Miguel Ángel Galván: “El tenis enseña a ser buena persona”
A los 17 años le regalaron una raqueta y desde entonces no se desprendió de ella. Se convirtió en un referente de esta actividad, que formó a generaciones de deportistas en varias instituciones locales.
A sus 17 años, Miguel Ángel Galván recibió una raqueta de tenis como regalo. En ese entonces, en nuestra ciudad, no había un desarrollo de ese deporte y quienes lo practicaban eran, en general, personas adultas. Sin embargo, a él le interesó. Entonces se fue al Club Junín, se sentó al lado de una cancha de tenis y se puso a ver cómo jugaban el Negrito Campos y Omar Valdez. Pasó un rato hasta que se animó a preguntarles si podía pelotear con ellos. Los hombres se miraron y aceptaron. “Se tomaron el trabajo de hacerme entrar el bichito del tenis”, recuerda hoy Miguel.
Ese fue el inicio de un camino que durante décadas lo llevaría –como jugador y profe– a destacarse en el ambiente tenístico local, entrenando a una innumerable cantidad de jóvenes de distintas generaciones.
“Cuando me fui del Club Junín se vinieron todos conmigo”.
Primeros pasos
Nacido en Junín y criado en el barrio Las Morochas, el “Negro” Galván se enganchó enseguida con el tenis, después de que le regalaran aquella primera raqueta de madera.
Pasaba horas en el Club Junín, en la época en que Lulo Ordóñez trajo a Mabel Vrancovich, que por entonces era la tenista número uno de Argentina, para que diera clases aquí.
Miguel fue uno de sus discípulos y Vrancovich –que también era entrenadora en River Plate– al ver sus condiciones lo sumó a su equipo. Así fue como Galván comenzó a dar clases en el club de Núñez.
Al mismo tiempo hizo el curso de profesor de tenis y trabajó en la editorial Codex. A sus 29 años regresó a Junín.
“Más allá de lo deportivo, el tenis enseña a ser buena persona”.
Trabajo en Junín
Una vez acá lo llamaron para hacerse cargo de la Escuela de Tenis del Club Junín y arrancó con ese proyecto. Al poco tiempo, el lugar se había llenado de chicos. “Tenía una escuela grande –recuerda–, salíamos a toda la zona a jugar por la Asociación de Tenis del Oeste de Buenos Aires (Atoba), y eran torneos muy competitivos, que clasificaban para el provincial y, después, al nacional. Cada quince días salíamos con los chicos, 45 o 50 arriba del micro a competir”.
Ese fue el germen de una escuela llena de talentos que fueron potenciados por Galván. Allí hubo varios campeones nacionales de categorías formativas, como su hija Malena –que todavía se destaca en el campeonato de Mamis–, Victoria García Lusardi, Andreina Rossi, Clarisa Rossi, entre otros.
Inclusive, llegó a organizar en nuestra ciudad un certamen nacional de infantiles que contó con la participación de deportistas de trece provincias.
Hacedor de canchas
Así como ayudó a mejorar y optimizar las canchas de tenis que había en el Club Junín y promovió la construcción de dos de paddle en la misma institución, también fue hacedor de proyectos similares en otros espacios.
“En el Club Junín ya no se podía seguir haciendo más canchas, entonces seguí en otros”, cuenta. Y el primero de esos proyectos fue en el Club Rivadavia, donde hizo las dos primeras canchas y tuvo a su cargo la escuela. “Fue una explosión, se llenaba, era impresionante”, evoca.
También tuvo el espacio Slice, que contaba con dos canchas ubicadas en Intendente de la Sota, entre Rivadavia y Belgrano.
Más adelante lo convocó Pipo Genovese para hacer dos canchas en el predio de La Pileta de Pipo y ahí fue Miguel. “También se llenó de gente”, dice entusiasmado. Pero no terminó allí: después continuó con las canchas en el Comercio e Industria, que son las únicas que pudo diseñar teniendo en cuenta la salida y puesta del sol. También las hizo en el Club Independiente y una bajo techo en la sede del Club Villa Belgrano, en donde pintó el piso con la pintura que se usa en Estados Unidos. También hizo algunas privadas, en casas y quintas de Junín.
“Hice todo lo que quise y estoy muy satisfecho. El tenis es mi vida, todavía sigo teniendo ganas de agarrar una raqueta y puedo estar todo el tiempo con esto”.
Derrotero
Galván recuerda con dolor que su salida del Club Junín, en el año 2001, terminó siendo muy conflictiva.
Pasado ese mal trago, donde dejó la institución a la que quería mucho, se fue a BAP, donde ayudó a hacer una segunda cancha, además de la que ya había, e hizo una tercera. “Cuando me fui del Club Junín se vinieron todos conmigo –explica–, y la gente del barrio estaba muy contenta por el movimiento que había y con tener las luces prendidas”.
Ahí estuvo hasta el año 2014, y más adelante se quedó con sus espacios en La Pileta de Pipo y en Comercio e Industria.
El tenis
Con una vida dedicada al deporte, continúa trabajando con la misma pasión de sus primeros años y asevera que esta actividad ofrece muchos aspectos positivos. “Más allá de lo deportivo, el tenis enseña a ser buena persona”, sentencia Galván, y enseguida grafica: “Hay algunas máximas del tenis que, entre otras cosas, dicen: ‘No discutir un tanto si no se tiene razón y aún si la tuviera, use la vestimenta adecuada, no agreda con la raqueta, ante la duda ceda el tanto a su rival, y por sobre todas las cosas, no mengüe el placer de jugar’. Es decir que te da enseñanzas y una disciplina”.
Por todo ello, al momento de hacer un balance, se muestra ratificado: “Hice todo lo que quise y estoy muy satisfecho. El tenis es mi vida, todavía hoy, a mis 75 años, sigo teniendo ganas de agarrar una raqueta y puedo estar todo el tiempo con esto”.