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DÍA DEL MAESTRO

Padres e hijos comparten el amor por la docencia dejando sus huellas en el aula

A Oscar lo continúa su hijo Manuel, a Carina su hija Antonela. Una nueva generación con el mismo empeño por enseñar, sembrando valores. Mañana festejan su día, y por eso Democracia acerca a los lectores esta historia de pasión por la educación.

Elegir una profesión es uno de esos momentos clave en la vida de cualquier persona. Es comprender, de a poco, que aquello que elijo me va a acompañar para toda la vida.
Elegir la docencia es estar decidido a poner el alma y el cuerpo, todos los días. En la misma medida.
El aula es en partes iguales ese lugar donde el hacer y el querer fluctúan entre el bullicio, las sonrisas, las miradas tristes, las felices, las lágrimas, las picardías, los retos.
Y muchas veces, el hacer y el querer de un maestro se internaliza tanto en casa, en su núcleo familiar, que los hijos terminan abrazando la misma profesión que sus padres docentes.
Es el caso de Oscar y su hijo Manuel; también el de Carina y su hija Antonela. Padres e hijos maestros que comparten una visión y un amor por la tarea docente que va más allá de los métodos de enseñanza.
Porque en primer lugar, a los alumnos hay que quererlos. 

En el ADN
Oscar Franco tiene 56 años y acaba de jubilarse, hace poco más de un año. Es maestro y profesor de educación física tarea que ejerció durante 34 años incursionando no solo en la docencia sino también en la dirección -del Centro de Educación Física Nº126-.
Al principio le gustaban los deportes y la actividad física, sin ver la veta docente en ello pero cuando comenzó la carrera, todo cambió.
“Empezás a estudiar y ves otra cosa que también te mueve. Tenés como un bichito adentro. Es una vocación y un trabajo al mismo tiempo. Trabajar con chicos, adolescentes es un desafío muy grande”, asegura. Y nadie lo pone en duda. Por el contrario, la tarea docente está llena de desafíos cotidianos.
Su hijo Manuel tiene 30 años y es docente de 5º y 6º. Y según asegura intentó despegarse de la docencia pero fue en vano.
Su madre también es docente, -ahora jubilada-, por lo que se crió escuchando hablar sobre el devenir diario de la escuela, los problemas, los aciertos.
“Me quise diferenciar de mis padres, estudié turismo y en el último año del instituto me di cuenta que tenía algo. Que quería hacerlo. Me embarqué en el profesorado de educación primaria”, cuenta y asegura que “en lo que fue mi formación y ejercicio, te digo que es un aprendizaje que se va construyendo año a año. Uno va resignificando toda la teoría y la práctica constantemente”.
Carina Lencina es actualmente directora con chicos a cargo en Campo Camicia, escuela Nº5 y además está involucrada en un taller de alfabetización para adultos.
Siempre tuvo claro que quería ser docente y que para serlo “hay que tener amor”. Ni más ni menos.
“A pesar de todos los problemas de la educación, se trata de ver el vaso medio lleno. Cosas siempre van a faltar pero con amor y confianza en uno se puede lograr. Es todos los días un volver a empezar”.
Antonela Dortona es su hija y decidió seguir sus pasos. Se recibe este año pero se encuentra ejerciendo desde hace tiempo como maestra de primer grado.
“No sé si elegí ser docente porque toda la vida estuve al lado de un docente o si fue una decisión”, reflexiona. “Pero siempre digo que uno ama ser docente o se va por otro camino totalmente diferente. Yo tuve muchas opciones pero lo elegí y me gusta. Lo disfruto y me emociona lo que hago. Creo que estoy en el lugar que tengo que estar”.
Y Antonela resalta la necesidad de mirar a los chicos, escucharlo.
“Es amor, es mirarlos. Mirarlos siempre, saber qué les pasa. Si un día uno de ellos llega enojado o distinto, es porque algo pasó. Uno tiene que preocuparse”.
Y dice algo que no todos quieren escuchar hoy.
“En la docencia hay que estar dispuesto a hacer más de lo que a uno le tocaría”.

Nuevas aulas
Sin dudas el paso de los años posiciona al docente ante grupos de alumnos que difieren totalmente unos de otros.
Son testigos presenciales y al mismo tiempo parte de ese cambio de generaciones que atraviesa constantemente el mundo educativo.
“Los chicos de hoy no son los mismos de hace veinte años”, asegura Oscar. “En una sociedad tan compleja, con familias ensambladas, los chicos buscan en la escuela contención, desde donde se da el aprendizaje. Hay un denominador común, y es que el docente esté. El tiene que relacionarse con los alumnos. Poder lograr ese vínculo desde el respeto, con pautas, límites, que son necesarios. Sin afecto no se aprende”, destaca.
No escapa a la realidad educativa el uso de la tecnología con la que la escuela trata algunas veces de aliarse.
Y tal vez por eso, como bien dice Carina “tenemos que usarlo como herramienta para llegar al aprendizaje en muchos casos. Inclusive a veces los chicos nos enseñan a nosotros”.
Manuel entiende que “los chicos hoy están pendientes de la tecnología y su motivación se ve cooptada por los medios y dispositivos tecnológicos. A la escuela le cuesta competir con eso”.
Por otro lado, en el marco de este cambio de generaciones, donde los grupos en las aulas tienen otras inquietudes y requerimientos, Manuel destaca la apertura de temas y tratamientos que hoy se hacen desde la escuela -como por ejemplo sexualidad y distintas cuestiones sociales- aunque entiende que es necesario “ver desde que lugar lo hacemos y entendiendo que cuando lo hacemos estamos dejando huellas”.

El futuro
La educación es amasar futuro, regarlo viéndolo todos los días y aún así no percibir los resultados en lo inmediato sino a largo plazo.
“Con los chicos uno siembra pero no sabe cuando se cosecha”, reflexiona Carina. 
“Tal vez sucede en la adolescencia y se acuerdan de uno o de esa marca que uno pudo llegar a dejarles siempre desde el afecto y del amor”.
Antonela coincide plenamente y agrega, “ahí es cuando te das cuenta, cuando sabés que algo bien hiciste”.
Para Oscar “la esperanza del docente cuando enseña un juego, una frase, un valor, lo que sea, es encontrarte el día de mañana con ese pibe o piba ya hombre o mujer y que te diga profe, seño, me acuerdo de esto o aquello. Esa huella que uno puede dejar, en un chico”.
La escuela primaria debe dar algunas respuestas para el camino que sigue, entiende Manuel. 
“Hay que nutrirlos y darles experiencias. El desafío que hoy nos llama es como trabajamos con la diversidad y como hacemos para que ese chico que está sentado frente a nosotros se lleve algo”.
Y para que lo haga, es necesario el acompañamiento y el amor del docente. No solo por su tarea como tal sino el amor hacia los chicos, sus alumnos.
Porque sin amor, no hay aprendizaje posible.

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