicieron una nueva tomografía, tuvieron que hacerme una operación convencional, no se pudo sellar la vena del derrame. Pasé 72 horas críticas. En la clínica estuve once días y me pasaron al Centro de Rehabilitación ALPI, donde permanecí cuatro meses. Ahí tuve un curso acelerado de rehabilitación, eran muchas cosas las que tenía que rehabilitar: no podía hablar, no podía mover mi lado derecho, el izquierdo no sabía moverlo. Me hacían comer y no podía con la mano izquierda, fue un aprendizaje absoluto, fue como volver a nacer: aprendí a hablar, a moverme, a comer. 

-¿Cómo fue el reencuentro con tus hijos?
-A los dos meses y medio volví a mi casa, pero de visita, estaba pelada, en silla de ruedas, sin poder hablar ni moverme, ver a mis hijos en esas circunstancias fue muy difícil. Mis hijos grandes me habían visto antes, tenían 13 y 15 años, pero a los chiquitos, de 7 y 8, no los dejaban entrar a la clínica. Mi marido les contó cómo estaba yo para que supieran cómo me iban a encontrar. Estuve sábado, domingo, y el lunes me volví a Capital, al Centro de Rehabilitación. En los últimos meses, cada quince días me dejaban volver a Rojas y luego me dieron el alta. Yo esperé, no podía venirme antes. El 27 de diciembre de 2004 volví a mi casa. 

-Con la vuelta a casa se inició una nueva etapa
-Eso ya era un gran cambio, era lo que anhelaba. Yo me iba enterando de qué pasaba en mi casa, pero después tenía que vivirlo, los más chiquitos se portaban mal, estaban enojados, eran terribles, todo lo que pasó trajo consecuencias a la familia. A los 9 meses de haber tenido el ACV, mi hijo mayor, que tenía 15, tuvo una isquemia cerebral, había quedado igual que yo, su físico del lado derecho estaba inmóvil, con la boca torcida, se fue a Buenos Aires con mi marido y a la semana se recuperó. Nunca se supo qué pasó, nunca más tuvo ningún problema. A los cinco años de mi ACV, mi segundo hijo tuvo un cáncer de Colon. Creemos que fue consecuencia del dolor, porque ellos dos quedaron como papá y mamá, a cargo de los más chiquitos. 

-¿Hoy sigue la rehabilitación?
- Mi rehabilitación continuó en Rojas y continúa aún, creo que no la voy a dejar nunca. Cuando me vine de ALPI me volví caminando con el trípode y en Rojas fui acomodando todo eso, con el tiempo. La boca torcida volvió a la normalidad, casi no se nota, la movilidad del brazo fue lo más difícil, nadie creía que iba a recuperarlo, no tengo movimiento de los dedos individuales, pero puedo usar la mano para hacer las tareas, hago casi todo en mi casa.

-¿Cómo fue el proceso de escritura del libro?
-Siempre me gustó escribir, cuando me pude reponer, la idea era escribir. Pensé que poder contar una historia como esta podía ayudar a otros. Empecé a escribir y me encontraba con gente que me decía “qué bien que estás”, a mí no me alcanzaba porque seguía dependiendo y quería más, así que me propuse tres metas para cumplir. Las partes afectadas eran la cabeza, el brazo y la pierna derecha, así que me propuse escribir un libro para rehabilitar la cabeza, correr una maratón para rehabilitar la pierna y escribir aunque sea mi nombre con la mano derecha. Eso llevó años, pero un día pude correr una carrera de cuatro kilómetros, terminé de escribir el libro y pude escribir con la mano derecha. Fue mi objetivo personal. Es difícil la rehabilitación, pero hay que ponerle pilas, se logran muchas cosas. Yo no quedé como antes, quedé mejor, tuve que elaborar un proceso interior, sanar, esto me llevó a sentirme mejor que antes del ACV. Después del accidente tengo otra vida, me ayudó a mejorar totalmente. Me cambió la vida para bien. Escribir fue fundamental porque tuve que recordar todo, volver a llorar y con eso llegaron los sentimientos originales, fue muy sanador.

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