Era parte de una postal cotidiana ver a los trabajadores de la ciudad en la esquina, en la parada, haciéndole frente al frío o el calor, esperando que llegara el rojo, el verde, el blanco.
También jóvenes rumbo a la escuela, o vecinos que necesitaban trasladarse a distintos puntos de la ciudad para sus diligencias.
Durante décadas, las líneas de colectivos urbanos acompañaron a la ciudad y de un modo u otro acompasaron su expansión hasta hace algunos años, cuando por distintos motivos dejaron de operar.
Norberto Lafit y Pedro Escándar son solo dos de los referentes del transporte público y de lo que éste significó para la ciudad.
Ambos dialogaron con Democracia, cada uno contando una parte de la historia de aquellos años donde el colectivo fue trazando caminos y achicando distancias en un Junín que crecía a pasos agigantados.
Ciudad de Junín y El Obrero, las primeras
Según las constancias del Archivo Municipal, un dato no menor cuando hablamos del transporte de colectivos es que nuestro Caballero del Camino, Eusebio Marcilla, junto a Héctor Bozzetti habían comenzado en 1938 la línea “El Obrero de Junín”, conocido comúnmente como “El Colorado” y Eusebio mismo fue conductor de la empresa La Florida, que ofrecía servicios entre Junín y Luján.
Sin dudas una empresa con trayectoria que perduró a través de los años.
Norberto Lafit es alguien ligado desde sus comienzos a la empresa de colectivos, a una profesión que abrazó con pasión toda su vida, incluso luego de bajarse y ceder la posta más adelante a sus hijos.
Su padre había comenzado en Blaquier con una pequeña flota y luego en el año 1953 decidieron instalarse en Junín, adquiriendo la línea El Obrero, una de las más antiguas junto a Ciudad de Junín.
“Cuando comenzamos con El Obrero eran cuatro coches, dos eran nuestros. Era una vuelta redonda, dos y dos en cada dirección, uno iba y el otro venía. No hacíamos cabecera porque la ciudad era chica. El centro era Junín y en el resto había muy poco”, relata Norberto de aquellos primeros años.
Pero poco a poco la ciudad comenzaba a tener movimiento y eso fue un gran impulso para las líneas.
“De repente había 5000 obreros, era mucha la demanda. En ese momento estaba el ferrocarril, Ghirardi Vautier, Re, entre otros, y los empleados que movilizaban”.
Entre ellos, las enfermeras del viejo Hospital Ferroviario y San José.
“Salíamos a las 6 de la mañana, ahí arrancábamos, llevábamos a las enfermeras del Hospital Ferroviario, del San José. Y había que salir temprano”, explica. El servicio terminaba a las 22.
La empresa anduvo muy bien y toda la familia trabajaba en ella. Incluso Norberto insiste que para que funcione un sistema de colectivos, la empresa debe ser familiar.
“Hay que tener aguante, tiene sus costos. Tenés que ser mecánico, chofer. Yo me tiraba abajo del colectivo a arreglarlo y ponerlo a punto”, relata.
El primer Mercedes Benz
Pedro Escándar comenzó a manejar a los once años y desde muy joven hasta hoy continúa conduciendo colectivos. Porque son su pasión.
Su padre compró en el año 1959 el primer colectivo marca Mercedes Benz que hubo en Junín, con capacidad para 20 asientos que según el propio Pedro, “para Junín era una locura. Y no había colectivos más lindos que los de mi papá y míos”, cuenta con orgullo, describiendo la trompa, las luces de colores, los vidrios, y demás accesorios que disfrutaba agregarle a los vehículos. Un amor que traspasó a sus hijos Pedro y Marcos, quienes hoy están a cargo del servicio urbano y media distancia que brinda la empresa familiar.
Años recorridos
Las frecuencias y los recorridos marcaron el ritmo de la ciudad desde que se levantaba hasta que se dormía.
“La vuelta era de 35 minutos. El punto de referencia en aquella época era la casa de música de Arini en Sáenz Peña y Arias. A la altura de Mingorance teníamos la parada”, rememora Escándar.
“A la altura de Sáenz Peña y Arias había dos paradas, donde había dos colectivos de ese lado, porque girábamos. Era como una calesita, dos para un lado y dos para el otro”.
De un lado estaba Norberto Lafit y del otro lado Pedro Escándar.
“Desde allí partían hacia Comandante Escribano, al Hospital San José, en Pellegrini. Desde allí hacia Primera Junta y Avenida República. Luego Alvear hasta Paso, Iberlucea, Primera Junta y Libanesa hasta Italia hacia Avenida Libertad, adentro del Hospital Ferroviario”, destaca Escándar.
Para la vuelta tomaban calle Italia hacia Libanesa y lo que hoy es el Barrio Metalúrgico.
“Ahí girábamos rumbo al Cementerio Central y de ahí, por Alberdi parábamos en un bar, era una paradita a comer un sándwich y ahí girábamos nuevamente rumbo a la casa de música de Arini, eso duraba 35 minutos”.
Luego realizaron algunos cambios en el trayecto, a medida que la ciudad lo requería.
“En lugar de ir hasta lo que era el Hospital San José, seguíamos derecho por Arias hasta Primera Junta, Av. San Martín cruzábamos el paso a nivel y alargábamos Avenida La Plata porque había muchas casitas y pedían el colectivo”, explica Escándar. “Volvíamos por Alvear y seguíamos normalmente el recorrido. Llegamos a entrar a los Cuarteles y luego tomábamos por Sadi Carnot hasta Canavesio, vuelta por el Molino Muscariello y salíamos a la plaza para retomar”.
El Obrero llegó a tener 12 colectivos trabajando en los años ‘70.
“Era un loquero de gente”, recuerda Norberto Lafit. “Estaba el blanco y el rojo y no nos molestábamos. Algún cruce podíamos tener en calle Primera Junta pero nada más, los recorridos no se superponían. Hasta que apareció la línea azul”.
Al parecer, el surgimiento de la línea Azul complicó a todos porque se superponía con los recorridos del Obrero.
Las tres líneas, el Rojo (El Obrero), el Blanco, y el Verde andaban bien, coinciden Escandar y Lafit.
“Se vendían 1700 boletos por coche, por día y eran seis coches en total”, cuenta Lafit.
Pero la competencia que se instaló con la línea “el Azul” fue negativa para todos.
“Eso fue un gran error que llevó a que se extinguieran de a poco las líneas en la ciudad”, asegura Lafit. “Cuando hay una línea trabajando no se le puede poner una línea a la par, que es lo que pasó con las dos líneas fuertes, que terminaron mal. Se genera competencia. Al final nos fuimos nosotros, se fueron los otros. Y se perdió”, se lamenta. “Pero hoy habría colectivo si no se hubiera hecho eso de buscar competencia entre líneas”, asegura.
Nuevos tiempos
Actualmente la ciudad continúa creciendo y gestionando la vuelta del colectivo. Mientras tanto autos y motos reemplazan al transporte público para sortear eventualidades en materia de movilidad urbana.
Tanto Lafit como Escándar entienden que se necesita mucho apoyo y subsidio para mantener el transporte público y especialmente para que funcione.
Como jefes de empresas familiares, coinciden en que es un esfuerzo que hay que querer y mucho.
“Hay que luchar con el colectivo, es bravo. Pero si tuviera 20 o 24 años lo encararía otra vez”, dice Lafit. “Porque el coche lo manejaría yo y lo arreglaría yo. No es fácil. Hay que amarlo. Yo lo amé mucho”.
Con sus anécdotas y su pasión, lo que siente Pedro Escándar no difiere mucho.
“Es mi trabajo y es lo que elegí toda la vida. Arreglé autos, hice de todo, pero mi pasión son los colectivos”.
Un amor eterno por esos gigantes que recorrieron la ciudad de punta a punta trazando caminos en cada recorrido e hilando las historias de la ciudad.
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