Si hay algo que en estos tiempos la mayoría de las personas hace apenas despega un ojo de almohada es revisar el celular. Abrir el WhatsApp y dar un primer vistazo en alguna de las redes sociales es la primera “necesidad”. Recién ahí sigue el ritual de ir al baño y el cepillado de dientes. Y lo último que esa misma persona hizo la noche anterior antes de dormirse fue conectar el aparato al cargador para arrancar el día siguiente con el 100% de batería.
El ritual cotidiano -que no sorprende, claro- grafica la intensidad del vínculo que en estos tiempos se tiene con un smartphone y en los trastornos de salud que provocan la adicción al teléfono móvil. Con el desarrollo vertiginoso de la tecnología, el celular evolucionó y se impregnó en toda nuestra vida, tanto a nivel recreativo, laboral, académico e incluso para la vida diaria, como en aplicaciones de compra, citas o movilidad.
Al mismo tiempo, ese avance potenció adicciones que ya existían, mientras que en simultáneo aparecieron otras propias de la era digital.
LA SENSACIÓN DE VACÍO EN LA DESCONEXIÓN
“Necesito desconectarme”, es la frase que se repite en distintos ámbitos a la hora de un descanso, un fin de semana o vacaciones. Muchos coinciden, pero son pocos los que pueden lograrlo.
Tan cotidiano y “necesario” es el uso del celular al punto que la desconexión a ese tipo de dispositivos puede generar en algunas personas un “sentido de vacío”, el cual, según especialistas suele provocar angustia, inseguridad, incertidumbre e irritabilidad.
El problema se presenta cuando nos vemos obligados a desconectarnos de los aparatos, por ejemplo por la falta de internet, y debemos preguntarnos qué le sucede al sujeto que está constantemente con su dispositivo y por qué existe una “sensación de vacío” a la hora de desconectarse.
Alberto Trimboli, psicólogo y expresidente de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM), destacó que hace unos años un adicto al trabajo podía llevarse a su casa una carpeta para trabajar el fin de semana, pero que hoy “alcanza un celular y una conexión a internet para llevarse la oficina completa. Incluso una persona adicta a las compras puede entrar las 24 horas a una aplicación y comprar usando una tarjeta. Lo mismo sucede con el sexo y el juego”.
Trimboli indicó que la “sensación de vacío” es un punto a tener en cuenta porque “es un síntoma de que uno está teniendo un problema con el uso de los aparatos”.
“Suele ponerse en evidencia cuando se viaja a un lugar sin acceso a internet, o en un avión, inclusive en la misma casa cuando se corta la luz o internet”, dijo y agregó que, en esas ocasiones, puede aparecer sensación de vacío, angustia, inseguridad, incertidumbre e irritabilidad, algo así como “un síndrome de abstinencia por la falta de uso del dispositivo”.
Según el especialista, el límite entre la adicción y el “uso normal” de la tecnología no depende del tiempo de conexión, sino del tipo de relación que se entabla con el dispositivo.
“El problema existe cuando uno no puede parar cuando tiene que parar. Hay que estar atento y detectar cuando el uso del dispositivo se está volviendo el centro de la vida que lo hace ir dejando de lado los aspectos importantes de la vida, como el trabajo, el estudio, la familia y la vida social”, señaló.
Trimboli mencionó que es importante observar la presencia de ciertos síntomas para alertarnos, como la necesidad continua de uso de dispositivos, paulatinos cambios de costumbres, trastornos del sueño, abandono de actividades que antes daban placer y de la vida social, como el deterioro en las relaciones familiares, vida laboral o escolar, irritabilidad y angustia ante la falta de conexión.
En ese sentido, el especialista refirió que durante el confinamiento aumentó la tendencia de esta dependencia, pero hay que tener en cuenta que “la conexión virtual en tiempos de distanciamiento físico por la pandemia era la única posibilidad de contacto con la familia, lo laboral y lo educativo”.
Por su parte, Santiago Resett, licenciado en educación e investigador del Conicet, dijo al estar tan presentes en todos los aspectos de nuestra vida se genera una excesiva dependencia, y lo segundo es que hay sujetos que se vuelven más dependientes o vulnerables frente a los dispositivos.
“El problema se genera porque muchas veces hay sujetos que por sus características de personalidad psicosocial y cognitiva se vuelven más dependientes y adictos a las tecnologías. Hay sujetos que son más vulnerables a esta adicción”, explicó.
Además, el conflicto recae en que muchos sujetos “no la usan para actividades constructivas, sobre todo los más jóvenes”, lo que en inglés se denomina “pointless” (inútil).
“Estoy aburrido entonces entro a las redes sociales y empiezo a ver publicaciones y gasto el tiempo en nada constructivo. Las redes sociales muchas veces afectan a nivel psicológico porque estás pendiente todo el tiempo de lo que suben los demás. Pero no impactan de un mismo modo, depende de la personalidad, tu competencia cognitiva, si las usas para trabajar, y la edad. Este último es un factor importante”, dijo.
Resett calificó esta dependencia como una “pandemia silenciosa” porque los costos que provoca no se observan de manera inmediata. “Es algo contradictorio -agregó-. Por un lado son muy positivas y, por el otro, hacemos un mal uso y no tomamos dimensión de eso”.
“Andá a cualquier restaurante, a la sala de un consultorio médico o en el transporte, la mayoría de las personas está con el celular, casi no hablan o interactúan. Estamos perdiendo interacciones con las demás personas”, explicó.
De acuerdo al especialista, las experiencias se sienten “vacías” porque el sujeto no se toma un momento para disfrutar del lugar o experiencia, y está pendiente del dispositivo todo el tiempo, acompañado a esto, existe un término para describir el “miedo” a no tener el celular o contar con conexión a internet: nomofobia.
“Las redes sociales intensifican esto, el miedo de “perderme algo” se potencia porque se amplifica la interacción con los demás. No podés dejar el celular no solo por esta cuestión irracional a perder algo, sino que ya es parte del comportamiento compulsivo de hacer algo todo el tiempo”, advirtió.
La “escasa evidencia del impacto de la tecnología educativa” que existe fue resaltada, en la última semana, por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultur) durante una presentación en Uruguay del informe de seguimiento de la educación en el mundo. “Los productos de educación tecnológica cambian en promedio cada 36 meses, con lo que evolucionan más rápido de lo que es posible evaluarlos, y la evidencia disponible la concentran quienes ofrecen las herramientas”, subraya.
Asimismo, el informe resalta dentro de sus hallazgos globales que la tecnología “permite lograr equidad en el acceso educativo”. En ese sentido, apunta que el 87% del estudiantado con discapacidad visual utiliza herramientas digitales y que durante la pandemia, la educación online alcanzó al 31 % del estudiantado del mundo.
Por otra parte, sostiene que algunas tecnologías educativas pueden mejorar ciertos tipos de aprendizajes en determinados contextos y que la velocidad de la tecnología tensiona los sistemas educativos.
En concordancia con eso, el informe dice: “La definición de herramientas a utilizar, su integración en la currícula, el establecimiento de protocolos de seguridad y el aprovechamiento de datos digitales en la gestión educativa resultan desafíos de enorme dificultad para la mayoría de los países, en un contexto en el que aún no se logra que la comunidad de estudiantes practique con tecnologías digitales en los centros educativos”.
Finalmente, detalla que en 2021 se registraron 220 millones de estudiantes online y que en 2022 el 50% de los centros educativos de secundaria del mundo estaban conectados a internet con fines pedagógicos.
También habla específicamente sobre la situación de Uruguay, país que, a través del Plan Ceibal, se convirtió en el primero en implementar el programa One Laptop Per Child (un portátil por niño) a escala nacional.
Algunos de los hallazgos hechos allí son que “la iniciativa Ceibal en Casa llegó a 85 % del estudiantado de Educación Primaria y a 90 % del de Educación Secundaria, mientras que al grupo de estudiantes más pobre se le garantizó el uso de datos de internet de forma gratuita. Además, Ceibal “ha hecho un notable énfasis en atender primero a las personas más desfavorecidas, utilizando plataformas digitales para innovar en experiencias pedagógicas”.
DESTRATO AL CARA A CARA
Más del 50% de los argentinos afirmó que en reuniones “cara a cara” la otra persona “se pone a chequear el celular en medio de la conversación”, acción denominada “phubbing” y que puede convertirse en una forma de “destrato”, según un informe divulgado hoy por una universidad argentina que aborda los comportamientos vinculados con la “adicción a la tecnología”.
“Si bien el celular puede ser un instrumento que conecte a las personas, existe un riesgo de que, por no poder dejar de prestarle atención en medio de interacciones sociales, uno destrate a quien tiene enfrente”, describió la investigación de la Universidad Siglo 21, que definió “destrato” como una “forma leve de maltrato social”.
A su vez, “las nuevas tecnologías de comunicación e información (TICs) están diseñadas para captar rápidamente nuestra atención, por eso estamos continuamente a punto de distraernos”, remarcó Carlos Sponton, coordinador del Observatorio de Tendencias Sociales y Empresariales en la Universidad Siglo 21 y coautor de la investigación.
De acuerdo con el estudio, el 57,7% de los encuestados afirmó que en conversaciones cara a cara, en el ámbito familiar y también entre amigos, “la otra persona se pone a chequear el celular en medio de la conversación”.
En tanto, el 13,3% asumió que “interrumpe conversaciones familiares y con amigos” para chequear su móvil. Ese comportamiento se relaciona con la conducta de “no poder separarse del teléfono”, denominada “nomofobia”, término que proviene del anglicismo “no mobile phone phobia” y que se refiere a la “ansiedad o miedo irracional a quedarse sin acceso a ese dispositivo”. “De ahí derivan conductas impulsivas y de apego extremo, poco controlado y ansioso de chequeo permanente de las redes sociales”, subrayó la investigación.
Esa acción de chequear permanentemente los dispositivos mientras se participa de una conversación cara a cara puede generar que el otro se sienta “ignorado o no tenido en cuenta”, sostuvo Jurkowski.
EN EEUU, UN ESTADO REGULÓ LAS REDES A NIÑOS
Utah se convirtió en el primer estado norteamericano en exigir a las empresas de redes sociales que obtengan el consentimiento de los padres para que los niños y adolescentes utilicen sus aplicaciones. También deberán verificar que los usuarios tienen al menos 18 años. El gobernador republicano del estado, Spencer Cox, firmó en marzo de este año dos nuevas leyes al respecto. Las normativas dan a los padres pleno acceso a las cuentas en línea de sus hijos, incluidas las publicaciones y los mensajes privados.
El consentimiento explícito de los padres o tutores será necesario para que los menores puedan crear cuentas en aplicaciones como Instagram, Facebook y TikTok. Las normativas también imponen un toque de queda en las redes sociales que bloquea el acceso de los niños entre las 22:30 y las 06:30, a menos que lo ajusten de manera diferente sus padres.
A su vez, las empresas de redes sociales ya no podrán recopilar los datos de los niños ni dirigirles publicidad. Las dos leyes -que también están diseñadas para facilitar las acciones legales contra las empresas de redes sociales- entrarán en vigor el 1 de marzo de 2024.
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