UN MÚSICO QUE ILUMINÓ LA NOCHE JUNINENSE

Se apagó la guitarra de “Pepe” Gutiérrez

Fue el último guitarrero de la guardia vieja, dueño de una calidez sin límites y una pasión contagiosa, que inspiró a varias generaciones de músicos.

Tengo frente a mí un sobre de archivo, un sobre que en la parte superior dice: “Gutiérrez, José, “Pepe”, guitarrista, antecedentes y fotografías”. Fríamente así clasificado. Y en el inmutable e indiferente sobre del archivo periodístico, ése en que cada uno está guardado por orden alfabético dentro de una cajonera de madera, se supone que se encierra la trayectoria de la gente valiosa de nuestro pueblo.  Y lo sacamos para casos tristes como éste, simplemente para informar: “Murió Pepe Gutiérrez”. De allí en más, no cabe otra cosa que trazar el perfil de este fantástico músico, que falleció el lunes último, a los 102 años. 
No era juninense, pero es como si lo hubiese sido. Nació en Chacabuco, el 17 de abril de 1915, en el seno de una familia humilde, sencilla y laboriosa. Fue el menor de cinco hermanos.  Con apenas ocho años se introdujo en el mundo de la música, de la que nunca se apartó. 
Empezó el aprendizaje de la guitarra. “Mi maestro me decía que cuando regresara a casa, fuera repitiendo las notas. Yo acepté su sugerencia, pero los vecinos pensaban que tendría algunos “tornillos flojos”, porque andaba hablando solo”, recordó alguna vez, agregando que “apenas pude estudiar durante unos tres meses, tiempo que me permitió incorporar cosas muy sencillas. Pero después fui aprendiendo algo más con algunos guitarreros de mi padre”.
Cuando cumplió 18 años se radicó en Junín, acompañando la decisión de sus padres. Como un buen bohemio, romántico y musiquero, no podía haber caído en un barrio tan especialmente sensible como “Las Morochas”, la cuna del tango y las serenatas. 
Allí vivió siempre, tejiendo amistad con los Bruno, Maíto Ceratto, Mataco Saborido y tantas glorias de aquellos años felices. “Pepe” tocó mucho tiempo con Roberto Bruno y después con el hermano de Atahualpa Yupanqui, hasta conformar un trío: “Bruno, Chavero y Gutiérrez”.
A pesar de tan extensa trayectoria, mucha gente lo recuerda con nitidez por su paso en el resonante éxito radiofónico que se emitió por una emisora local: “La Peña del Lanudo Cara Negra”. Se codeaba con gente de su mismo espíritu estilista y bullanguero, siempre con un respeto a rajatabla por la música: Pepe Muscariello y Nelson Lorenzo (bandoneones), Enrique Fusé y Toto Bruno (violines), Jesús Sola (presidente de la peña), Casciati Gil y Héctor Burgueño (cantores), Luis Acebal (recitados),  Néstor Fara, Natalio Nigro, Ilmar Rivero,  el Gaucho Linguido y tantos otros. Fue un ciclo de gran repercusión popular.
Su empedernida alma florida y callejera lo llevó a enrolarse en la peña “Don Félix”, lugar que lo tuvo y lo respetó como un verdadero ícono. La entidad lo homenajeó en 2010, cuando “Pepe” cumplió 94 años. Fue una noche mágica, donde se reencontró  -guitarra en mano y haciéndola tiritar de emoción- con viejos amigos que le hicieron saber, como si hiciera falta, lo mucho que lo querían. 
Allí estuvieron, entre otros, su hijo Carlos (uno de los fundadores del conjunto folklórico “Los Pampas”), sus nietos Damián (ex integrante de “Canay”) y Agustín, que por primera vez ejecutó la guitarra en público, el grupo “Crespúsculo” de Hugo Seijas, Eduardo Magieri, Sergio Sarlo, Humberto Barrera, Pedro Riera, Oscar Godoy, Jorge Michereff, Néstor Bruno, Juan Bruno y Mario Bambara.
También fue un referente de lujo en la peña “El Rincón de Cacho”, de Cacho Demaría, en la que participó hasta sus jóvenes 95 años. Existía una particularidad en ese sitio tan recordado como acogedor: cada reunión empezaba con un tema interpretado por “Pepe”.
Lo cierto es que Gutiérrez siempre pasó con modestia por el ambiente, por los escenarios, por los boliches, por las peñas, por las reuniones de amigos, por las mesas de los café, pero admirado por sus pares y la gente de la música, como una de las glorias vivientes.
Sin alardes, manteniendo el bajo perfil, logró conquistar los corazones de sus seguidores. Su gloria mayor fue ese secreto reconocimiento de la gente con la cual supo rodearse, como un verdadero artesano de la amistad. 
Fiel a las premisas laborales en busca del sustento para él y sus seres cercanos, “Pepe” trabajó toda su vida en distintos rubros: se desempeñó en una fábrica de alpargatas, fue pintor, gomero (tuvo su propio negocio en la esquina de Pellegrini y Cabrera), fabricante de detergente y por último, kerosenero, tarea que mantuvo hasta su jubilación. 
“Tenía muchísimos clientes y, además, repartía garrafas en un Valiant. No hice fortuna, pero vivíamos bien con la familia”, contó “Pepe” a Democracia, en una entrevista que le hizo el diario en 2015, a raíz su cumpleaños número 100.
El reparto de kerosene lo siguieron sus tres hijos, con una particularidad: les dejó un camión para cada uno de ellos, con el deseo que continuaran con el negocio. Algo que hicieron muchos años, hasta que la tarea mermó con la llegada del gas natural.
Es cierto, por desgracia. Se apagó la guitarra de “PepeGutiérrez. Sin embargo, sus cuerdas seguirán pulsándose en el recuerdo de los seres queridos y en el insoslayable cariño de quienes lo conocieron. Ya nada será igual sin él, en un Junín tan distinto a aquella época de la bohemia de las calles empedradas.
La sensible pérdida de “Pepe” Gutiérrez enluta a sus hijos Juan Carlos y Horacio Oscar; a sus hijas políticas Stella Maris Fare, Alicia Angela Pasquinelli y Marta Trunce; a sus nietos  José Alberto, Karina Sofía, Analía, Damián, Agustín, Juan Matías, María Soledad, Juan Martín y María del Rocío y a sus bisnietos  Guadalupe, Nicolás, Nazareno, Milagros, Tobías, Benjamín, Araceli, Madali, Sofía, Mateo y Juana.

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