Hombre laborioso, responsable, estudioso y enamorado del ferrocarril tanto en su época dorada como en su decadencia, Pablo Terroba fue una persona valerosa y a la vez silenciosa, uno más dentro de una comunidad con ganas de hacer. Falleció el viernes pasado, a los 73 años.
Aquellos que lo trataron de cerca, en su intimidad, se refieren a él como un “tipo familiero”. Quienes lo conocieron a través de su vasta trayectoria laboral y de servicios, circunscriptas en distintas vertientes, no pueden desconocer su capacidad, honestidad e inteligencia a la hora de analizar esas actividades que desplegó. Respetuoso en el trato personal, siempre medido en sus opiniones, “Pablito”, como todos lo llamaban, hizo de su vida un culto a la objetividad y al equilibrio.
Entró de muy joven a formar parte del plantel de los talleres locales del Ferrocarril San Martín, emulando a su padre que había sido Jefe de Estación en Sáenz Peña, del partido de Tres de Febrero, en la zona oeste del Gran Buenos Aires, como así también a su abuelo, conductor de locomotoras ferroviarias.
Al cabo de los años, tras paciente esfuerzo en consolidar sus estudios ferroviarios, llegó a la docencia. Fue instructor y dictó cursos a lo largo y ancho de la estructura troncal, como así también en otras líneas de la red. Se especializó en la parte neumática (frenos), transformándose en un verdadero artesano en la materia, al extremo que ya avanzada la cruel dolencia que lo tuvo a mal traer en los últimos años, se las componía para trasladarse a la sede de la Cooperativa de Trabajo Talleres Junín, con el objeto de colaborar en lo que conocía a pie juntilla. Su aporte resultó muy importante para el crecimiento de ese sector laboral.
Amaba tanto el ferrocarril, que sufrió muchísimo cuando en 1989 fue trasladado a la dependencia local de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), poco antes de que el presidente Menem decretara la extinción de todos los servicios generales. Allí estuvo hasta la jubilación, lugar donde ratificó una conducta intachable y un gran compañerismo.
En otra arista de su personalidad, los memoriosos recuerdan nítidamente el sacrificio que desplegó en el complejo deportivo del Colegio Marianista, aún mucho después de que sus hijos egresaran del establecimiento. Trabajó a destajo en el lugar, por entonces todavía en pañales, codo a codo con otros padres, igualmente comprometidos con esa casa de estudios y con el sitio ideal para solaz y esparcimiento de niños, adolescentes y jóvenes.
Pero Terroba fue, también, mucho más que eso: una figura cálida, singular, transparente, incomparable para sus seres cercanos y sus amigos. Seguramente, él sonreirá ante tantos adjetivos, pero se pondrá muy feliz al saber que se supo reconocer su perenne amor por el ferrocarril, al que jamás dejó de frecuentar.
Estaba casado con el amor de toda su vida, Silvia Ester Romani. El matrimonio tuvo dos hijos: Pablo Daniel y Verónica Silvina, quienes le regalaron cuatro nietos: Pilar, Julia, Nuria y Mateo.
SENSIBLE PÉRDIDA
Murió Pablo Terroba, un hombre que siguió enamorado del ferrocarril pese a su ocaso
Fue un hombre común, pero de mucha entrega comunitaria en varias franjas, donde se ganó el cariño de todos los que lo trataron.
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