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FESTEJO

Armando Bergamini festejó sus 90 años

Con una reunión realizada el viernes, festejó con plena lucidez, sus 90 años plenamente vividos.

La reunión se hizo en el club Social y a los postres, con su hablar ameno, no exento de picardía, se refirió a distintos aspectos de su vida.
Exitoso productor agropecuario, fue un importante corredor de autos y un autodidacta en todas las empresas que abordó.

Sus primeros años

La primera vez que Armando Bergamini se sentó en la butaca de conductor de un automóvil, tenía apenas 8 años. Fue en el año 1932 y había acompañado a su padre a ver un campo vecino. Ahí comenzó su inclinación por los autos.
No había cumplido los 20 cuando ya había ido a Chacabuco, acompañado de su primo, Eusebio Marcilla, para comprar un auto de carrera, aunque esa vez no pudo ser. Para poder concretar su sueño, tuvo que esperar algún tiempo más.
Antes de eso ya había empezado a trabajar en el campo, asociado a sus hermanos.
Para Armando, todo fue un aprendizaje individual y cada lección la fue asimilando solo, sin maestros ni instructores. Supo administrar un campo cuando se enfermó su hermano y quedó a cargo, aún sin experiencia previa. Lo mismo sucedió con los autos de carrera: quiso correr y su intrepidez fue el único impulso necesario.
Este gran corredor, amigo de Juan Manuel Fangio y Froilán González, entre otros, repasó sus principales momentos en la carrera deportiva que logró concretar

Los campos

Junto con su hermano Alberto alquilaron el campo del doctor Ernesto Bertero, unas 560 hectáreas cerca de La Agraria, y compraron los 700 animales que tenía allí.
Desde la perspectiva de Bergamini, “el campo era malo”, pero igualmente se embarcaron en la empresa. Si bien su hermano era conocedor de temas agropecuarios, para Armando era todo una novedad.
Lo cierto es que su hermano se enfermó y no pudo continuar trabajando, con lo cual debió encargarse del campo, aunque no supiera cómo hacerlo: “Las vacas se me empezaban a morir, porque se estaban comiendo la gramilla, entonces le compré un silo de alfalfa a Traverso Balbi, que me la vendió de fiado; después compré una parva en Baigorrita y con tres caballos las traíamos desde allá. Además, don Jesús y don José, de la Casa Fernández de Morse, me ayudaron mucho. El campo tenía 200 hectáreas de médanos y ellos me dijeron por qué no sembraba en esa parte, entonces me dieron todo lo necesario, unos vecinos me prestaron unos caballos, y finalmente sembré las 200 hectáreas de trigo”.
Por aquellos días le habían ofertado 60 pesos por sus vaquillonas, pero Armando no aceptó. Y de a poco, el campo comenzó a remontar, vinieron algunas lluvias, y los sembrados y la hacienda se empezaron a componer.
Cuando llevaron a su hermano aún enfermo para que viera cómo estaba el campo, éste no lo podía creer. Es que sin saber nada de agricultura, Armando había remontado un campo que parecía condenado a una pobre campaña. Con la cosecha de trigo pudieron empezar a pagar las deudas y, según cuenta Armando, “gracias a eso mi hermano se empezó a componer”. Incluso, la hacienda por la que le habían ofertado 60 pesos, terminó vendiéndola a 180.
El crecimiento los animó a cambiar de campo, entonces le devolvieron éste al doctor Bertero y alquilaron otro. En este nuevo emprendimiento, los socios eran tres hermanos: Armando, Alberto y Aldo.
“Ahí empezamos a progresar -destaca Armando-. A mediados de los 50 la dueña nos ofrece vendernos el campo y nos metimos. Pero para pagar la primera cuota tuvimos que vender casi toda la hacienda”.
Como se habían quedado prácticamente sin animales, los tres hermanos fueron a un remate en Venado Tuerto. Allí había muy buenos ejemplares para comprar, pero el dinero que habían podido solicitar en el banco les alcanzaba para poco más de una centena. “No tener plata para comprar 500 novillos”, había dicho entonces Alberto. Entonces Armando habló con las autoridades del lugar y se presentó como candidato para comprar más novillos, y el hecho de mencionar su apellido le abrió las puertas, ya que allí conocían a su padre, que había sido rematador. A pesar de la desconfianza de sus hermanos, compraron “de fiado” 623 novillos.

Las carreras

La pasión de Armando Bergamini eran los autos de carrera. Siempre había sido su sueño y cerca de los 40 años empezó a concretar aquel anhelo.
“El ‘Negro’ Castro, que era muy amigo, tenía un tallercito y ahí empezamos -evoca-. Además me apoyaron mucho en Bueno Buisán. Y Froilán González me ayudó mucho también”.
Su debut en el automovilismo fue en el Gran Premio del Norte, en 1964. Bergamini largó en el puesto 129 y en la primera etapa, entre Mercedes y Santa Rosa, ya había pasado 78 competidores. En la segunda etapa, hasta General Acha, superó otros 33 coches. Armando recuerda que “el auto era un avión y empecé a pasar coches en la tierra y en una parte había un camión atravesado que estaba sacando a Teófilo Bordeu que había volcado; el Negro Castro, mi acompañante, gritó ‘¡nos matamos!’, y yo iba derecho al camión, entonces aflojé y desvié el auto, para no agarrarlo al medio, y toqué con la rueda de atrás del auto a la rueda delantera del camión. Pudimos acomodar el auto y seguir camino y finalmente llegamos en el puesto 13”. Ya en la tercera etapa se le fundió el motor y debió abandonar. No obstante, en su primera experiencia había marcado un récord, por la cantidad de autos superados.
Su segunda competencia fue el Gran Premio Dos Océanos, que unía las ciudades de Mar del Plata y Valparaíso: “La primera etapa de Mar del Plata a Venado Tuerto, yo venía muy bien y se me rompió la caja, pero pude seguir. Después siento olor a líquido y me doy cuenta de que no tenía frenos, se me rompió la cruz de atrás donde van los caños de la rueda, el mismo problema que tuvo Eusebio cuando se mató. En esa carrera finalmente salí sexto”.
Además terminó quinto en la Vuelta a Junín, la misma posición en la Vuelta de Rojas y sexto en la Vuelta de Colón. Su última carrera fue el Gran Premio del 66, donde terminó abandonando.
Ese puñado de competencias le sirvió para convertirse no solo en un gran corredor de autos, sino para que lo proclamaran un referente de Chevrolet, a tal punto que cuando le ofrecieron correr con Ford, rechazó la propuesta. “Yo conocía a los hermanos Emilliozzi antes de correr porque venían acá a lo de Castellazzi -cuenta Armando-. Una vez vuelvo del campo y Pichón Castellazzi me dice, ‘los Emilliozzi te hacen el motor, no te cobran nada, y nosotros te lo regalamos’, pero no acepté porque yo siempre corrí en Chevrolet, y después no iba a poder salir a la calle, es que había mucho fanatismo”.

El automovilismo

El periodista especializado Ernesto Vietta, que transmitía las carreras para Radio Mitre, analizando las condiciones de Armando dijo “no he visto un corredor que ande en la tierra como Bergamini”. Es que su habilidad era altamente reconocida.
Armando asegura que él tenía más miedo en las rectas que en las curvas: “Cuando corrí en la cordillera eran todos caracoles y había que doblar con la cola. Le pregunté a otro corredor y me dijo ‘vos apretá el freno y doblá’, ahí en la montaña anduve una barbaridad, pero en las rectas andaba a 220 y me agarraba fuerte del volante porque pensaba ‘si reviento una cubierta no la cuento’. Era un auto de punta, muy ligero”.
“Tal vez le hubiera gustado seguir corriendo, pero es difícil mantener ese nivel de exigencia con una familia que depende de uno”, señaló. Sin embargo, sus épocas en las pistas le han reportado gratificaciones imborrables: “El auto de carrera me ha dado muchas satisfacciones, conocí la república gracias a él y por él tengo amigos en todos lados”.

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