El término Overturism (“sobreturismo”, según su traducción del inglés, resurgió en los últimos tiempos a medida que la recuperación de la actividad del ocio y la hospitalidad se aceleraron en todo el mundo después de la fuerte retracción que sufrió durante la pandemia de Covid 19. Pero ya en 2019, la angustia por el crecimiento excesivo de viajeros era tan alta que la Organización Mundial del Turismo de las Naciones Unidas pidió que “ese crecimiento se gestione de manera responsable para aprovechar al máximo las oportunidades que el turismo puede generar para las comunidades de todo el mundo”.
Este “sobreturismo” se evidencia en el hartazgo de las poblaciones de sitios turísticos. Europa es el continente que más turismo internacional y muchas ciudades sufren por la afluencia masiva de visitantes. En Barcelona, Lisboa, Praga y Ámsterdam, el turismo de masas provoca cada vez más tensiones entre los viajeros y la población local.
El malestar se canaliza entonces en un sentimiento antiturismo que se acumuló como respuesta a la frustración acumulada por el rápido e inflexible crecimiento de la actividad y sus expresiones como –por ejemplo- el encarecimiento del alojamiento que perjudica a los ciudadanos locales por el desvío de viviendas al mercado del hospedaje.
“Okupas” en sus ciudades
Frustraciones similares surgieron en otras ciudades famosas, como Venecia , Londres y Dubrovnik. En Venecia, algunos residentes permanentes incluso ocuparon departamentos en los últimos años porque ya no tenían dónde alojarse a causa de la demanda turística.
Casi 49.000 personas siguen viviendo permanentemente en el centro histórico. Según diversas estimaciones, Venecia recibe a más de 20 millones de visitantes al año. La isla del casco histórico tiene 5,2km2 y allí viven unas 60.000 personas: la densidad de población es de 11.500 personas por km2. En síntesis: los atosigamientos de gente se dan prácticamente todo el año e incluso con las góndolas, en su célebres canales.
Las razones allí del malestar son similares a las del resto de las ciudades: el aumento de los alquileres, los precios astronómicos de los inmuebles y la cuestión de quién puede consumir cuántos recursos.
Claro que el turismo es la principal fuente de ingresos de muchas de estas ciudades y regiones. En la Unión Europea, el turismo representa alrededor del diez por ciento del Producto Bruto Interno (PBI). Según cálculos de la UE, el sector emplea a unos 12,3 millones de personas. Pero para los “antituristas” ese argumento no cuenta.
"Son cifras abstractas", afirma Sebastian Zenker, de la Escuela de Negocios de Copenhague (Copenhagen Business School). En declaraciones a la agencia alemana DW, Zenker explicó que esos ingresos no sirven de nada a los residentes locales si al mismo tiempo aumentan los alquileres. Comprar una vivienda propia se vuelve inasequible para los residentes, o los restaurantes cobran precios que sólo los turistas pueden pagar. Según este investigador experto en turismo, los residentes deben volver a sentir que hay un equilibrio.
La plata del turismo no llega a todos
Aunque mucha gente gana dinero con el turismo, "solo pocos ganan bien o pueden vivir de él", remarca Zenker. Otro problema es que los salarios suelen ser demasiado bajos. En Italia no hay un salario mínimo legal; en Portugal es de 820 euros y en España 1.134 euros.
¿A dónde va a parar el dinero que gastan los viajeros en los países europeos? Muchos ingresos son generados por la industria de la aviación, las grandes cadenas hoteleras, las empresas internacionales y el sector de los cruceros, afirma, por su parte, Paul Peeters, que investiga el turismo y el transporte sostenibles en la Universidad de Breda, en Países Bajos.
Para calcular los flujos de dinero, el factor decisivo es quién viaja y cómo. Los turistas de cruceros duermen y comen a bordo. Los turistas que compran viajes organizados, reservando vuelos, hoteles y comidas a través de grandes proveedores, también gastan poco dinero en los lugares que visitan.
Pero, al mismo tiempo, sí contaminan el aire y gastan el agua. Esto acentúa la desigualdad y aviva aún más las tensiones entre lugareños y turistas. "Todos los actores son conscientes de que quieren turistas. La cuestión es cómo y qué tipo de turismo quieren", afirma el investigador turístico Zenker.
Existen algunas iniciativas políticas en ese sentido. En Ámsterdam, por ejemplo, ya no se permite construir nuevos hoteles. La ciudad también ha intentado controlar el turismo de fiesta y de drogas con medidas de desincentivo (desmarketing). La "desmercantilización" consiste en estrategias publicitarias que pretenden reducir la demanda de un producto -en este caso, la ciudad de Ámsterdam- entre determinados grupos objetivo.
En Lisboa y Palma de Mallorca, medidas iniciales incluyen la no concesión de nuevas licencias para alquileres a través de plataformas online como Airbnb.
Barcelona está tomando medidas aún más drásticas: la ciudad catalana ha anunciado que dejará caducar en 2028 las licencias de alquiler turístico de unos 10.000 departamentos turísticos. El objetivo es aliviar la presión sobre el mercado inmobiliario. Los alquileres en la ciudad han subido más de un 60 por ciento en los últimos diez años.
Posibles soluciones
Además, aumentan las restricciones o las tasas para los cruceros. En Venecia, por ejemplo, los grandes buques ya no pueden atracar en el centro de la ciudad desde 2021, y Ámsterdam tiene previsto hacer lo mismo a partir de 2026.
Al igual que Ámsterdam, Mallorca también quiere dejar atrás su imagen de ciudad para la fiesta. El objetivo es atraer menos turistas en general, pero sí visitantes que gasten más dinero. ¿Es el llamado turismo de alta calidad la solución?
El término "sobreturismo" fue empleado por Freya Petersen en 2001, quien lamentó los excesos del desarrollo turístico y los déficits de gobernanza en la ciudad de Pompeya. Sus sentimientos son cada vez más familiares entre los turistas de otros destinos turísticos importantes más de 20 años después.
“El turismo excesivo es más que un recurso periodístico para despertar la ansiedad en la comunidad anfitriona o demonizar a los turistas mediante el activismo antiturismo. También es más que una simple cuestión de gestión, aunque una gestión de gobierno deficiente o laxa sin duda acentúa el problema”, dice el World Económic Forum en un documento sobre el tema.
Y agrega: “Los gobiernos de todos los niveles deben ser decisivos y firmes en las respuestas políticas que controlen la naturaleza de la demanda turística y no simplemente ceder ante las ganancias que surgen del gasto y la inversión turística”.
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