Al transitar el octavo mes del año, la ilusión de llegar al verano con una mejor forma física para ‘mostrar más’ genera que algunas personas se vuelquen a realizar más horas de entrenamientos en el gimnasio. Cuando llega la temporada estival, es difícil no notar la presencia de adolescentes cuyos cuerpos parecen esculpidos por un artesano obsesionado con la perfección. Estos jóvenes, con músculos que rivalizan con los de los modelos de las portadas de Men’s Health, pasan horas incontables en el gimnasio, siguiendo estrictas rutinas y dietas rigurosas que prometen resultados espectaculares. Pero detrás de estos cuerpos, aparentemente perfectos, se esconde una realidad preocupante y peligrosa: la vigorexia, un trastorno que cada vez afecta a más chicos en edades tempranas.
La vigorexia, también conocida como dismorfia muscular, es un trastorno que implica una preocupación obsesiva por desarrollar masa muscular. A diferencia de otros trastornos alimentarios, la vigorexia no se trata de la cantidad de comida ingerida, sino de la calidad de la misma y del constante esfuerzo físico para aumentar la musculatura. En la actualidad, la presión social sobre los jóvenes para alcanzar un ideal de belleza no se limita a las chicas; los chicos también están expuestos a un bombardeo constante de imágenes y mensajes que les incitan a conseguir un cuerpo imposible.
El fenómeno no es nuevo, pero su incidencia ha aumentado significativamente en los últimos años. Las redes sociales y los medios de comunicación juegan un papel crucial en la propagación de este ideal. Figuras públicas como Cristiano Ronaldo, Chris Hemsworth y Mario Casas exhiben cuerpos que parecen tallados en mármol, estableciendo estándares inalcanzables para muchos jóvenes. La obsesión por estos físicos ha llevado a una generación de chicos a dedicar horas interminables al gimnasio, seguir dietas estrictas y recurrir a tratamientos estéticos desde edades cada vez más tempranas.
Un estudio realizado por la Universidad Estatal de California y la Universidad de Griffith en Australia, titulado “Cues of upper body strength account for most of the variance in men’s bodily attractiveness”, revela que los mecanismos modernos de elección de pareja aún responden a signos ancestrales. La fortaleza física, especialmente en la parte superior del cuerpo, sigue siendo un indicador clave de atractivo masculino. Este hallazgo explica, en parte, la obsesión de muchos jóvenes por desarrollar músculos prominentes, especialmente en el torso y los abdominales.
Sin embargo, la búsqueda de este ideal de belleza puede tener consecuencias devastadoras. Según el DSM-5, el manual diagnóstico de los trastornos mentales, la vigorexia puede llevar a un ciclo compulsivo del cual es muy difícil escapar. Jóvenes como J., un universitario de diecinueve años, ejemplifican esta problemática. Apodado “Torso” por su familia, J. ha transformado su cuerpo a través de un régimen estricto de ejercicio y dieta. Aunque sus padres observan con perplejidad y preocupación, cualquier comentario crítico es rápidamente desestimado. La obsesión de J. por su apariencia física y su consumo diario de batidos de proteínas son signos claros de un posible trastorno dismórfico.
Las psicólogas Anna Robert y Olga Piazuelo, del grupo de trabajo de Adolescencia en Crisis del Colegio Oficial de Psicología de Catalunya, advierten que los trastornos dismórficos corporales no son exclusivos de las mujeres. El porcentaje de chicos insatisfechos con su apariencia ha aumentado en los últimos años, reflejando una creciente preocupación por la imagen en el colectivo masculino.
La vigorexia es el trastorno más común entre los varones, pero no es el único. Otros trastornos incluyen la dismorfofobia por acné, manchas en la piel, exceso de vello y preocupaciones sobre la forma o tamaño de algunas partes del cuerpo, incluyendo los genitales.
La vigorexia no es solo un problema de salud física, sino también mental. Las personas que sufren este trastorno invierten tiempo y dinero en mejorar su aspecto físico, pero rara vez logran la satisfacción deseada. El resultado es un bucle compulsivo de insatisfacción y ansiedad que puede llevar al aislamiento social y a una calidad de vida deteriorada.
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