CULTURA

El enorme legado de Batato Barea, ahora reconocido en su ciudad natal

El año que viene se cumplen 30 años del fallecimiento del actor y performer juninense, considerado el creador del teatro underground de la Argentina. Un proyecto en el Concejo Deliberante de Junín impulsa declararlo Personalidad Destacada de la Cultura post mortem.

Artista radical, inclasificable, polifacético, reconocido como el creador del teatro underground en la Argentina, Salvador Walter Barea, más conocido como Batato Barea, nació en Junín, el 30 de abril de 1961, ciudad en la cual vivió hasta 1968, cuando se mudó con su familiar a Capital Federal. 
Ahora un proyecto presentado por el bloque de concejales del Frente de Todos Junín busca declararlo –el año que viene se cumplen sesenta años de su nacimiento y treinta de su fallecimiento- Personalidad Destacada de la Cultura post mortem y comunicar el reconocimiento al ministerio de Cultura de la Nación y al ministerio de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires. 
En los fundamentos del proyecto, el autor de la iniciativa, el edil José Bruzzone, destaca que Batato “es reconocido como uno de los puntales generacionales del movimiento underground argentino de la década del ochenta, movimiento intrínsecamente ligado a la recuperación de las libertades democráticas”. 
Y agregó: “Integró grupos teatrales memorables como Hello Dolly, El Clú del Claun, Peinados Yoli e inició una saga proseguida por actores de la talla de Alejandro Urdapilleta, Antonio Gasalla, Guillermo Angelelli, Fernando Noy, Humberto Tortonese, Rony Arias, Divina Gloria y muchos otros que reconocen en Batato a quien inventó el underground argentino”. 
“Muchas de las cosas de las que hoy nos reímos los argentinos y que hoy nos interpelan desde la escena nacional fueron creadas por Batato. Y muchas de las cosas que la Argentina aún hoy trabaja por aceptar socialmente (la homosexualidad, el trasvestismo) fueron sostenidas por Batato de una manera vanguardista, en un tiempo mucho más peligroso, constituyendo un antecedente imprescindible de las luchas actuales”, afirmó. 
“En 2021 se cumplirán sesenta años de su nacimiento y treinta de su fallecimiento, ocasiones que ameritarán múltiples homenajes en todo el mundo artístico nacional, por lo que el presente proyecto aspira a ser el primero en recordarlo y reconocerlo como un hijo destacado de nuestra ciudad”, expuso. 

“Clown travesti literario”
Como se dijo, Batato nació en Junín, en 1961, y en 1968 se trasladó con su familia a Buenos Aires, donde continuó sus estudios primarios. Inició la escuela secundaria en el colegio Nuestra Señora de Luján, una institución de los hermanos Maristas, donde su madre esperó que adquiera la vocación religiosa. Sin embargo, terminó el secundario en un colegio comercial, de donde egresó como perito mercantil en 1978. Desde muy joven asumió explícitamente su homosexualidad.
A partir de 1978 se estableció definitivamente en Buenos Aires para vivir solo, primero en pensiones y luego en un departamento. Ejerció diversos trabajos como camarero, cadete, vendedor de salames y masajista.
Desde pequeño mostró interés por el teatro. Comenzó su formación de actor en 1979 con Marta Berretain, en la Asociación Cristiana Femenina de Buenos Aires. Más tarde, estudió con Lito Cruz (1980-1981), Víctor Mayol y Enrique Dacal (1982-1983). También tomó cursos de entrenamiento vocal y danza jazz.
En 1980 realizó el servicio militar obligatorio, experiencia que recordó como “muy desagradable”. Al año siguiente, se suicidó su hermano Ariel.
Comenzó sus incursiones en la escena ya en 1978, aunque sus primeros trabajos no influyeron demasiado en la constitución de su carrera futura. Entre 1982 y 1983 participó de varios espectáculos disímiles, entre ellos, Romeo y Julieta, junto con Guillermo Angelelli y Jean Pier Noher. Intervino como actor titiritero del grupo Marionet en El circo y la vida, espectáculo presentado en el Teatro Presidente Alvear, y como asistente de dirección de Calígula de Pepe Cibrián, donde conoció al bailarín Fernando Arroyo, con quien luego funda Los Peinados Yoli. Paralelamente se desempeñó en publicidad.
En 1984 estudió clown con Cristina Moreira, quien tuvo una influencia determinante en su concepción teatral. Continuó su formación con Raquel Sokolowicz. Además, intensificó su asistencia a cursos de distintas disciplinas como flamenco, danza contemporánea, barra à terre, formación vocal y acrobacia.
Durante este año colaboró en la obra Gasalla en terapia intensiva junto con Antonio Gasalla, quien le ofreció conectarse con el teatro comercial. Simultáneamente, comenzó a presentar números escénicos en distintos espacios de la vida nocturna. Así, participó en el espectáculo El simposio, junto con Vivi Tellas y Jorge Gumier Maier y formó parte, junto con Divina Gloria, del ciclo Sábado a la noche en el Centro en el Centro Cultural San Martín. También realizó presentaciones callejeras en la plaza de San Isidro. En noviembre participó con el grupo Hello, Dolly –integrado además por Alejandra Flechner, Gerardo Baamonde, Olkar Ramírez, Daniel Casarmeiro, etc.–, del Tercer Encuentro de Lenguaje Corporal organizado por el ministerio de Cultura y Educación de Mendoza.

En abril de 1984 actuó por primera vez con Los Peinados Yoli, agrupación que renovó la estética teatral a través del varieté y los monólogos. También en 1984, Barea conformó El Clú del Claun. De estas experiencias surge el nombre de Batato Barea. Los espectáculos más recordados del grupo son: Arturo (1985), Escuela de Payasos (1986), ¡Esta me la vas a pagar! (1986) El burlador de Sevilla (1988), La historia del teatro (1989). 
En 1985, Batato Barea actuó en Blanco, rojo y negro, de Cristina Moreira. Ese mismo año comenzó a desarrollar una estética propia tanto en sus unipersonales como en su desempeño como director. Entonces trabaja con compañeros como Humberto Tortonese, Fernando Noy y Alejandro Urdapilleta. Sus obras mezclan el humor con la poesía de Pizarnik, Perlongher, Noy, Storni y Laiseca, incorporando además la realidad de la calle, lo bajo y lo marginal. Los perros comen huesos es su primer espectáculo sobre textos de Alejandra Pizarnik que se estrena en el Centro Cultural San Martín, siendo en principio prohibido para luego volver a escena. La controversia se había planteado por el pasaje en el cual Barea intentaba tragarse una ostia enorme, en cuyo revés estaba la frase: "Enemigos del pueblo: Monseñor Plaza, Zaffaroni y Aramburu”.
Realizó varias obras en el Centro Cultural Ricardo Rojas, entre las que se destacan El recital de poemas, El puré de Alejandra, Irremediablemente, La desesperación de Sandra Opaco –realizada junto a travestis de murga–, y Los fabricantes de tortas, en la que actúa con Urdapilleta y que fue seleccionada para la Primera Bienal de Arte Joven. Realizó unipersonales, sketchs y performances en discotecas como Cemento, el Parakultural, bares y centros culturales. Al mismo tiempo, continúa trabajando esporádicamente en publicidades y desfiles, además de intervenir en una película.
Hacia 1987 es ampliamente reconocido por la comunidad teatral. Antes de su partida a Brasil, ese mismo año, es homenajeado con la despedida Bai Bai Batato, en el Parakultural. Dos años después se define como “clown travesti literario” en una pequeña autobiografía que solía presentar junto a su currículum.
En 1991 sabe que está enfermo, pero no lo dice. Hacia el final de su vida acentúa el componente travesti de su personalidad, luciendo flamantes senos y dejando en claro que estos no son una vergüenza sino una elección personal, corroborada en su espectáculo Todo menos natural.
Días después de presentarse en el Festival Rioplatense de Nuevas Tendencias Teatroff de Montevideo, muere en diciembre de 1991 víctima del SIDA. Su última creación, La Carancha o María Julia, la carancha, una dama sin límites, es una sátira referida a la funcionaria menemista María Julia Alzogaray, ejecutada junto a Urdapilleta y Tortonese.
Tras su deceso, se realizan documentales y videos sobre su vida y su labor teatral –en 2011 se estrena La peli de Batato, dirigida por Goyo Anchou y Peter Pank–, además de numerosos homenajes de sus colegas y amigos. Su figura se ha convertido en mito, y existe en la actualidad un museo, Batatópolis, en la que fue su casa en el barrio del Abasto. Su poética del pastiche perdura hasta la actualidad.

“Nos enseñó a ser libres”

Seedy González Paz, albacea y amigo personal de Batato Barea, afirmó en una entrevista con Democracia que el legado que dejó “fue la libertad y la lucha perpetua por la identidad” en un contexto de represión.

-¿Batato recordaba su infancia en Junín?

-Sí, por supuesto. Hay una nota donde Batato dice ‘nosotros somos de Junín, somos del campo’, Junín está presente, era parte de sus charlas, y siempre en todas las notas, libros, biografías, documentales, se marcó que nació en Junín.

Justo estoy haciendo un pequeño documental y cierro con un aviso (fúnebre) de un diario de Junín, porque me pareció lo más puro, como esencia. No las notas que salían en Clarín, en La Nacion, sino la de Junín, la cual dice: ‘el señor Batato Barea falleció… cuando una salud delicada… sus padres, que si bien eran de Rojas… gran parte de su infancia la pasó en Junín, luego decidió radicarse en Buenos Aires por sus ambiciones artísticas’, con esa nota cierro. Es gracioso que lo traten de señor, porque muchos lo veían como una mujer. Él ponía el cuerpo, era una escenografía caminando. Los restos de Batato están en el cementerio de Rojas.

-¿Cómo resumís el legado de Batato?

-Dejó un legado delibertad, de lucha perpetua por la identidad, por la elección de su persona, no sexual, sino para remarcar que uno, antes de todo, es una persona y que todos somos iguales ante la mirada de todos. Formó parte de una generación que, de alguna manera, venía callada por todos los hechos históricos que ya conocemos. Y él elevó su ser, fue como una punta de lanza estética, en este caso a través del teatro y la performance, para poder demostrar que uno puede ser y hacer más de lo que se proponga, a pesar de las propias limitaciones. Por eso el clown, para él, fue la liberación total, porque es la raíz de la torpeza, de lo que no se puede hacer, de lo que te sale mal. Todo lo que a él le salía mal, de alguna manera era para hacer bien. Lo que dejó es ese legado, de enseñarnos a ser libres, y sobre todo a partir de un nivel de pureza, porque no era una persona que consumía drogas, no es que hacía las cosas porque estaba dado vuelta, sino que tenía un propósito en la vida, que consistía en demostrar que, desde abajo, se puede llegar a mucho. De hecho pasaron casi 30 años de su muerte y se habla de él como si estuviese vivo. El año pasado salió un libro que compila sus dibujos, con más de 300 páginas, que ahora está en el Malba. Todo lo que estaba prohibido o era marginal, ahora está en los museos, lo estudian los investigadores, tiene una sala de teatro con su nombre. Todo lo que era underground o que estaba afuera del sistema, el sistema, tarde o temprano, lo termina deglutiendo y te convierte en un edificio, en un busto. Pero yo sigo los pasos, de alguna manera, como si fuera su madre o su padre. A pesar de que yo pueda estar en contra de todo el sistema, pienso en ellos, y ellos dirían que sí a todas estas cosas. 

Él trabajó en el ámbito teatral con gente que no tenía formación escénica, de hecho una de las personas que participó en esos espectáculos era su madre, que como toda mujer de campo, de manejarse en la distancia, de hablar fuerte, tenía una voz de pecho muy grande, la ponías en el escenario y se escuchaba y tenía buena dicción, tenía una voz que era teatral. Se la escuchaba desde la última fila. Batato la ponía a cocinar fideos, luego los ponía en bolsitas y los arrojaba al público, como una performance. Batato fundó el canon de una estética que se repite hasta ahora, que tiene que ver con la libertad de no ensayar, de improvisar, de hablar de una manera poética de todo lo chabacano. En lo sexual se avanzó mucho, con el matrimonio igualitario, el auto-percibimiento, bueno, él se auto-percibió desde el pasado hacia el futuro, decidió cambiarse, Walter por Batato. A mucha gente se le despertaron vocaciones después de ir a verlo a Batato, porque él tenía la particularidad de poder hacerte creer que todo lo que él hacía era fácil.

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