La televisión argentina se ha entregado totalmente a los vaivenes de la pandemia que azota al país y al mundo.
No es que le hiciera mucha fuerza en los primeros días, pero en las últimas semanas se ha dejado arrastrar por la marea sin saber que el agua podía entrar por la puerta.
Dejemos de lado las metáforas, los canales trabajaron como si fueran inmunes a la llegada del Covid-19 a sus estudios.
Algunos directivos de las emisoras presionaron para que sus empleados fueran a trabajar. Se relajaron las normas conforme los programas empezaban a cuestionar el éxito de la cuarentena.
A veces uno quisiera que el comunicador pudiera abstraerse de ser público, pero parece que esta vez la retroalimentación entre audiencia y programas convenció a los medios que la curva no llegaba y que ya estaba bien de tener poca gente en el piso e invitados por zoom, meet o Skype.
Las consecuencias se empiezan a ver: Telefe tiene un programa de entretenimientos grabados al mediodía luego de que Lizzy Tagliani y toda su producción tuvieran que hacer cuarentena obligatoria por varios casos positivos.
En el 9, Chiche Ferro dio positivo y algunos de su colaboradores en el noticiero pasaron a tener que hacerse hisopados.
Protocolos de emergencia en Morfi por el positivo del intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, marido de Jessica Cirio.
Y, además, caso en algunas radios, ahora públicos y otros sospechados y acallados.
El caso más sintomático, que parece un juego de palabras, es el de Quique Sacco, el periodista que dio positivo por coronavirus y puso en alerta a no menos de tres radios y un canal de televisión.
El lunes 22 de junio los programas empezaron a preguntarse cómo iba a hacer el Gobierno, si éste decidía volver atrás, para convencer a la gente. Si debía ser a través del miedo.
La televisión, parece, tiene miedo, jugó al límite para no perder rating y la vuelta puede ser complicada.
Mientras los programas de paneles empiezan a ver si es hora de achicarse, los canales con una grilla más amplia deben revisar sus tácticas.
Marcelo Tinelli no vuelve y el 13, necesitado de rating, trae una novela que dejó de emitirse hace muy poco. Si es para compensar con Adrián Suar el levantamiento de Separadas y de paso levantar la audiencia, no estaría funcionando.
En el primer día de emisión ATAV (Argentina, tierra de amor y venganza) no superó los 5 puntos, dejando una nueva preocupación en la calle Constitución.
La sección vespertina y nocturna tiene problemas, Mamushkas no encuentra público, Telenoche resignó media hora para ver si los números cambiaban y este reestreno no parece tener, por ahora, audiencia expectante.
La combinación entretenimiento, noticias y ficción sería saludable y bien recibida sino fuera que los canales sufren de los mismos problemas que sufre la Nación.
Nadie estaba preparado para esto y los planes B no siempre aparecen. Y cuando aparecen, quizá, no son tan saludables como deberían ser.
Programas periodísticos que criticaban la cuarentena y dudaban de su efectividad, hoy se cuestionan cómo volver el tiempo atrás.
Sigue siendo llamativo que el público necesite casos conocidos para sentir que la enfermedad es real, pero más llamativo sería descubrir que muchos comunicadores pensaran lo mismo.
Sería de buena fe que así fuera, pero no por ello menos perturbador.
(*) - Horacio Marmurek es periodista de cultura y espectáculos
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