La escena familiar retratada hace algunas décadas exhibía a una familia tipo: mamá, papá y dos chicos compartiendo tiempo juntos frente al televisor. El corte comercial era una mala noticia y, a lo sumo, alguien se despegaba del sillón para recargar la taza de café. En la columna de hoy revisaremos la relación de la gente con la publicidad ante la inacción de quienes la interpretan como emisión activa y recepción pasiva.
La publicidad tradicional ya no existe, muta hacia otras formas de vinculación. No me refiero a spots divertidos analizados en programas “creativos” de trasnoche. Acaso podemos desarrollar la más divertida de las publicidades y no vender nada. De hecho, ha sucedido que mucha gente recuerda con una sonrisa el comercial de tal o cual actor, pero nunca la marca o el producto. ¿Se acuerdan la de Darín?
En la actualidad necesitamos llegar a consumidores que están viendo televisión mientras revisan una red social en su teléfono o están chateando por Whats App y escuchan música a través de Spotify. ¿Acaso pueden las marcas seguir sosteniendo mensajes informativos? La respuesta es no.
Se trata de un cambio de paradigma en la relación. La gente ya no se sienta pasivamente en la butaca a buscar publicidades como lo hacía lúdicamente frente al telón del cine San Carlos. ¿Se acuerdan? El juego consistía en el esfuerzo por encontrar tal o cual aviso publicitario frente a la infinidad de diminutos mensajes. El comienzo de la película y el repliegue de la tela marcaba el final y la adrenalina a tope. Casi imposible encontrar algo. Había muchas “figuritas” difíciles; es el día de hoy que me siento frustrado: nunca pude encontrar el recuadro de la empresa de matafuegos. Insostenible.
Twitter, Facebook, Instagram, Spotify y Whats App. Grupos familiares, de fútbol o esos que, lejos de ser una herramienta de seguridad barrial, funcionan como depósito de experiencias cotidianas o chistes de poca monta. Estamos abrumados de información y, en ese contexto, algunas marcas quieren hablarnos. No nos interesa lo que tienen para decir, no queremos escuchar porque no salimos a la calle a leer avisos publicitarios.
La receta es trabajar, encontrar una historia para contar, una oferta por acercar, desarrollar información relevante para la gente a la que nos dirigimos. Promover soluciones, experiencias. Es el fin del mensaje unidireccional. A nadie le interesa lo que tenemos para decir excepto que tengamos un producto/ servicio a precio muy bajo.
El nuevo paradigma es la interacción, formar parte de la vida de la gente y, para eso, hay que tener un estilo, personalidad y propuesta clara. Hay que ser mucho más que un símbolo gráfico en un aviso que se repite secuencialmente. Las marcas deben ser contenido, fundirse en la vida de las personas para luego sí formar parte de ella. ¿Cuál era la publicidad de matafuegos en el telón del San Carlos?.
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