La obesidad y el sobrepeso infantil es un tema que preocupa cada vez más. La infancia se convirtió en una etapa de sedentarismo y alto consumo de alimentos hipercalóricos y poco nutritivos. Almuerzos y cenas en solitario, golosinas y snacks en demasía, y largas horas de quietud -en la escuela y frente a las pantallas, en los momentos de esparcimiento- están engordando a las nuevas generaciones de niños.
Está comprobado que el exceso de grasa corporal trae problemas de todo tipo, algunas veces graves. Profesionales de la salud siguen investigando causas, formas de prevención y herramientas eficaces para abordar el asunto. Uno de los últimos descubrimientos señala que para contener la obesidad es necesario empezar antes del nacimiento, ya que ésta estaría ligada al peso materno y paterno anterior al embarazo.
El estudio fue elaborado por investigadores de la Universidad de Pennsylvania (EE.UU.) y publicado en el “American Journal of Clinical Nutrition”. Después de observar a más a 10.000 pares de madres e hijos, concluyeron que los hijos de las madres que habían aumentado de peso más de lo recomendado durante el embarazo tenían un 48% más de probabilidades de tener sobrepeso a los siete años.
Investigadores de la facultad de medicina de la Universidad Duke llegaron a una conclusión similar: el exceso de peso de la madre durante el embarazo influye sobre el peso del bebé al nacer y predispone al niño a la obesidad.
Los padres no quedarían exentos de esta problemática: el exceso de peso alteraría también el ADN del esperma del padre. Cambiaría la expresión genética y podría ser trasmitido a la siguiente generación.
Sin embargo, la obesidad y el sobrepeso infantil no obedecen únicamente a factores genéticos o al peso de los padres, también permanece íntimamente ligada a los hábitos familiares en general, y de los chicos en particular.
Como explica el equipo de Nutrición del Hospital de Niños Sor María Ludovica, la obesidad es una patología de origen multifactorial: tanto factores ambientales como genéticos contribuyen a su desarrollo.
“La época en que vivimos determina sin duda una subjetividad diferente en la que predomina una tendencia a la satisfacción inmediata, el objeto y el consumo ocupan un lugar central y se promueve desde distintos discursos la búsqueda de un goce cada vez más solitario y autista. Vivimos en una época caracterizada por el consumo insaciable”, dice la especialista en nutricionista pediátrica Julieta Hernández.
La incidencia del sobrepeso y la obesidad aumentó drásticamente en el último cuarto de siglo en todo el mundo. Argentina y, en particular, la provincia de Buenos Aires, no se encuentra exenta de esta problemática. “Al igual que en otros países, los cambios alimentarios (dietas desbalanceadas ricas en azúcares simples y grasas), el descenso de actividad física y un mayor nivel de estrés cotidiano han contribuido a cambiar las características antropométricas de la población argentina”, señala Hernández.
Los resultados de la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (2005) mostraron que la obesidad alcanzó una prevalencia del 10,4 %, en la población de niños entre 6 y 60 meses siendo las regiones pampeanas y del GBA las zonas con mayores índices. La última Encuesta de Factores de Riesgo (2013) del Ministerio de Salud de la Nación mostró que el 37,1 % de la población argentina adulta Argentina tiene sobrepeso y que el 20,8 % es considerada obesa. En base a este tipo de datos se estima que las muertes atribuibles a esta problemática rondan las 30.000 al año. Por eso instituciones públicas comenzaron a elaborar campañas de prevención y diagnóstico temprano de la obesidad.
Como señala el equipo de nutrición del Hospital de Niños, estudios epidemiológicos en relación a la obesidad corriente han demostrado concordancia en el descenso de obesidad cuando disminuye el grado de parentesco, demostrando el componente genético. Sin embargo, es necesaria la exposición a un ambiente obesogénico para el desarrollo de la obesidad.
Una hipótesis es que aquellos genes que proveyeron de una ventaja adaptativa en el pasado, permitiendo la máxima eficiencia para la reserva de nutrientes, podrían encontrarse desajustados cuando se enfrentan a los ambientes obsogénicos del presente.
Según explican especialistas, los chicos nacen flacos, aumentan de peso antes de caminar y luego bajan cuando se vuelven más activos. A los 10 años aproximadamente aumentan la grasa corporal como preparación para la pubertad. Este fenómeno es conocido como rebote adiposo.
En los chicos con genes de obesidad, “el rebote adiposo se produce antes y es mayor”, explica el Dr. Daniel Belsky, epidemiólogo de la facultad de medicina de la Universidad Duke. “Dejan de ponerse delgados antes y empiezan a sumar grasa antes, y en mayor cantidad”.
Pero muchos chicos con estos genes permanecen delgados. Además, estos mismos genes indudablemente existían en las décadas de 1960 y 1970, cuando la tasa de obesidad infantil era una fracción de lo que es ahora. ¿Entonces cuál es la diferencia en la actualidad?
Consejos de nutricionistas
Es importante considerar los factores que influencian la cantidad y la calidad de la dieta materna durante la concepción y durante todo el embarazo. Es importante recalcar que las mujeres en edad reproductiva deben llevar un estilo de vida saludable de alimentación y actividad física por la importancia de tener un peso apropiado en el momento de la concepción y adecuada ganancia de peso durante el embarazo. Dentro de los determinantes tempranos del desarrollo de la obesidad se han descriptos los efectos del bajo peso de nacimiento seguido de una rápida ganancia de peso durante la infancia temprana. Los recién nacidos con peso bajo o elevado para la edad gestacional presentan una mayor susceptibilidad a desarrollar obesidad en la vida extrauterina. La obesidad materna se asocia con un mayor riesgo de peso elevado del recién nacido y un incremento de tejido adiposo durante la vida fetal.
Para tener una generación más delgada y sana será necesario empezar aún antes de que un bebé nazca.
La gran mayoría de los bebés son delgados cuando nacen, pero cuando llegan al jardín de infantes, muchos tienen un exceso de grasa corporal que los predispone a una vida con problemas de peso.
Hoy los chicos están rodeados de alimentos fáciles de consumir altos en calorías a la par que tienen menos oportunidades de quemar esas calorías extra a través de actividad física. El sedentarismo se acrecienta con mayores exigencias académicas, padres temerosos de que sus hijos jueguen en la calle solos y una intensa competencia de la electrónica. Todas estas circunstancias hacen que los genes de la obesidad tengan más probabilidades de expresarse.
Es fundamental reducir el consumo de bebidas azucaradas y no tener en casa alimentos excesivamente calóricos, en especial cuando hay niños pequeños que tienen un apetito difícil de satisfacer. También es importante que los padres sean un modelo de buenos hábitos alimentarios.
Lo ideal es permitir que los niños que asisten a guarderías, preescolares o escuelas primarias se muestren tan activos como deseen en lugar de que se los fuerce a permanecer sentados en sus asientos la mayor parte del día. La actividad física promueve un metabolismo sano. Los chicos activos no sienten apetito constantemente. La conducta sedentaria se convierte en un hábito.
Otro tema crítico es el círculo vicioso del sobrepeso que comienza con futuras madres y futuros padres con sobrepeso u obesos. La mayoría- aunque no todos- de los estudios relacionó la mayor duración del período de amamantamiento con una reducción del riesgo de sobrepeso en el niño. Y aunque esa reducción no es significativa, el beneficio más importante de amamantar es que permite exponer al bebé a una gama más variada de sabores en base a lo que la madre come. Si una madre que amamanta come muchos alimentos nutritivos, es más probable que al niño le gusten.
Sin embargo, el uso de antibióticos en bebés muy pequeños contrarresta los efectos de la leche materna dado que los antibióticos matan las bacterias beneficiosas para la salud, según se publicó en JAMA Pediatrics.
Incluso cuando un chico ya adquirió malos hábitos alimentarios o tiene exceso de peso, puede iniciar un cambio saludable. Los padres deberán mostrar autoridad sin ser autoritarios para eliminar el estrés y el conflicto en torno a lo que el niño come y cuándo lo come. Nunca hay que forzar a un niño a comer algo. Es preciso mostrarse firme y estar preparado a negociar un poco. Cuando un chico se niega a comer la comida que se le sirve, hay que guardarla en la heladera para que la coma más tarde. Si dice que no va a comerla, la respuesta debería ser: “Bueno, andá a acostarte”, y no “entonces te preparo fideos con manteca”.
Hay que permitir que los niños tengan control sobre su cuerpo, pero son los padres quienes deben orientarlo y controlar el ambiente que los rodea.
COMENTARIOS