OPINIÓN

¿Dónde está la escuela?

(Parte 1)

La pandemia COVID 19 provocó un aceleramiento de procesos inédito en la historia de la educación. Ello fue acompañado de algunas situaciones que es dable señalar, por ejemplo, la visualización familiar de ciertos aspectos que antes quedaban encapsulados escuela adentro, aula adentro o cuadernos/carpetas adentro, casi como una mamushka.
Otro hecho que ha caracterizado a este tiempo de pandemia fue la “remotización” del proceso educativo, esto es, la escuela –para ser genérico- trascendió largamente el edificio y se ha hecho omnipresente, distanciando los cuerpos y trastocando las distancias. Desde el jardín hasta la universidad, el COVID imposibilitó la presencialidad y, en muchos casos, ha sido posible la sincronía, es decir, el encuentro simultáneo mediado por la tecnología. Esto ha tenido como consecuencia que el acto educativo, otrora físico y sincrónico, se transforme en un hecho ubicuo, si entendemos por esto que “está presente en muchos lugares y situaciones”. El efecto de ello fue que los Whatsapp grupales se transformaron en un call-center de 24 por 7, lunes a lunes, sin duda cuestionable desde la salud laboral de los docentes.
El confinamiento hogareño ha determinado que esa escuela del encuentro sincrónico y presencial, que en algún momento se pretendió trasladar –término a término- al hogar, fue imposible: el padre o la madre a menudo también hacían home-office y los hermanos tenían clases también en simultáneo. O bien (diríamos, mal) en muchos domicilios no hay dispositivos o conectividad, resultado de la brecha digital que el modelo neoliberal alimentó.  Ergo, el maestro debió disponer y enviar propuestas asincrónicas para cuando la casa y los dispositivos lo permitían. Otra tarea extra y vayan anotando.
Los cánones didácticos seculares, añejos y calcificados se vieron transformados abruptamente y nuevamente Comenius (1) planteó el desafío. Por primera vez la educación fue inexorablemente tecnodependiente en varios aspectos y esa revolución mansa puso a todos a aprender, rompió con aquello de que el maestro enseña y el alumno aprende. Esto remite a Paulo Freire cuando dice que “«Todos sabemos algo, todos ignoramos algo. Por eso aprendemos siempre».
Los maestros y profesores retornaron a una situación de alumnidad en la que trabajaron más que nunca, (y posiblemente también se angustiaron más que nunca) por ese el doble trabajo de tener que aprender métodos nuevos en la urgencia y enseñar de otro modo, en la ausencia, (física al menos). 
Enseñar en este contexto implicó un desaprender previo, la caída de buena parte de la biblioteca, la desaparición de los recursos habituales y la subida al escenario de los recursos digitales. Los estudiantes jóvenes, llamados –cuestionadamente- nativos digitales corrían con algunas ventajas que horizontalizaban la relación de poder con el maestro o profesor. El sentarse al fondo o al frente, de alto simbolismo en la presencialidad, se reprodujo en el Zoom o equivalente, con la cámara encendida o apagada, según corresponda. El “no lo escucho profe” era una bombita de olor de otras épocas o el “sacale tema que a vos te da bola” todas conspiraciones pícaras del diálogo áulico presencial.
Otro estante de la biblioteca que se incendió fue el de la Evaluación. ¿Y ahora cómo evaluamos? Se convirtió en un lugar común. El ¡Saquen una hoja! y sus parecidos hizo crisis junto con la tradicional exigencia de una reproducción (escrita u oral) de lo que se había leído o dicho en clase.  Los modos de evaluación se revolucionaron desorientando a propios y extraños.
Volviendo a la didáctica -como parte de la pedagogía que estudia las técnicas y métodos de enseñanza- corresponde decir que se ha visto penetrada por lógicas de la tecnología aplicada a la educación que, sin duda alguna, no tendrán retorno a la etapa anterior. Ya no hay que ser especialista en tecnología educativa para enseñar, pero sí entender que estas nuevas didácticas indefectiblemente la influyen e incluyen.
¿Hipótesis casi demostrada, parcialmente aceptada y cada vez menos discutida? Sí, no habría vuelta a la normalidad anterior.
Habrá aun polemistas de redes -crónicos, externos, menos empáticos y escasamente introspectivos de su tarea cotidiana- que afirmarán que el docente trabajó menos en pandemia. Es más pertinente afirmar que queda mucho por aprender, que la brecha digital se amplió, que se pusieron al desnudo las tareas aburridas y también las interesantes, entre otras cosas.
Indiscutible es que aparecieron palabras nuevas como multiplataformización, bimodalidad, interfaz, banda ancha o papelera. U otras en inglés (demostrativas de las venas abiertas de América Latina y su proceso de colonización) como learning, tech, software, printing, apps, files, customize, download y varios etcéteras.
Indiscutible es que el plan Conectar Igualdad adelantaba el reloj de la historia y hubo quienes se colgaron de sus agujas hasta detenerlo. Lo mismo pasó con el Plan Ceibal de Uruguay.
Resulta paradójico que hoy día los desfinanciantescuatrienales de la educación pública, severos críticos de la década ganada, alcen sus armas intentando defenderla, con el pobre argumento de volver a la escuela (a tontas y a locas). Cabe señalar que volver a la escuela es una decisión política ya asumida, por supuesto que con los recaudos del caso y toda la energía puesta en la vacunación a la brevedad que la ciencia (esa ignorada 2015-19) lo permita.
La bimodalidad citada arriba -es decir, esto de aprender en un espacio donde intersectan la presencialidad y el aprendizaje en línea- puede que haga que en el futuro se reduzca la cantidad de horas de cursada…Toda una tentación cada vez que el neoliberalismo toma el poder y pretende reducir el presupuesto educativo. Entiéndase: menos horas = menos profesores = menos presupuesto educativo.

(1) El autor es secretario de Desarrollo Humano del municipio de L. N. Alem
(2) Autor de Didáctica Magna y pionero de las técnicas de enseñanza
(Continúa en la edición del próximo domingo).