En apenas días, millones de familias volverán a la rutina de llevar a sus hijos a las aulas para iniciar un nuevo ciclo lectivo. Siempre es este un motivo de alegría, entusiasmo, ilusión y optimismo, del mismo modo que suele ser también el disparador de debates sobre las muchas falencias que sufre el sistema educativo argentino en sus distintos niveles… Y es muy probable que en este segundo escenario no entre en cuestión un protagonista que está generando, literalmente, estragos no solo en la educación, sino también en la salud de los alumnos y dificultando seriamente su aprendizaje: el celular.
Es que esos mismos aparatos que se volvieron indispensables para la vida de toda persona, que tomarán millones de fotos sobre ese “primer día de clase” por venir, se están convirtiendo en un problema que exige de modo urgente la adopción de políticas públicas para prevenir una situación presente y futura compleja.
Tanto es así que ya en el nivel de Educación Inicial está viéndose cómo el celular es un factor distorsivo en la enseñanza. En un congreso específico del que participé recientemente, el testimonio de las maestras fue coincidente: educadoras de distintos puntos del país expresaban cómo cuando toman un teléfono para realizar una actividad -poner una canción, por ejemplo- las miradas de los bebés son literalmente atrapadas por el aparato y manifiestan actitudes de ansiedad con la que se debe lidiar en mayor o menor grado.
En el nivel primario también se advierte cómo los celulares (o “las pantallas”, en un sentido más amplio que incluye a otros dispositivos como las tablets) están produciendo en los niños y las niñas comportamientos con muchas características similares a las de una adicción.
Esa reacción habla de la realidad de muchos hogares en los que se recurre al celular como un modo de satisfacer las demandas de entretenimiento de los niños ante la imposibilidad de sus padres de atenderlas por múltiples exigencias (laborales, económicas, de estructura familiar, etc.).
Entonces, aparte del problema de la exposición a pantallas y/o dispositivos, los niños se enfrentan con la situación de adultos que no están un cien por ciento disponibles en el momento que están con ellos.
Y si bien los niños que están más expuestos a estas situaciones son los que viven en situaciones de pobreza extrema, en ámbitos donde no se les brinda una respuesta rápida y de calidad a sus necesidades, esta problemática empieza a manifestarse cada vez más en sectores socioeconómicos más altos.
Falta de estímulo en el hogar
Cuando hablamos de las necesidades de un niño, no solo hablamos de su alimentación, higiene, el cuidado físico en general, la atención de la salud. También se incluye allí la necesidad de respuestas rápidas y de calidad a la necesidad de tener una estimulación y una comunicación efectiva y un apego seguro con el adulto padre/madre cuidadores.
Los contextos de pobreza se caracterizan por tener un bajo caudal lingüístico. Resolver carencias con una pantalla restringe todavía más ese intercambio verbal clave en la educación del niño. Si a eso sumamos las escasas capacidades para responder a la demanda inmediata que requiere el niño/bebé, el resultado es la imposibilidad de que haya un desarrollo adecuado y saludable de los pequeños.
Como se apuntaba más arriba, también se está viendo que esa dinámica niño-celular-padres/responsables a cargo se está extendiendo a otros niveles sociales. Niveles que, si bien tienen las necesidades básicas satisfechas y viven en entornos más saludables, cada vez están más condicionados por adultos que están conectados a dispositivos en momentos en que los niños están requiriendo una respuesta, una demanda… una atención por parte del adulto cuidador. Ahí también hay una falta de comunicación que está resintiendo el apego seguro.
Adultos presentes, ausentes
El apego seguro es una condición fundamental para un desarrollo saludable del niño. Y eso no se da con adultos que están físicamente cerca, pero no están emocionalmente disponibles al momento de que el niño requiere la atención. Es una situación estresante para los pequeños y el estrés es uno de los peores enemigos del normal desarrollo cognitivo y -por ende- del aprendizaje.
Y si bien vemos que los celulares actúan como estresores la realidad muestra hoy que hay más y peores situaciones de estrés a las que están sometidos muchos niños: violencia -ya sea hacia el niño o entre los adultos-, consumo de sustancias, alcoholismo, separaciones, mudanzas, ambientes habitacionales inadecuados. Todo actúa como estresores a los que, si agregamos la falta de estímulos significativos o su reemplazo por una pantalla…
No se trata aquí de culpabilizar a esos adultos que, en la mayoría de los casos, por las nuevas modalidades de trabajo muchas veces deben asumir compromisos laborales incluso en sus horarios de descanso. O de estigmatizar a hogares que atraviesan dificultades económicas o de otra índole.
Pero es crucial y urgente la atención educativa. Una intervención adecuada desde las instituciones educativas para revertir los efectos y disminuir las situaciones estresantes. Las instituciones, desde el jardín maternal, tienen que estar atentas a la reducción de exposición a eventos que ponen en riesgo la salud integral -es decir, física y mental-, el bienestar emocional, la felicidad. El celular es una de tantas, aunque parece trivial en ese contexto de otras problemáticas. Pero vemos que su impacto no es para nada menor.
Reducir la exposición de los niños a eventos que pongan en riesgo la salud mental y -por otro lado- generar mecanismos sostenidos en el tiempo, sistemáticos e intencionales para promocionar y estimular las emociones positivas, para agilizar las funciones cognitivas, ejercitarlas y fortalecer en gran medida las habilidades lingüísticas y las habilidades sociales, debe convertirse ya en una prioridad de la política educativa.
El docente, la institución educativa, tienen que instruir, asesorar a los padres, hablarles de los estímulos, a qué nos referimos con estímulos significativos, cómo hacerlo desde lo cotidiano, cómo estimular las funciones cognitivas en la vida diaria. No tenemos que dar todo como por sabido. Mucho menos, juzgar. Sino que se trata de conocer la realidad y buscar las formas para actuar en consecuencia.
*Asistente Social- Especialista en Educación
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