La muerte del artista Fermín Eguía (1942)
Eguía pertenecía a una generación combativa de artistas. Formaron grupos a partir de los 70, en el marco de los conmocionados años de gobiernos represivos y censura abierta en el campo cultural y reforzada en el llamado Proceso de Reorganización Nacional.
En 1965, con 23 años, aún estudiante de la escuela “Manuel Belgrano”, presentó su primera exposición individual en la galería Proar, ubicada en el subsuelo de la calle Florida 681. Quien fue su maestra, Aida Carballo (1916-1985), destacada artista, le escribe unas palabras en el catálogo. El afiche de la exposición lo hizo él mismo. Presentó siete témperas y 19 dibujos, pequeñas obras que resultaban muy modestas y acotadas frente al gran despliegue vanguardista y de alto impacto que ocurría a pocas cuadras.
En cercanía de la galería Proar estaba el emblemático Instituto Di Tella, que ocupaba el centro de la actividad artística. Allí se exponían grandes obras como “La Menesunda”, de Marta Minujin y Rubén Santantonín, y el pop vernáculo, entre otras.
Época en las que se postulaban fuertes críticas a la Guerra de Vietnam y al incipiente clima de época en nuestro país, en víspera del Golpe de Estado de Onganía en 1966. El Di Tella cerró sus puertas ante la clausura policial de una obra de Roberto Plate, realizada a modo de grafiti en las paredes de un baño, simulado en las Experiencias 68. Comenzaban épocas difíciles. La segunda vez que expuso fue en 1972, en una exposición colectiva junto a otros artistas, a esta altura politizados, que fundan el Grupo Manifiesto.
Después del 68 muchos artistas habían dejado de pintar y se abocaron a la militancia política y otros se valieron del arte para hacer valer sus denuncias. Eguía atravesó todas esas épocas, hasta estuvo brevemente preso, pero siempre siguió pintando.
Hombre de izquierda y productor de imágenes aparentemente inocentes y de un mundo de fabulación fantástica de lo cotidiano: mesas servidas, teteras, panes, cochecitos de bebé, autos apacibles, y no tanto, otros trabajos que evocan al universo de la naturaleza vegetal y animal.
La mayoría de sus obras son de pequeño formato, íntimas, pintadas sobre una mesa, con un impecable manejo de la acuarela sobre papel. La acuarela requiere un importante conocimiento del material, es difícil y Eguía lo maneja a la perfección. También pinta con témpera y óleo, y acrílico, en menor medida.
En la crisis del 2001, el colapso y las jornadas caóticas de diciembre no lo dejaron indiferente. Pintó “Furia de los ahorristas”, una pintura acrílica, que recibió en forma anónima Roberto Lavagna, el entonces ministro de Economía. También “Juan de Garay presencia el raje”, una acuarela donde se ve el avión presidencial y la Casa Rosada detrás; entre otras.
Eguía contó con muchos coleccionistas de su obra, la “Serie erótica”, de la década del 2000, reproducidas en libros donde las figuras no son pudorosas, sino deseantes. Con 60 años de trayectoria conservó la pasión de sus inicios, admirado y querido por sus colegas, aunque menos por el medio. Obtuvo el Gran Premio de Honor en el Salón Nacional de Pintura en 2011 con la obra “Comer sin ser comido”.
El 13 de diciembre nos dejó Fermín Eguía, a los 82 años. A pocos días murió Remo Bianchedi, y Beatriz Sarlo, apenas unos días después. Todas estas despedidas parecen acompañar el final de una época.