La Argentina está ante un desafío impostergable: sentar las bases para sacar de la pobreza y la marginalidad a un tercio de su población, es decir, unas 13 millones de personas.
El tobogán en que se desliza el país en materia de ingresos, educación, salud, infraestructura y seguridad durante los últimos cuarenta años resulta, pese a sus subidas y bajadas, desesperante. Detener esta marcha debe establecerse como una meta común, por mandato ético y, además, por necesidad, ya que ningún proyecto nacional es viable con ese caudal de expulsados del sistema.
En la clase política anida parte de este viejo problema, pero también la solución por venir. En ese sentido, deberá, de una vez por todas, aunar criterios para conducir un proceso que desemboque en un acuerdo junto con las otras elites dirigenciales, empresaria, judicial, sindical, organizaciones sociales, Iglesia, entre otras)
¿Cuáles son las dificultades para encarar este entendimiento? Por un lado, la polarización, de cara a las presidenciales de octubre, que torna árido el terreno para esa meta.
Por otro lado, las señales de una retracción económica internacional jaquean el ansiado rebote de la economía local, que entró formalmente en recesión, tras la caída del 3,5% en el tercer trimestre del 2018. Las dudas sobre la capacidad de pago de la deuda privada y con el Fondo Monetario Internacional son solo una muestra de los obstáculos que este año deberá sortear el país.
Diálogo y consenso
Es, sin dudas, un contexto poco propicio para el consenso, ya que siempre es más fácil de alcanzarlo cuando hay recursos para repartir que cuando los invitados al convite deben pagar el banquete.
Sin embargo, nunca parece ser un momento oportuno. Por eso, el Gobierno deberá avenirse a construir con la oposición un espacio de diálogo. Antes, tendrá que definirse una dinámica que hace un corte transversal en ambos sectores en los que existe un ala política que busca tender puentes y otra que coquetea con el cuanto peor, mejor.
El triunfo de “la rosca política”, como describió semanas atrás el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, a los acuerdos alcanzados durante estos años en el Congreso, sobre todo, entre el oficialismo y el peronismo no kirchnerista, resulta deseable. Sobre todo, frente a la indiferencia o, peor, el hastío de buena parte de la sociedad, a quien le inquieta desconocer un programa común para atravesar la tormenta en la que ya todos nos sentimos inmersos. No faltan quienes temen una salida hacia la antipolítica, con aventureros que ofrezcan salidas denominadas liberales en forma engañosa.
Con estos personajes mesiánicos y de lengua afilada emergiendo y un mercado duro de pelar, se impone un proceso de construcción de confianza mutua para una agenda de desarrollo económico y social.
El rol de los medios de comunicación y la participación de la ciudadanía a través suyo resultan trascendentales a la hora de diferenciar y apostar por la dirigencia política y de todas aquellas elites que decidan transitar el camino hacia la madurez democrática. Dos rasgos de carácter son imprescindibles para los líderes políticos que se animen a conducir este proceso: temple y osadía para sujetar el timón y avanzar hacia la meta de lograr un país integrado, en el que sus habitantes puedan, al menos, soñar con una vida digna.
(*) Escritor y periodista
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