Hace muchos años un grupo de antropólogos estudió la relación entre las profesiones actuales y los roles tribales tradicionales. Los expertos establecieron el parangón entre el papel del psicólogo y el del chamán; en tanto, el del investigador sería equivalente al del cazador, que era valorado por aquello traído a la tribu.
Esto tiene su lógica: un investigador profesional es alguien a quien se le paga para obtener información. Y se ha dicho que actualmente podemos ser carnívoros o vegetarianos, pero todos somos "informívoros". Las sociedades consumen información y los países requieren conocimiento para su desarrollo. De ahí, el rol fundamental de la investigación científica como motor de desarrollo económico y social.
En Argentina, no obstante, los científicos han sido históricamente considerados peligrosos durante los períodos totalitarios, o prescindibles en períodos de economías ortodoxamente liberales. O sea que, en cierto sentido, fueron cazadores en una tribu vegetariana.
Si la ciencia argentina subsistió, fue por la convicción de generaciones de científicos que custodiaron y desarrollaron algo que consideraban una herramienta imprescindible para el desarrollo futuro del país.
A partir de 2003 comienza un período de fortalecimiento del sistema científico tecnológico nacional que se evidenció en la apertura de la carrera del investigador y el inicio de una curva ascendente del financiamiento. Pero este apoyo conllevaba un mayor demanda para con el sistema.
Los distintos programas que se llevaron a cabo con financiamiento significativo por parte de organismos multilaterales de crédito tuvieron como objetivo promover no sólo el avance del conocimiento sino también su transferencia.
Producto de estas acciones, se ha logrado -por ejemplo- no sólo incrementar el número de publicaciones en revistas de alta calidad, sino también producir en el país anticuerpos monoclonales y otras proteínas recombinantes que implican tanto un ahorro para el Estado Nacional, como también ingresos por exportaciones equivalentes a millones de dólares; con lo cual la Argentina recuperó con creces la inversión original.
Avanzar hacia una economía basada en el conocimiento implica tener un mayor número de empresas de base tecnológica que no sólo invierten en investigación y desarrollo, sino que demandan conocimiento del sector académico. Si bien se crearon algunas altamente relevantes, estamos lejos de haber alcanzado el máximo potencial que tiene nuestro país.
Argentina necesita imperiosamente diversificar su matriz productiva hacia productos de conocimiento-intensivo que le permitan competir a nivel global por calidad y no por bajo costo laboral.
La inserción inteligente en el mundo requiere ineludiblemente de la ciencia y la tecnología. Esto implica, como dijera el investigador argentino Marcelino Cereijido, no solo apoyar "a" los científicos sino apoyarse "en" los científicos para que el conocimiento no solo produzca riqueza sino que también mejore su distribución.
(*) Secretario de Gobierno de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación.
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