El pasado 16 de octubre se conmemoró el Día Mundial de la Alimentación con el objetivo de concientizar sobre el problema del hambre y la importancia de alcanzar la seguridad alimentaria para toda la población. Revertir la falta de alimentación debe ser la prioridad, pero no se debe dejar de lado la malnutrición que también es peligrosa. Desde hace años convivimos con un problema de salud que crece sigilosamente y no es una prioridad en la agenda pública.
Según la OMS, ha alcanzado la obesidad mantiene proporciones epidémicas a nivel mundial, afectando a la población más vulnerable. Así, los datos muestran que, en cuatro décadas, la cantidad de niños, niñas y adolescentes con obesidad se multiplicó por 11 en el mundo. El consumo de alimentos procesados con altos niveles calóricos, junto al sedentarismo, tienen una incidencia decisiva en el sobrepeso, la obesidad y el desarrollo de enfermedades crónicas asociadas, como diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, entre otras. Estas enfermedades aumentan la vulnerabilidad a otros riesgos.
Por ejemplo la obesidad y la diabetes figuran entre los principales factores de riesgo de morbilidad y mortalidad entre pacientes de COVID- 19. Argentina no es la excepción a la tendencia mundial. En relación con los hábitos de alimentación. Los niños presentan patrones alimentarios menos saludables: el 50% consume dos o más bebidas azucaradas por día y, en comparación con los adultos, consumen el doble de productos de pastelería o de copetín y el triple de golosinas. En adultos la obesidad se asocia al menor nivel de educación y menores ingresos del hogar.
Por su parte, las enfermedades crónicas no transmisibles son responsables del 73% de las muertes y del 52% de los años de vida perdidos por muerte prematura, distribución que es desigual y también afecta en mayor medida a la población más vulnerable.
¿Cómo nos informan sobre la calidad de los alimentos que consumimos?
La falta de información junto a las concepciones erróneas sobre el valor nutricional de los alimentos. En la Argentina, sólo tres de cada 10 personas lee las etiquetas, y de éstas únicamente la mitad las entiende. Esto es información que no informa debido a la complejidad en la definición de los contenidos y las porciones de los alimentos, y que refuerza la desigualdad de personas con menor nivel educativo e ingresos más bajos. En nuestro país se comercializan productos con etiquetas que los presentan como "alimentos saludables", o “porción justa” mientras en otros países los miamos productos presentan rotulado de advertencia por exceso de grasas saturadas, sodio o azúcares.
¿Cuál es la solución que se plantea?
La diputada nacional Brenda Austin, el pasado 6 de marzo presentó una iniciativa para regular el etiquetado frontal de advertencia de alimentos destinados al consumo humano (Expte. 369-D-2020) con el objetivo de brindar información simple y de fácil comprensión, de manera complementaria al rotulado nutricional actual. Así se tratará de asegurar los medios adecuados para garantizar el efectivo acceso a la alimentación saludable, favoreciendo la autonomía y la toma de decisiones de consumo verdaderamente informadas.
El proyecto de ley fue acompañado por las/os diputadas/os Claudia Najul, Soher El Sukaria, Roxana Reyes, Gabriela Lena, Federico Zamarbide, Lidia Ascarate, Aída Ayala, Héctor Stefani y Graciela Ocaña. La iniciativa prevé restricciones en torno a la publicidad y ofrecimiento de estos productos a fin de proteger a niños, niñas y adolescentes quienes son especialmente vulnerables a ser persuadidos. Hay un vacío normativo en Argentina, para esto es urgente la adopción del etiquetado frontal de advertencia que permitirá establecer las bases sobre las cuales se asienten otras políticas necesarias para abordar la epidemia de la obesidad de forma integral.
El derecho a la alimentación adecuada es un derecho humano íntimamente vinculado al derecho a la salud que los Estados tienen obligación de promover y proteger y no solo la protección contra el hambre, garantizar la disponibilidad de alimentos de valor nutricional. En ese sentido, el escenario de emergencia por la pandemia exige replantear nuestros modos de vida y nos presenta oportunidades y desafíos a futuro. En línea con el manifiesto impulsado por la OMS, aspiramos a que las decisiones que se tomen en la post-pandemia estén orientadas por una recuperación saludable que ponga el acento, entre otros aspectos, en la alimentación saludable y la seguridad alimentaria.
Un paso clave para ello comienza por contar con información clara y eficaz que nos permita conocer qué consumimos, de manera de priorizar un abordaje preventivo de las enfermedades y dirigir esfuerzos a construir entornos y hábitos alimentarios nutritivos, conscientes y sostenibles.
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