Se estima que en el país se producen entre 40.000 y 50.000 infartos al año. Y de ese total, mueren unas 17.000 personas, según las últimas estadísticas vitales del Ministerio de Salud con los datos de 2015. Esto representa un fallecimiento cada tres episodios. Y al comparar los datos diez años para atrás, el panorama tampoco es alentador: en 2005 hubo 14.502 muertes, contra 17.130 en 2015, un 18% más en 10 años.
Además, la mortalidad intrahospitalaria es elevada en el país. Según datos del estudio ARGEN-IAM-ST, realizado en forma conjunta por la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC) y la Federación Argentina de Cardiología (FAC), sobre un total de 1.759 pacientes que llegaron a la guardia con un infarto, se registró una mortalidad de 8,8%.
“Se ve un aumento en la cantidad de infartos, sobre todo en las grandes ciudades donde se ve un incremento no sólo por condiciones de estrés, sino también por el tipo de alimentación, el tabaquismo, el sedentarismo y la obesidad, todos estos son factores de riesgo que en áreas urbanas están encadenados”, advierte el cardiólogo Sergio Auger, director general de Hospitales de la Ciudad.
Por tal motivo, reducir los tiempos entre la aparición del primer síntoma y la atención es fundamental para bajar los índices de mortalidad. La demora en la atención del infarto agudo de miocardio se debe, según los especialistas, a una combinación de factores: la consulta tardía por parte de los pacientes, demoras en diagnóstico y en la implementación del tratamiento adecuado o la correspondiente derivación a instituciones de mayor complejidad.
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