Natalia Meza fue la última persona en salir viva del tren de Once ese 22 de febrero de 2012 y la primera testigo en declarar en el juicio por la tragedia que se llevó la vida de 51 personas. Por las graves heridas que sufrió en las piernas, siguió desde su casa de Merlo la lectura de la sentencia que condenó a Julio de Vido a 5 años y 8 meses. Un alivio, pero también una decepción. "Son pocos años", reaccionó muy conmocionada en diálogo con el canal TN.
Meza tenía 28 años cuando el accidente del tren chapa 16 "la obligó a cambiar y adaptarse". Entonces trabajaba en blanco en una relojería de Once desde hacía siete años. Ahora lava perros en su casa. "Perros chiquitos", precisó, porque "no puede hacer fuerza".
Tampoco puede caminar mucho ni correr, y siempre sale acompañada por si se cae. Este cambio de trabajo no fue voluntario, si no producto de una necesidad. "Para ir al trabajo tengo que tomar el tren sí o sí, está a cinco cuadras de la estación”, explicó. Pero no puede, no se anima.
"Al tren ya no me subí más, tampoco tengo pensado subirme. Dicen que los arreglaron pero no confío", contó a TN.
Estuvieron a punto de amputarle ambas piernas aunque, tras cinco meses de internación y más de 30 operaciones, pudo conservarlas. Le hicieron injertos en el talón y la pantorrilla. Tuvo que volver a aprender a caminar, aunque hay días en que el dolor es muy fuerte y le cuesta.
Pero se siente afortunada. "Yo la puedo contar, hay muchos que no. Yo también podría haber muerto ahí. Solo por un instante ,porque me corrí de lugar. Si no, no me salvaba. Fue un segundo que te cambia todo", afirmó.
Para ella la reconstrucción es difícil. "Uno trata de hacer la vida normal, como antes, pero con dificultad. Trato de hacer lo que hacía para no estar quieta". Cuando tiene que ir lejos, se toma un remis, si no, se queda en su casa.
Ahora tiene un solo pedido para De Vido y la Justicia argentina: que el exministro de Planificación Federal "cumpla la condena", y que lo haga "en una cárcel común, sin privilegios".
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