El cineasta catalán Jaume Balagueró demuestra con Mientras duermes que es posible aterrorizar apenas desplazando la realidad al territorio de lo siniestro, sin caer en complejas maquinaciones, artificios o efectos especiales.
La realidad asusta por sí misma, parecen decir Jaume Balagueró, recordado por sus anteriores oportunas incursiones en el género (las memorables dos primeras partes de Rec) y su coguionista Alberto Marini, en esta suma de horrores allí mismo donde uno habita.
Para los guionistas el terror aguarda en los palieres de una comunidad (edificio de departamentos) que puede ser cualquiera en cualquier lugar, donde el encargado puede tener las llaves de las unidades y, de paso, conocer las rutinas y hasta secretos de los vecinos.
Es el caso del interpretado por Luis Tosar (uno de los mejores actores españoles del cine actual), el conserje amable y siempre dispuesto a ayudar a quien esté en apuros que deviene voyeurista y acosador, con algo de parecido al delirante Norman Bates de Psicosis.
El cine y la televisión españoles han hecho culto a la vida en edificios de departamentos desde distintos ángulos, que pueden ser satíricos y hasta corrosivos como El pisito o recientemente La comunidad, y en la pantalla chica Aquí no hay quien viva, que tuvo su versión argentina.
El mismo Balagueró llevó este tip argumental al plano del terror primero en Rec, que va por la tercera parte, logrando en el público la empatía necesaria como para generarle pánico a perder, definitivamente, la acogedora tranquilidad de su refugio más seguro.
Tosar (recordado por trabajos memorables como los de La comunidad, Los lunes al sol, Te doy mis ojos y en la aquí no estrenada Celda 211) logra con el César imaginado por Balagueró y Marini una composición que evita caer en lugares comunes o exageraciones.
La oscura personalidad de César, que el relato muestra ya avanzada la historia, deviene eje alrededor del cual todo queda en segundo plano, sin perder fuerza.
No obstante el intento de que el relato tenga algo de coral, Balagueró se ocupa principalmente de la relación del conserje con la vecina "bonita". El juego que Balagueró impone al espectador es deliberadamente macabro, porque sin que este se dé cuenta, termina de alguna forma siendo cómplice de las atrocidades de César.
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