BÁSQUET-ENFOQUE
La potestad de Emanuel Ginóbili
Emanuel Ginóbili confirmó que al menos jugará una temporada más en San Antonio Spurs y ahí no termina la cosa: se trata de una de las decisiones más complejas de cuantas ha tomado a lo largo de su extensa carrera y, si pudiera verse así, la que más inquietud genera en su multitudinaria legión de admiradores.
¿Y por qué será que genera inquietud que Manu siga en actividad si su condición de crack en acción ha sido fuente de tantos momentos dichosos?
Pues tal vez por eso mismo, por el peligro que encierra la conjugación del tiempo pasado: el peligro de que allí se queden esos momentos dichosos, en los videos de YouTube y en la finitud ilimitada que portan los recuerdos más vividos.
A Manu, es claro, nada le ha faltado para ser lo que es: el mejor jugador de la historia del basquet argentino, acaso uno de los diez mejores deportistas nacidos en este confín y por qué no uno de los cinco mejores.
Podría haberse retirado hace dos temporadas, o tres, o cuatro, que esa dimensión no hubiera sufrido mella, así como tampoco sufrió mella por su opaco cierre de playoff en la eliminación de los Spurs a manos de Golden State Warriors, ni la sufriría si su declinación se hiciera más ostensible en la competencia oficial que afrontará a partir de octubre próximo.
Es la de Manu, una carrera hecha: hecha y derecha, copiosa, luminosa, redonda.
¿Qué más, entonces? ¿Qué apetece a Manu? ¿Qué más podría llevar agua al molino de su realización como deportista y por añadidura al molino de su realización existencial?
Si se infiere al personaje, si se lo deduce, si se lo interpreta, ya que decir conocer suena demasiado ambicioso, se revela claro que en principio ha decidido seguir cultivando una actividad que disfruta como pocas ha disfrutado en sus casi 38 años de vida y que además se dispone a sazonar el plato con un ingrediente esencial: su capacidad de desafiarse y de poner en ese desafío alma, corazón y vida.
En una posición equivalente a la que hoy tiene Ginóbili (gloria copiosa, reconocimiento copioso, billetes copiosos, etcétera), muchos preferirían resistir la tentación de seguir en la huella y acto seguido consentirían fundirse en el bronce y circular por la carretera de una vida poblada de confort y de miel.
Pero, si se permite la tautología, resulta que Ginóbili es Ginóbili: y Ginóbili es un guerrero de los que se alimentan con su propio apetito.
Para Ginóbili la recompensa no es el triunfo, aunque pocos como él sepan persistir en la búsqueda del triunfo: para Ginóbili la recompensa consiste en salir a la arena y dar batalla.
De allí que quienes admiramos a Manu deberemos lidiar con el aterrador fantasma de ver que juega poco y mal, o muy mal, y respetar a ultranza el derecho que ha sabido ganarse en veinte años de travesía profesional: el derecho de perseguir una pelota más, un doble más, un triple más, un brindis más.
¿Y por qué será que genera inquietud que Manu siga en actividad si su condición de crack en acción ha sido fuente de tantos momentos dichosos?
Pues tal vez por eso mismo, por el peligro que encierra la conjugación del tiempo pasado: el peligro de que allí se queden esos momentos dichosos, en los videos de YouTube y en la finitud ilimitada que portan los recuerdos más vividos.
A Manu, es claro, nada le ha faltado para ser lo que es: el mejor jugador de la historia del basquet argentino, acaso uno de los diez mejores deportistas nacidos en este confín y por qué no uno de los cinco mejores.
Podría haberse retirado hace dos temporadas, o tres, o cuatro, que esa dimensión no hubiera sufrido mella, así como tampoco sufrió mella por su opaco cierre de playoff en la eliminación de los Spurs a manos de Golden State Warriors, ni la sufriría si su declinación se hiciera más ostensible en la competencia oficial que afrontará a partir de octubre próximo.
Es la de Manu, una carrera hecha: hecha y derecha, copiosa, luminosa, redonda.
¿Qué más, entonces? ¿Qué apetece a Manu? ¿Qué más podría llevar agua al molino de su realización como deportista y por añadidura al molino de su realización existencial?
Si se infiere al personaje, si se lo deduce, si se lo interpreta, ya que decir conocer suena demasiado ambicioso, se revela claro que en principio ha decidido seguir cultivando una actividad que disfruta como pocas ha disfrutado en sus casi 38 años de vida y que además se dispone a sazonar el plato con un ingrediente esencial: su capacidad de desafiarse y de poner en ese desafío alma, corazón y vida.
En una posición equivalente a la que hoy tiene Ginóbili (gloria copiosa, reconocimiento copioso, billetes copiosos, etcétera), muchos preferirían resistir la tentación de seguir en la huella y acto seguido consentirían fundirse en el bronce y circular por la carretera de una vida poblada de confort y de miel.
Pero, si se permite la tautología, resulta que Ginóbili es Ginóbili: y Ginóbili es un guerrero de los que se alimentan con su propio apetito.
Para Ginóbili la recompensa no es el triunfo, aunque pocos como él sepan persistir en la búsqueda del triunfo: para Ginóbili la recompensa consiste en salir a la arena y dar batalla.
De allí que quienes admiramos a Manu deberemos lidiar con el aterrador fantasma de ver que juega poco y mal, o muy mal, y respetar a ultranza el derecho que ha sabido ganarse en veinte años de travesía profesional: el derecho de perseguir una pelota más, un doble más, un triple más, un brindis más.