Pasión compartida: madres e hijas que eligieron el mismo camino y disfrutan de la profesión que las une
EL DESAFÍO DE HACERLO JUNTAS

Pasión compartida: madres e hijas que eligieron el mismo camino y disfrutan de la profesión que las une

El legado de una empresa familiar, la iniciativa de un emprendimiento o la elección de la misma profesión. En el Día de la Madre, historias de generaciones que transitan juntas la misma trayectoria, y hacen de eso una instancia para compartir lo que les gusta.

Un consejo, una guía, una mano en el momento más indicado. La relación con una madre está signada por los momentos bisagra de la vida, y la elección de la trayectoria laboral es uno de ellos. 

Entre la admiración, la compañía y el cariño mutuo, son muchas las madres e hijas que han elegido trabajar juntas o han optado por la misma profesión. En diálogo con Democracia, algunas de ellas detallaron los desafíos, ventajas  e implicancias que ello tiene. En el fondo, en definitiva, una relación familiar que se mantiene inalterable.


  
Librería familiar

La librería Bianco fue fundada en 1895 por Nicolás Bianco, inmigrante italiano. En el tradicional local ubicado en Belgrano 12, inauguró una librería e imprenta que, más tarde, dirigirían sus sucesores, Mario y Ricardo. Ana María Granzotto está en el negocio desde que se casó con Ricardo Bianco, con quien pasó gran parte de su vida, y hoy es su hija, Liliana, quien continúa el legado de la empresa familiar.

“Venía desde muy chiquita a la librería”, recordó Liliana, que cuando estaba en la secundaria, luego del colegio, solía atender a los clientes y ordenar la mercadería. “Desde entonces ya ayudaba a mi familia”, destacó.

Inicialmente, no sentía particular afinidad por el negocio, pero, tras involucrarse, descubrió con entusiasmo lo relativo al manejo de una empresa, las tecnologías y la variedad de artículos con los que trabajan. “Al día de hoy no deja de sorprenderme”, señaló. Pero estar al frente de la librería no fue espontáneo, y la compañía de Ana María fue, en ello, fundamental. “Mi mamá siempre estuvo y está a mi lado, fue quien me enseñó”, afirmó Liliana, que la considera un referente.

La admiración es compartida. Al ver su negocio en funcionamiento a diario, Ana María se siente “muy conforme”, puesto que considera que tanto su hija como su yerno, Javier Paesani, “son muy eficientes y han conducido a la librería con mucho éxito”. 

Sin embargo, ella no abandonó su pasión y, aún hoy, participa activamente en la empresa. “Nos complementamos en las tareas”, explicaron, puesto que, además de atender al público, ambas se encargan de los aspectos administrativos que conciernen a la librería. “El vínculo es muy bueno, hay un gran afecto entre madre e hija”, reconoció Liliana, que, junto a Ana María, tienen un secreto: “No separamos el trabajo de la familia, trabajamos en un ambiente familiar y en equipo”, destacaron.

En la salud

Farmacia Del Águila fue fundada por la familia Vilani, de origen italiano, en el año 1916. En sus más de 100 años de existencia, Patricia Duhalde estuvo a cargo los últimos 33. “Mi hija Florencia tenía cuatro años cuando empecé a estar al frente de la farmacia”, señaló.

Entre el cuidado de sus hijos, los trabajos administrativos y el día a día en el local, Patricia recordó que “fueron años duros pero muy lindos” y destacó que “el motor fue la ilusión de brindar la mejor atención posible y el mejor servicio”.

Florencia Nafissi, su hija, eligió estudiar farmacia y se graduó en la Universidad de Belgrano. Tras una etapa en Capital Federal, regresó a su ciudad natal e ingresó a la farmacia familiar. Hoy, desde hace 12 años, trabaja a la par de su madre a diario.

“Fue un proceso de adaptación mutuo”, afirmó Patricia, que también agradece los “excelentes colaboradores” con los que ambas han contado para llevar adelante la actividad. 

Pero también se trata de aprender, en un campo donde se necesita conocimiento y profesionalismo. “Siempre me sentí acompañada por mi madre”, destacó Florencia que, junto a Patricia, desempeña tareas de atención al público y administración. Detrás de las horas de trabajo diario y el vínculo laboral hay una madre y una hija, y Florencia reconoce que “es un desafío mantener el vínculo, porque hay muchas situaciones estresantes”, aunque ambas observaron que han llegado a “un sano equilibrio”.

“Nos sentimos orgullosas trabajando juntas”, concluyeron.

En los primeros pasos

La pasión por la enseñanza es también un legado que se transmite de madre a hija. María Cecilia Álvarez fue maestra jardinera en San Jorge durante 30 años y Anabella Vittar, su hija, fue tras sus pasos.

Respecto a sus comienzos, Anabella recordó que, cuando terminó el secundario, trabajó durante 6 años “como ayudante en las salas, acompañando a las maestras”, mientras su madre era preceptora y ella cursaba la carrera de Trabajo Social. En 2011, complicaciones de salud de María Cecilia la ayudaron a optar por el profesorado de Educación Inicial.

Desde entonces, su madre no pudo regresar a las salas y fue ella quien ingresó como reemplazo en su puesto de trabajo, la preceptoría en el jardín San Jorge. 

“Pude compartir la profesión con mi mamá desde chica, porque ella trabajaba donde yo iba todos los días”, explicó Anabella.

Por su parte, a una década de su retiro, María Cecilia recuerda con afecto su etapa en la docencia. “Fui muy feliz, compartir con los más pequeños es maravilloso”, expresó, y recordó la “excelente relación” que tuvo con sus pares y la comunidad educativa, en un jardín que consideró su casa. “Volvería a elegir la misma profesión siempre”, afirmó.

En el caso de Anabella, ello no estaba tan claro inicialmente. “No aspiraba a ser maestra. Lo que me llevó a tomar la decisión fue el momento en que mi mamá se enfermó”, señaló, y hoy se muestra agradecida con dicha elección porque la docencia es, para ellas, un espacio de encuentro. “Compartimos situaciones y experiencias”, afirmó la maestra jardinera que, incluso, encuentra en su madre, con 30 años de trayectoria, una fuente de consulta sobre aspectos que conciernen a su campo.

“Que mi hija elija mi profesión fue un orgullo”, resaltó María Cecilia, que considera que fue “un espejo donde ella se pudo ver”. Es que, detrás del guardapolvo, hay muchas horas de trabajo, planificación, preparación de materiales y estudio. Ella, por su parte, observó que Anabella tiene “amor por los chicos y respeto hacia sus compañeros” y, en ese sentido, considera que son iguales. Dos ejemplos de pasión dentro de las salas.

“Haber elegido la profesión que desempeñó mi mamá por tanto tiempo me hizo dar cuenta que ese era mi lugar en el mundo”, destacó Anabella, y agradeció poder compartir con ella “la maravillosa tarea de enseñar”.

Dos formadoras 

El amor por educar también alcanza a los estadios más avanzados, y pone en relieve que las trayectorias profesionales son difícilmente predecibles. La historia del acercamiento a la docencia por parte de María Paula Dani también es curiosa.

Dora Silvina García, su madre, fue profesora de contabilidad, economía y mecanografía, coordinadora de EGB y secretaria, y ejerció toda su carrera en el colegio Santa Unión.

Fue docente por 34 años y se jubiló hace 1 década. Paula, por su parte, es licenciada en asistencia social y llegó a la docencia de manera fortuita. “Cuando estaba por rendir la tesis en la Universidad del Salvador me llamaron del instituto local para ser docente en materias de la carrera”, señaló. Hoy, hace ya 15 años que da clases en dicha instancia y, formación pedagógica mediante, también se convirtió en docente del nivel superior, y fue tras los pasos de su madre. “Cuando empecé, los consejos de mi mamá fueron fundamentales, ella fue mi primera guía antes de la formación docente”, señaló. 

En su caso, trabaja en el colegio parroquial San Ignacio desde hace 6 años en el dictado de la materia construcción de la ciudadanía”, destacó Paula, que recuerda las recomendaciones de su mamá cuando era adolescente y, en contraste, el ingreso a Asistencia Social.

“Yo estudie lo que me gustaba en ese momento”, afirmó, y recordó cuando fue convocada por el instituto. “Llamaron a mi casa, atendió mi mamá y me dijo que probara. Gracias a eso descubrí mi vocación”, destacó. 

Para Dora, ver a su hija ir tras sus pasos fue lo que siempre quiso. “Me alegra mucho y me pone muy feliz que le haya gustado la docencia”, expresó. Pero la profesión las une desde hace mucho más tiempo. Paula recordó que, de chica, disfrutaba imitar a su madre cuando jugaba a la maestra y, cuando era adolescente, incluso la ayudaba a completar planillas. Su madre fue su profesora durante la secundaria y fue quien le enseñó mecanografía y contabilidad. Hoy, la docencia también es un espacio de encuentro para ambas, que comparten experiencias y anécdotas.

“Somos muy parecidas en la forma de trabajo, somos muy organizadas” explicó Dora, y Paula observó que, incluso, tienen la misma letra. “La mía es un poco más desprolija”, admitió.

Un equipo para las fiestas

Liliana Yarmuch es maquilladora desde 1983. Trabajó durante mucho tiempo a domicilio, incluso en otras ciudades de la costa y Bariloche, y abrió su propio estudio, ubicado en Hipólito Yrigoyen 393, en 2012. En ese entonces, su hija, Manuela Miranda, tenía 21 años. 

Manuela estudió diseño de indumentaria y producción de moda, y fue en este último campo en el que trabajó hasta que, en 2016, decidió comenzar a trabajar con su madre.

“Siempre me gustó peinar, tenía facilidad y empecé a hacerlo para los books”, explicó. Con el tiempo, y gracias a la formación, adquirió confianza para trabajar en eventos y constituir el equipo que es hoy con Liliana. 

Son compañeras, se divierten, y trabajan juntas a diario con las clientas que se alistan para los festejos y celebraciones, pero ello es resultado de un largo proceso. “Que Manu comenzara conmigo fue un gran desafío, trabajar madre e hija juntas no es fácil”, explicó Liliana que considera que “separar el vínculo laboral de la vida familiar es complicado y prácticamente imposible”.

Por su parte, Manuela admite que trabajar en familia “es complicado”, pero agradece haber elegido la profesión, porque junto a su madre hacen muy buen equipo. “No me veía trabajando con mi mamá, pero así se dio y me gustó”, destacó.

Es que, ante eventos grandes o, sobre todo, a fin de año, suelen pasar muchas horas en el estudio, entre el maquillaje y peinado de cumpleañeras, familiares, novias, amigas y egresadas. Además, cuentan con el servicio de “glitter bar” para los eventos y son quienes trabajan detrás de las producciones fotográficas.

“Tanto a Manu como a mí nos encanta lo que hacemos, le ponemos mucho amor y dedicación”, destacó Liliana.<

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