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SE ESTRENÓ EL DOCUMENTAL QUE RETRATA EL MUNDO DE TODOS LOS DÍAS DEL ILUSIONISTA

"El gran simulador" llega hasta los límites del alma de René Lavand, un artista único

René Lavand es un profesional: de la ilusión, de las cartas, de contar historias. Un gigante histórico de la cartomagia que construyó su carrera y su inmenso prestigio internacional con solamente una mano.

René Lavand baraja ilusiones con la impostada belleza que ofrece su asombro. Desentraña arcanos desde hace más de ochenta años, ha recorrido el mundo con un mazo de cartas en el bolsillo y una fascinación que ronda el misterio. Desde sus nueve años, anda por la vida con una sola mano, la izquierda. En su Coronel Suárez de la primera infancia, donde su familia (padre asturiano, madre vasca) se había ido a vivir cuando él era muy chico -nació en la ciudad de Buenos Aires-, un día de carnaval le marcó las cartas: mientras jugaba con unos amigos en la calle, fue atropellado por un auto, que le aplastó contra el cordón de la vereda parte de su antebrazo derecho. "Después del accidente, las cartas se transformaron en una obsesión para mí", cuenta Lavand y sus frases se arman como un juego de naipes.
"Yo miento sin mentir. Miento para crear ilusión. Pero atención: el ilusionismo no es un rompecabezas donde si lo descubro, gano yo. El ilusionismo es un arte y la baraja un violín en las manos de Nuregev o las castañuelas de Lola Flores. Un mero instrumento para lograr la comunicación artística y humana", dice el hombre radicado en Tandil desde hace décadas, amante de la pinacoteca que estación a estación le devuelven sus ventanales amplios.
Alguien tenía que llevar esa historia al cine, y así pasó. El gran simulador está retratado en la pantalla grande, después del trabajo de Néstor Frenkel, quien hurgó en la vida de Lavand, un personaje único que mientras hace sus ilusiones cuenta historias con ritmo y suspenso lúdico.
Siempre ha sido el silencio testigo de sus modos y sus técnicas imposibles de desentrañar. ¿Para qué acaso dilucidar esa magia en una mano? "Yo no puedo sacar el dos de oro en lugar del cuatro de espada. Me di cuenta de los riesgos que corro. Ya me creen capaz del milagro y la verdad es que si el público considera que lo que hago son milagros, mejor para mí. Siempre y cuando no me equivoque. Y esas cosas que parecen hechas con tanta naturalidad... no sabés, para lograr ese temple, esa aparente seguridad en mí mismo, todo lo que tengo que transpirar, practicando todos los días de mi vida".
El gran simulador muestra el cómo y no el por qué: amanece en Tandil y René pone en marcha su día, le da calor a su mano izquierda que pelea con una artrosis molesta, charla con Nora, su mujer desde hace 30 años, hace la pausa exacta. A eso acostumbra René Lavand. A mirar con la mirada del hombre que viaja por el mundo con un mazo de cartas en su bolsillo, y disfruta de su lugar en el mundo a cada regreso. "En mis juegos, no digo todo lo que hago, no hago todo lo que digo. Yo vendo ilusiones. Los ilusionistas y los poetas siempre tienen una última carta para jugar. Cuando está todo oscuro, ellos prenden la luz. El gran Pablo Picasso lo decía así: 'La única misión del artista es convencer al mundo de la verdad de su mentira'".
Desde ayer se muestra, aunque en pocas pantallas, El gran simulador: un René Lavand que le abrió las puertas de su cotidianeidad a un director que lo admiraba desde pequeño. Conjunción exacta para lograr el resultado buscado. Mostrando su mundo íntimo, su humor cargado de sutilezas y sus emociones, René Lavand llega hasta los propios límites de su alma, y eso no es poca cosa si se habla de una leyenda del arte de emocionar con tan sólo un mazo de cartas. 

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