Carlos Brighenti, más conocido como “Papelito”, fue el dueño del circo que despertó la sonrisa de al menos cuatro generaciones de vecinos de toda la provincia de Buenos Aires. El recuerdo de las noches de función evoca a la infancia, a aquellos días de verano en que los abuelos agarraban las sillas del comedor, tomaban de la mano a sus nietos y cruzaban la calle aún sin asfalto para disfrutar el show. “Papelito” fue uno de los últimos circos criollos del país, un circo humilde, con precios populares, sin grandes destellos luminosos ni confort, pero con la magia de divertirse en familia.
En 2010, Brighenti vendió el circo y se radicó en Rojas por dos años, luego se mudó a Rafael Obligado. A los 69 años transita sus días en la calma del pueblo y los fines de semana viaja a otras localidades cuando lo contratan para hacer alguna función. Hace poco más de un año, se comenzó a rodar un largometraje que narra su historia y, en diálogo con Democracia, “Papelito” recordó sus días de circo, reflexionó acerca de la difícil tarea de hacer reír y confesó que atesora todos los recortes de sus notas publicadas en los diarios y recuerda con detalle cada ciudad que visitó.
En 1975, en la esquina juninense de Aparicio y Vázquez Diez fue la primera función. La carpa era de tela de arpillera y el público tenía que llevar su silla.“Yo tenía 23 años y comencé con unos chicos del barrio, fuimos a un monte cerca de la ruta y cortamos unos palos de acacias para poner la lona.
Una vecina, doña Juana, era modista y me prestaba la máquina de coser para hacer la carpa; lo primero que compré fueron 105 metros de tela de bolsa y le dejé al comerciante mi guitarra como garantía porque no podía pagarla, a la semana fui, la pagué y compré más”, cuenta Carlos Brighenti y agrega “así se fue ampliando la carpa, después empecé a hacer el muñeco Papelón, que actualmente me acompaña a los eventos que hago en los pueblos”.
En el año 1975 hizo todos los barrios de Junín, después fue a Baigorrita, a Los Toldos-ahí compró más tela-, a 9 de Julio, Dudignac, 25 de mayo, Alvear, Tapalqué, Azul, Saladillo y más. “Así comencé, recorrí casi toda la Provincia, también La Pampa y parte de Santa Fe pero siempre cerca de esta región porque acá me esperaba mi público”.
(Foto "Papelito, la película")
Durante los más de cuarenta años de circo, las carpas y casillas fueron fabricadas por “Papelito”. La primera lona tenía una cobertura para treinta personas y la última para más de mil. A veces, se quedaba soldando la casilla hasta minutos antes de la función, luego se cambiaba, se pintaba y estaba listo para hacer reír. “Papelito” lo hizo todo: cobró la entrada en la boletería, acomodó al público y hasta cebó mate a la gente en plena función. Cada dos o tres años, fiel a su público, el circo volvía al pueblo que lo esperaba con ansiedad.
Carlos Brighenti tuvo dos matrimonios y seis hijos. En familia, la vida transcurrió recorriendo pueblos entre lonas, casillas, sogas, pizarras y estacas. “Mis hijos también trabajaban en el circo, cuando tenían cinco o seis años ya aprendían un número y se sumaban. Como el circo también tenía teatro, les enseñaba a actuar e interpretaban personajes; actualmente, varios de ellos son payasos y uno tiene un circo en La Plata”.
Si bien “Papelito” nació en Norberto de la Riestra, partido de 25 de Mayo, siempre fue una persona con un poco de cada lugar. “A los once años me fui de mi casa, vino una compañía que necesitaba un chico para interpretar una obra, yo cantaba y tocaba la guitarra, me llevaron, ya era vago, le dije a mi mamá que me iba porque quería ser artista y así dejé de lado muchas cosas, con el tiempo me di cuenta de que era feo irme y dejarla, ella se quedaba parada en la puerta mirando cómo me iba”.
Hace ocho años vendió el circo pero no concibe la vida sin risas ni movimiento. “Nunca me quedo quieto, me contratan para cumpleaños, fiestas y si no me sale alguna actuación me voy a algún pueblo a hacer funciones en clubes, lo que más me gusta es pintarme la cara y hacer reír, aunque hoy todo cambió, la gente me pregunta si volvería al circo y yo digo que no, no podría hacerlo porque eran otras épocas, no había tanta tecnología como hay ahora, la gente no tenía otro lugar para ir, iban al circo y la pasaban muy bien”.
El circo Papelito, lejos de las luces imponentes, el sonido perfecto, la escenografía brillante y los números de riesgo, fue el lugar que hoy despierta los más nobles recuerdos:el rato de sonrisas sobre la falda de los abuelos y el antiguo visor de diapositivas que cautivaba a los más chiquitos: ¿Cómo hacían para sacar una foto tan pequeña con una cámara tan grande?
(Foto "Papelito, la película")
- ¿Cómo definiría al payaso “Papelito”?
- Papelito era un loco lindo, yo me pintaba la cara y ya cambiaba mi estado de ánimo, me gustaba estar en contacto con la gente, con la gente humilde. Regalaba entradas, las vendía baratas, mi ambición era que el circo estuviera lleno todas las noches, que la gente se riera, yo luchaba por eso, por hacer reír a los demás.
- ¿Por qué cree que los circos están en extinción?
- El circo se ha ido perdiendo por el avance de la tecnología, hoy se pueden ver en YouTube miles de circos, además ya no se pueden mantener. En este país no hay ayuda para mantenerlo, cuando quise cerrar la dije a mis chicos si querían seguir con el circo y ellos no querían pero ya era imposible seguir, habían cambiado muchas cosas, había que tener buenos vehículos para viajar, no se podía andar en la ruta con casillas viejas y demás.
Durante cuarenta años, todos los domingos “Papelito” iba a hacer música a los hogares de ancianos, estuviera en la ciudad que estuviera, y hoy trabaja en un libro de poesías que recuerda anécdotas junto a los abuelos. “En la semana me la paso escribiendo, en noviembre va a salir el libro”, comenta.
Hace poco más de un año, un productor de cine le comentó a “Papelito” acerca de su interés por rodar una película que contara su historia. Y él aceptó. “Llevan más de un año haciéndola, ahora están en el proceso de postproducción, vienen de Buenos Aires una vez por semana o cada quince días, y la idea es llevarla a los cines de los lugares donde fui más conocido y llevarme a mí también”.
-¿Es más fácil hacer reír o hacer llorar?
- Luis Sandrini decía que hacer llorar era fácil porque se picaba una cebolla y listo pero aún no habían encontrado la verdura para hacer reír. Creo que con los años uno aprende qué punto hay que tocar para que la gente se divierta.Pero ser buena persona siempre ha sido lo principal.
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