Nacida en la ciudad de Junín, el 17 de febrero de 1967, Leila Guerriero es una reconocida periodista argentina que se destaca por su habilidad para el periodismo narrativo o literario. Estudió turismo, carrera que terminó pero no ejerce y su inicio en el periodismo fue en 1992 cuando consiguió su primer empleo como redactora en Página/30, revista mensual del periódico Página/12.
Leila Guerriero es una maestra para muchos en la profesión periodística, no sólo por su conocida faceta como docente, sino por su ojo clínico a la hora de escribir. Escribe muchas crónicas en su profesión, pero no sólo eso. La periodista narra escenas, describe gustos, olores, sonidos y escenas, que pueden ser degustados, olidos, escuchados, vistos o palpados por quien la lee. Es una experta en transmitir una especie de “realidad virtual” con un teclado, un libro o un escrito.
En "Teoría de la gravedad", Guerriero recuperó sus columnas escritas para El País de España durante cinco años, las editó y reorganizó a partir de ejes como la escritura, el duelo, la vida en la ciudad y la convivencia para dar lugar a una condensación de sentidos que, en forma de crónicas breves, golpean, conmueven e interpelan al lector en torno a la práctica de la existencia.
En esta entrevista a Télam, dice que "tenerse paciencia cuando las cosas no salen es indispensable", compara el momento de la escritura con el de amasar el pan o cosechar porque no siempre sale igual y requiere tiempo pero dice que "hay que hacer el esfuerzo" por preguntarse por lo que uno tiene para decir si va a romper el silencio y hablar con un altavoz porque asevera que una columna es eso: un altavoz.
- ¿Cómo fue el trabajo de selección de estas columnas?
- Son un recorte muy específico, son aquellas que tenían un punto de vista más personal, un paisaje que licúa lo interior con lo externo pero no hay cuestiones coyunturales. Escribo mucho sobre temas de género, sobre la relación entre la iglesia y el Estado, sobre la sociedad latinoamericana, sobre la visión que tiene Europa sobre Latinoamérica, sobre política latinoamericana.
Esas columnas quedaron por fuera. El editor y yo queríamos que el libro tuviera una especie de poética propia y, en ese sentido, hay columnas que funcionan como pequeñas crónicas, como un viaje a Junín, a mi pueblo, a mi ciudad y de pronto todo lo que son las reflexiones, añoranzas o no, lo que sale de un paseo por el campo o la ruta. Siempre para hablar de algo que trasciende la pequeña anécdota personal porque intento poner esa historia personal, esa anécdota- que es una palabra que odio- en algo más trascendente. Que hable de la pérdida, de la infancia perdida. En ocasiones funcionan como pequeñas crónicas, no siempre, pero hay en todas una mirada periodística.
Nunca nadie te va a decir "entregá cuando puedas". Siempre así ha sido con el oficio, si uno quiere hacer las cosas marcando una diferencia de calidad, de mirada, más reposada, menos urgente, el tiempo hay que buscárselo"
-Hay muchas referencias a la poesía, muchos poetas citados. Pensaba en la potencia en los finales de estas columnas, ¿relacionás eso con la poesía?
- Puede ser, las columnas tienen un tipo de escritura que sería difícil de llevar a una crónica muy larga. Tienen un estilo muy denso, un perfume muy concentrado y llevar eso a una prosa, a un texto de 17 páginas, es muy posible que genere empacho. Así que por momentos es necesario aplicar una escritura más efectista, como algo muy encendido que también me gusta probar. Me interesa también la dimensión visual, auditiva del texto.
Puedo pasarme mucho rato buscando una palabra si necesito que una frase tenga una determinada métrica o si tengo que poner una reiteración, un subrayado. Lo mismo si la palabra que encontré suena débil y no convoca a la temperatura y la textura que quiero sobre esa parte del texto.
Muchas veces me pasaba que escribía una columna y entendía perfectamente lo que quería decir y donde tenía que llegar pero faltaba algo para ese remate. Necesitaba que todo lo que postulaba fuera apoyado por una voz más fuerte que la mía, con una argumentación más potente, más autorizada y de golpe recordaba aquel poema de Viel Temperley, de Fabián Casas o de Mariano Blatt, de Sharon Olds o Louise Gluck y a veces terminaba encontrando una cosa totalmente inesperada, otras encontraba un verso que era tan maravilloso que había que construirle una columna alrededor.
-Hacés un paralelismo entre escribir y amasar. Cómo te interesa pensar la variable del tiempo en la escritura?
- Tenerse paciencia cuando las cosas no salen es indispensable. Nunca las escribo en automático, salvo alguna situación puntual, termino escribiendo el domingo para entregar el lunes, pero con un respaldo.
Tengo un colchoncito, una parrilla entonces si no me sale nada mando una que tenía preparada. Me lleva mucho tiempo escribir las columnas. Ahora estoy preparando una columna para El país semanal y hace tres días que la estoy escribiendo: primero se me ocurre, después la escribo, la reviso, hago modificaciones, saco cosas, agrego otras. Estas columnas me han llevado días pero no es lo único que hago entonces no es que estoy 3 días solamente escribiendo 360 palabras.
No es así como funciona pero el tiempo es importante No es matemática y con la escritura pasa lo mismo. El tiempo hay que hacérselo. Nunca nadie te va a decir "entregá cuando puedas". Siempre así ha sido con el oficio, si uno quiere hacer las cosas marcando una diferencia de calidad, de mirada, más reposada, menos urgente, el tiempo hay que buscárselo.
Con las columnas hay un trabajo de investigación, de leer, de limpiar cosas que en principio parece que no tienen ningún nexo, de tratar de encontrarle una mirada más interesante a algo sobre lo que ya se dijo mucha cosa. Hay que hacer el esfuerzo de preguntarse "si voy a romper el silencio, si voy a decir algo en voz alta con un altavoz -porque una columna es eso, un altavoz- para qué voy a aprovechar este espacio ¿para decir lo que ya dijeron todos, para regodearme y que miren todos diciendo qué linda metáfora tiene ella para decir?". No, es para tener algo para decir. Escribir desde un lugar de incomodidad, de no quedarte con lo primero que se te ocurre.
-¿Estás de acuerdo con la idea de que la escritura es una práctica en soledad?
- En mi caso sí. No conozco a tantas personas que puedan escribir sin estar solas pero hay. Sergio Olguín puede escribir en cualquier circunstancia. Una vez le hice una entrevista y la mesa de escritura estaba en el medio de la cocina. Me produce mucha admiración esa capacidad de abstraerse. Otros escritores, como Martín Kohan, escriben en bares. Yo no estaría de acuerdo en generalizar. A mí me molesta estar con alguien, incluso en la casa, cuando escribo.
Puedo tomar nota en bares pero no puedo escribir. Ahora, aún en los que escriben rodeados de gente hay introspección, concentración, es estar metidos en un mundo propio, que eso es la soledad en definitiva. Hay que escribir muy conectado con ese mundo que uno está intentando capturar y que se escapa todo el tiempo y para eso hace falta, no sé si estar solo, pero sí concentrado. Y la concentración en mi caso es casi sinónimo de soledad, para la escritura por lo menos.
-¿Y cómo funcionaron en ese sentido las redacciones por las que pasaste?
- Me encantó estar en redacciones pero tengo que decir que nunca, salvo excepciones, escribí un texto en una redacción. Siempre me iba a escribir a mi casa, me malacostumbraron en Página/30. Trabajaba mucho en la investigación, en el reporteo, durante la semana y después escribía en mi casa el fin de semana. Para las notas más complejas, empecé a pedir quedarme en mi casa. Tenía que entregar algo un lunes y pedía quedarme en casa jueves, viernes, sábado y domingo. Y supongo que cuando sos cumplidor y no llegás el lunes con una reverenda porquería y se dan cuenta que no es que te tomaste días para ir al shopping sino que te quedaste en tu casa escribiendo, empezás a generar eso.
Siempre trabajé en revistas, que es una ventaja para mis tiempos porque soy muy lenta, pero después cuando trabajé en otras redacciones hablé con el editor antes de entrar y planteaba que mi manera de trabajar era esa, que cuando escribía necesitaba estar muy ensimismada y en un lugar tranquilo.
La redacción tiene esta cosa de la conversación informal y viene alguien a tu escritorio te interrumpe, es muy invasivo. Estuve en redacciones hasta 2009. Pero me resultaba muy distractiva, era muy estimulante pero también decía paren porque tengo que cerrar esta página. En ese sentido no podría decir como funciono escribiendo largo en una redacción porque salvo alguna cosa muy urgente, la tarea de escritura fuerte la hacía en casa.
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