La Catedral de Notre Dame arde. De repente, el fuego y el humo se adueñaron de uno de los emblemas de París. Un edificio emblemático y que, como muchas edificaciones de la Edad Media, está envuelta en misterios y secretos. Y uno de los más conocidos es el del joven herrero Biscornet, a quien se le encargó la terminación de las puertas laterales de la catedral, la llamada puerta de Santa Ana. Un relato que, con los años, también es recordado como la Maldición de Notre Dame.
Si en el 1300 la vida era dura, ser un artista conllevaba un peso enorme. Por eso para sobrevivir no hacía falta con hacer buenas obras, sino también rentables. El joven Biscornet comenzaba por esos días a ganarse una interesante reputación por su manera de trabajar el hierro.
Fue así como los encargados de terminar la (hoy) histórica catedral de Notre Dame lo convocaron para que le diera el toque final a la puerta de Santa Ana. Un reto enorme para Biscornet y la posibilidad de inmortalizar su nombre. Lo que consiguió, aunque no como él esperaba. Obsesionado con su trabajo, Biscornet le dedicó día y noche al proyecto.
Horas y más horas para lograr su mejor trabajo. Al ver que el tiempo pasaba y no le era fácil terminar su labor, buscó ayuda. Pero no la consiguió. Así el tiempo de trabajo se multiplicó segundo tras segundo, hasta dejar a un lado el comer y el dormir.
La leyenda dice que a punto de desfallecer, tras otra jornada interminable, el joven Biscornet una noche cayó rendido dentro de la catedral. Y que recién despertó cuando alguien llamó a su puerta. “Al fin me escucharon”, dijo el joven herrero. Sin embargo, quien estaba del otro lado era el mismísimo Demonio, que le habría ofrecido ayuda para terminar su trabajo a cambio de su alma.
Con el sí de Biscornet, la obra finalmente estuvo lista. Era hermosa y fue el último trabajo del joven herrero, quien falleció a los pocos días de terminarla. Aunque faltaba un capítulo más, uno que agrandaría la leyenda de la maldición. A horas de la gran inauguración, en 1345, nadie sabía cómo abrir las puertas que llevaban la ornamenta de Biscornet.
El pacto con el Diablo parecía una broma macabra. Pero nadie se animaba a negarlo. Hasta que la solución llegó de la manera menos pensada. Cuando comenzó la ceremonia de apertura, un sacerdote, contratado para bendecir la catedral, oró y arrojó agua bendita a sus puertas para finalizar la bendición. Ahí, para sorpresa de todos, las puertas se abrieron.
PECULIARIDAD. LA MALDICIÓN DE LA CATEDRAL
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