El ecosistema microbiano del intestino incluye especies nativas que colonizan permanentemente el tracto gastrointestinal.
SALUD INTESTINAL Y MUCHO MÁS

Microbioma es fundamental en el desarrollo del cerebro, el aprendizaje y la memoria

Se trata del conjunto de todas las comunidades microbianas que residen en nuestro cuerpo y están distribuidas: en los tractos gastrointestinal, genitourinario y respiratorio, en las cavidades oral y nasofaríngea y en la piel.

El Colegio de Nutricionistas de la provincia de Buenos Aires destaca la importancia de controlar y mantener en equilibrio los microorganismos que posee el cuerpo humano, sobre todo los albergados en el tracto gastrointestinal.

El 27 de junio fue el Día Mundial del Microbioma, por lo cual dicha institución dio a conocer una serie de conceptos de sumo interés respecto a este tema. El intestino humano es el reservorio de bacterias más grande del organismo: su población microbiana incluye unos 100 billones de bacterias de unas 500 a 1000 especies distintas.

La microbiota intestinal comprende todos los organismos vivos que residen en el tubo digestivo y forman el microbioma. El microbioma humano es el conjunto de todas las comunidades microbianas que residen en nuestro cuerpo y están distribuidas: en los tractos gastrointestinal, genitourinario y respiratorio, en las cavidades oral y nasofaríngea y en la piel.

El microbioma interviene en la modulación del sistema inmune; en la regulación del sistema nervioso, es fundamental en el desarrollo del cerebro, el aprendizaje y la memoria; en la síntesis de vitaminas; y en la defensa del propio intestino al ataque de gérmenes patógenos, entre otras.

Por sus diversas funciones es importante que evitemos desequilibrios en la microbiota, ya que se relaciona a una microbiota disfuncional con enfermedades como la obesidad, diabetes tipo 2, síndrome metabólico, depresión y ansiedad, el desarrollo de eczemas, rinitis, asma y alergias, enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple y en enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o el Parkinson”, aclaró Candera Sioli, licenciada en Nutrición (MP 5495), matriculada en el Colegio de Nutricionistas de la Provincia de Buenos Aires.

El ecosistema microbiano del intestino incluye especies nativas que colonizan permanentemente el tracto gastrointestinal que se adquieren al nacer y una serie variable de microorganismos vivos que transitan temporalmente por el tubo digestivo que se adquieren a través del consumo de alimentos.

Según la licenciada Sioli “la buena noticia es que la microbiota se puede modular de manera positiva o de manera negativa. Hay diversos factores que pueden modificarla como el parto vaginal; la alimentación con leche materna; llevar una alimentación saludable rica en fibra, frutas y verduras, cereales integrales, proteínas de pescado, ácidos grasos mono y poliinsaturados y la actividad física, influye de manera inmediata en la composición de la microbiota intestinal”.

“Una alimentación tendrá efectos positivos en cuanto a salud y a un desarrollo de microorganismos potencialmente beneficiosos. Por el contrario, la alimentación de los recién nacidos con leche vacuna o de fórmula, el consumo de alcohol, de antibióticos y de antiácidos; el estrés; el sobrepeso y la obesidad; las dietas ricas en grasas y azúcares y carentes de fibra, afectan de manera negativa”, dijo.

“Si bien es sumamente importante mantener hábitos saludables, la dieta no puede ser la única forma de mejorar nuestras colonias intestinales, también el uso de probióticos y prebióticos podría convertirse también en una alternativa eficaz. Podemos encontrarlos en ciertos alimentos, por ejemplo, los probióticos se encuentran en alimentos como el yogur y el chucrut y los prebióticos se encuentran en alimentos como los granos integrales, las bananas, las hortalizas de hoja verde, las cebollas, el ajo, la soja y las alcachofas, o bien podemos conseguirlos en dietéticas como suplementos de venta libre, destacó Sioli.

Un aporte

El ecosistema microbiano del intestino incluye especies nativas que colonizan permanentemente el tracto gastrointestinal y una serie variable de microorganismos vivos que transitan temporalmente por el tubo digestivo. 

Como ya se dijo, el intestino humano es el reservorio de bacterias más grande del organismo: su población microbiana incluye unos 100 billones de bacterias de unas 500 a 1000 especies distintas. “Si bien solemos darle a la palabra bacteria una connotación negativa, en el intestino hay bacterias ‘malas’ y bacterias ‘buenas’ que conviven en equilibrio conformando lo que llamamos microbiota intestinal”, aclaró Lucila Fagnani, licenciada en Nutrición (MP 6491), matriculada en el Colegio de Nutricionistas de la provincia de Buenos Aires.

En ese sentido, María Paula Bidegain, licenciada en Nutrición (MP 1090) y colega de Fagnani, acotó: “Las bacterias nativas se adquieren al nacer y durante el primer año de vida, mientras que las bacterias en tránsito se ingieren continuamente a través alimentos y bebidas”. “La relación del organismo humano con su microbiota intestinal es de simbiosis ya que el primero proporciona hábitat y nutrición, y la segunda contribuye de modo importante al funcionamiento normal del organismo”, explicó luego. 

Por su parte, Fagnani aseguró que “cada vez sabemos más sobre el impacto de esta microbiota en nuestro cuerpo. Por ejemplo, interviene: en la modulación del sistema inmune; en la regulación del sistema nervioso, fundamental en el desarrollo del cerebro, el aprendizaje y la memoria; en la síntesis de vitaminas; y en la defensa del propio intestino al ataque de gérmenes patógenos, entre otras”. 

Cuando esta microbiota se desequilibra, el intestino se inflama y se vuelve permeable, permitiendo que pasen a la sangre sustancias que normalmente no deberían pasar. Esto puede traer consecuencias en el propio intestino como así también en otras partes del cuerpo. “Hoy en día se relaciona a una microbiota disfuncional con enfermedades como la obesidad, la diabetes tipo 2, el síndrome metabólico, la depresión y la ansiedad”, señaló Fagnani, que agregó: “Además, se cree que tendría una gran importancia en el desarrollo de eczemas, rinitis, asma y alergias; en enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple o la diabetes tipo 1; y en enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o el Parkinson”.