Mauricio Macri está convencido del rumbo por el que lo lleva la ministra Bullrich en el tema de la “doctrina de seguridad”.
PANORAMA POLÍTICO NACIONAL

El efecto Bolsonaro y la influencia de Trump marcan la era de la radicalización

El impacto en la política argentina: el protocolo de Patricia Bullrich lleva al presidente Macri en esa dirección, pero la oposición tiene sus propios exponentes.

El Gobierno no va a dar marcha atrás con el nuevo protocolo de uso de armas de fuego para las fuerzas federales. El presidente Mauricio Macri está convencido del rumbo por el que lo lleva la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, desde que ambos se embanderaron en defensa del policía Chocobar. Las encuestas indican que la mayoría de la sociedad avala esa dirección, en un contexto signado por la irrupción de Jair Bolsonaro en Brasil y el predicamento global de Donald Trump.
La radicalización de la política internacional está a la vista de todos: la ultraderecha europea se encuentra en plena expansión, como lo acaba de demostrar el partido Vox en Andalucía, España. En el viejo continente no son pocos los que observan alguna influencia de Steve Bannon, el ex director de la campaña con la que Trump llegó a la Casa Blanca, cultor de posiciones extremas. Un experto en correr los límites de lo políticamente correcto para canalizar la frustración colectiva.
En Brasil, Bolsonaro asciende al poder a caballo del hartazgo de la corrupción de la dirigencia tradicional y con un discurso de mano dura que lo llevó a elogiar, en los últimos días, la ejecución de un ladrón en la vía pública. La mesa chica del Gobierno de Cambiemos tomó nota de esta tendencia que excede a la Argentina: no por casualidad, la resolución de la ministra Bullrich fue publicada en el Boletín Oficial en el primer día hábil posterior a la mega-cumbre del G20.
Bullrich tomó el rédito del exitoso operativo encargado de velar nada menos que de la seguridad de los líderes de los países más importantes del planeta. Pero no es sólo el oficialismo el que blande el endurecimiento de la represión policial. También lo hacen sectores de la oposición: “La sociedad va a castigar a los ambiguos”, advierte el senador Miguel Pichetto en los actos en los que se pone el traje de precandidato presidencial. Aunque rechaza comparaciones con Bolsonaro.
El senador peronista, socio político de Sergio Massa y Juan Urtubey, sostiene que Brasil no es comparable con la Argentina porque allá tienen influencia política las Fuerzas Armadas, a tal punto que Bolsonaro fue un capitán del Ejército y su vice Antonio Hamilton es un general retirado. Pero en su discurso pre-electoral, Pichetto incluye definiciones tales como “los delincuentes aplican la pena de muerte sin juicio” o promueve el lema “orden y seguridad para los argentinos”.

En los márgenes del sistema
El diputado salteño Alfredo Olmedo, que transita por los márgenes del sistema político, agita un mensaje más disruptivo: plantea la necesidad de levantar un muro en el Norte argentino para frenar la inmigración; tiene una postura más dura que el protocolo de Bullrich sobre el accionar policial; y pidió la creación de un cementerio para enterrar a los fetos, en pleno debate por la legalización del aborto. Con ese bagaje, aspira ahora a convertirse en candidato presidencial.
Pese a que es un personaje pintoresco, en el Gobierno lo toman en serio. Pero no porque tenga posibilidades de participar del debate central en 2019, sino porque los votos que podría obtener se le descontarían directamente a Macri. La presencia del “Tata” Yofre -un hábil operador del menemismo en su momento- en el equipo de Olmedo encendió luces de alarma en Cambiemos. Tres puntos porcentuales más o menos, podrían ser la diferencia entre la victoria y la derrota.
El kirchnerismo está ajeno al debate de la mano dura, ya que durante su estadía en el poder se impuso un garantismo extendido por el imperio conceptual del juez Raúl Eugenio Zaffaroni. Pero entre la dirigencia que propicia el retorno de Cristina Kirchner a la Casa Rosada también existe un debate soterrado en torno a la radicalización. En este caso, pasa por determinar si la ex presidenta debe ir a posiciones ideológicas arraigadas en la izquierda o mostrarse más amplia de criterios.
El discurso que Cristina hizo ante el foro de CLACSO (que funcionó como una suerte de contra-cumbre del G20) disparó ese debate porque la senadora se mostró comprensiva con los pañuelos verdes y también con los celestes; y sostuvo que no todo pasa por razonamientos de izquierda o de derecha. Pero en su entorno no faltan los que piensan que para diferenciarse del Gobierno –y sobre todo de la oposición moderada- debe concentrarse en su “mensaje nacional y popular”.
El silencio que mantiene la ex presidenta desde aquel discurso se debe a que el debate no está saldado. En el Instituto Patria que oficia de bunker kirchnerista no dejan de observar que pese a la crisis económica, el Gobierno tiene capacidad para imponer una agenda pública en la que lleva las de ganar, agitando la lucha anti-corrupción y la mano dura frente a la inseguridad. Y que dentro de esas controversias, ofrece además un menú de múltiples rostros a sus potenciales votantes. 

¿Caras de la misma moneda?
No es lo mismo Patricia Bullrich, que Carolina Stanley, la ministra de Desarrollo Social que en los últimos tres años aplacó las demandas de los que fueron, en el pasado reciente, revoltosos grupos piqueteros. Tampoco son lo mismo la diputada Elisa Carrió y el ministro de Justicia, Germán Garavano. Existe en Cambiemos una lógica de discusión interna no verticalista –como la tuvo históricamente el PJ-, aunque en casos como el de “Lilita” suele provocar escozor interno.
Tampoco son iguales el presidente Macri y la gobernadora Vidal. El Gobierno bonaerense viene dando señales de diferenciación tanto políticas como económicas. La mirada social de Vidal no abunda en la Casa Rosada. Pero aun así -piensan en la oposición- ambos aportan a la misma causa para que Cambiemos siga en el poder más allá de diciembre de 2019. Ahí aparece el fenómeno del “voto subterráneo” que tanto preocupa a kirchneristas y también a los peronistas federales.
Esto es: que la imagen e intención de voto más elevada que tiene Vidal respecto de Macri se direccione hacia la reelección del Presidente ante la posibilidad de que Cristina Kirchner tenga chances de ganar la elección. En las últimas encuestas ese fenómeno se traduce en 10 puntos porcentuales y deja a Cambiemos bastante parejo con la ex presidenta incluso en el Conurbano bonaerense, que es todavía su gran trampolín hacia la tercera presidencia que sólo logró Perón.
Entonces aparece en el horizonte oficialista, cada vez más diáfano, el desdoblamiento electoral. “Si les conviene, lo van a hacer”, advierten en el kirchnerismo, que no tiene un candidato consolidado en la Provincia pero amenaza con que todos los cuestionamientos se dirijan hacia Vidal si anticipa el proceso electoral bonaerense. Y abre un interrogante: ¿Pueden los docentes convertirse en una suerte de “chalecos amarillos” como los que ahora atacan a Macron en París?
En la era de la radicalización, todo es posible menos el comportamiento político moderado. Las posiciones de centro se ven prácticamente dinamitadas por imperio de la inmediatez de las redes sociales y ahora específicamente de los mensajes que se transmiten por Whatsapp. La vieja “rosca” de Emilio Monzó se ve desbordada por las campañas 2.0 de Marcos Peña y Durán Barba. Trump irrumpió así entre los republicanos. A Bolsonaro ni siquiera le hizo falta un partido político.
El Gobierno tiene ante sí la tentación del giro a la derecha que se verifica a escala regional y global. “Al humanismo no se renuncia por demagogia electoral”, advierte Carrió. El final está abierto.