Por María Victoria Novaro Hueyo (*)
"Este año, vamos a vivir una Navidad diferente", dije año tras año a una íntima amiga, prometiéndome no sucumbir al consumismo clásico de la época. Cada diciembre volví a las corridas que ya son costumbre en nuestras fiestas de fin de año. Reconozco que las mañanas de Navidad fueron una gran fiesta en casa; pero me quedaba la duda de si la previa realmente había valido la pena. Y volvía a prometerme a mí misma que el próximo año, sí, la Navidad iba a ser diferente.
Creo que no soy la única que anhela tranquilidad, a juzgar por los videos y mensajes que llenan las casillas de celulares en esta época. Ninguno habla de salir a comprar ese juguete al que supuestamente está atada la felicidad de nuestros niños. Todo lo contrario, estos mensajes hablan de volver a encontrar el verdadero sentido de la Navidad. Que no es otro que dar y recibir amor. Hablan de paz.
Una conocida marca de muebles de origen sueco les pidió a algunos niños que escribieran una carta a los Reyes Magos, pidiéndoles todo lo que quisieran. Después, les pidieron que escribieran "otra" carta, esta vez a sus padres, también pidiéndoles a ellos sus regalos más deseados. ¿Y qué regalo querían los niños? Pedían que les leyeran cuentos, que jugaran más con ellos, que les prestaran atención. Sorprendentemente, si tuvieran que optar por enviar una sola, eligieron esa "otra" carta, la que reflejaba su verdadera necesidad: más tiempo en familia. Padres y madres emocionados recibían el mensaje.
Es de esperar que, tras la emoción, llegue la reflexión. La familia importa, y mucho. Los niños necesitan crecer bajo la mirada atenta y amorosa de sus padres. Los adultos debemos tomar conciencia que el mejor regalo que podemos darles es precisamente, nuestro amor. Un amor que se expresa a través de nuestra presencia. No se puede amar lo que no se conoce. Para conocer a nuestros hijos, debemos dedicarles ese tiempo que nos están reclamando. Jean Vanier, filósofo y teólogo creador del Arca, una comunidad para personas con discapacidad intelectual, habla de la importancia de vivir en familia momentos de comunión. Dichos momentos, en medio de días cargados de actividades, nos brindan instantes de plenitud, que, a su vez, van cableando la memoria amorosa del niño. Es de esa memoria amorosa que el ser humano se nutre para atreverse a ser quien está llamado a ser.
Ha habido una gran discusión sobre la calidad versus la cantidad de tiempo que se debe dedicar a los hijos. Por otro lado, diversos estudios en nuestro país y en el exterior concluyen que lo más importante para el ser humano son los afectos, especialmente la familia. Cada familia resolverá entonces que cantidad de tiempo puede dedicar a relacionarse, a comunicarse... a amarse. La Navidad se presta de modo especial para aumentar la memoria amorosa familiar, a través de gestos sencillos como jugar juntos, mirar películas, y crear rituales que se recuerdan para siempre.
Los valores se aprenden principalmente por imitación. Seamos modelos del verdadero espíritu de la Navidad: la generosidad, el don de uno mismo, la alegría del encuentro, del amor. Eso representa el pesebre para toda la humanidad: una familia unida a pesar de las dificultades, y para los que son cristianos, una Familia que no teniendo nada lo tiene todo: un Dios pequeño que mantiene siempre encendida la luz del amor.
Estamos a tiempo de vivir una Navidad diferente.
(*) Profesora del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.
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