No se puede olvidar que en la preadolescencia se caracterizan por haber alcanzado un cierto grado de madurez. Es a esta edad cuando precisamente empiezan a ver a los padres con otros ojos, de menor admiración y mayor sentido crítico.
No dudan en tomar determinadas decisiones por sí solos, porque disfrutan haciéndolo. Todo esto constituye un saludable síntoma de crecimiento mental, puesto que comienzan a experimentar con especial fuerza la nueva libertad de la “elección responsable”.
En algunos pueden aflorar ya rasgos característicos de la famosa edad del pavo, no les gusta ir con sus padres por la calle, quieren hacer todo con sus amigos, no saben por qué pero se sienten tiranizados en casa y presentan ingenuas muestras de independencia; o no cuentan casi nada y nos dan respuestas cortantes y lacónicas.
Se trata de pequeñas afirmaciones de su personalidad ante las que tendremos que saber “aflojar la cuerda” prudentemente.
El poder se recibe; la autoridad hay que ganarla y se conquista, ante todo, mereciéndola.
Aprender a mandar
En muchos casos el éxito de la autoridad ante un hijo de esta edad está más en cómo se manda, que en lo que realmente se está mandando, igualmente esto debe ser razonable, sólo por este camino conseguiremos que reaccione positivamente a nuestras consideraciones.
Evitar los "sermones"
Otra regla básica del ejercicio de la autoridad es no multiplicar las órdenes o prohibiciones. La autoridad, cuanto menos se exhiba, mucho mejor. Cada vez que la empleemos con nuestro pre-adolescente nos estaremos arriesgando y sufriendo un considerable desgaste. Eso sí, tan grave es no usar la autoridad cuando es preciso hacerlo, como emplearla de un modo tan reiterado que acabemos por perderla.
Esto supone mantener ante el hijo una actitud de confianza y aceptación permanente. Evitar repetirle las cosas varias veces, con esto lo único que logramos es que cada día tarde más en obedecer, y en la mayoría de las ocasiones que ni siquiera llegara a hacerlo. Esto lleva a un desgaste inútil de nuestra autoridad.
A su medida
También debemos huir de las exigencias casi imposibles de cumplir. No podemos pedirle que estudie 3 horas sin levantar los ojos, y que esté quieto. En esto debemos ser lo más realistas posible.
Asimismo ellos tienen un profundo y vivísimo sentido de la justicia, lo más probable es que sufra cuando piense que estamos siendo injustos con él. Para que nuestro hijo acepte nuestras normas, no bastará con ser justos, por mucho que nos cueste también tendremos que parecerlo.
Un buen ambiente familiar
Un buen método para combinar autoridad y libertad, es crear en casa un buen ambiente en el que el hijo se sienta tranquilo, sin estar rodeado de constantes controles por nuestra parte.
Tendencia a prejuzgar
En el momento de corregirlo tengamos en cuenta que la inoportunidad y la falta de diplomacia no son nuestras mejores aliadas. Nada conseguiremos si corregimos a nuestro hijo dejándonos llevar por el mal genio, amedrentándole, imponiéndole castigos, sacando defectos o antiguas listas de agravios.
Es más, la precipitación al castigar suele producir injusticias, que a los hijos les parecen tremendas. Por esto es necesario serenarnos y, sobre todo, intentemos escucharle antes de juzgar su conducta, por inexplicable que esta nos pueda parecer.
Si el pre-adolescente se siente frecuentemente regañado, y, por el contrario, casi nunca reconocido por sus méritos, lo más probable es que poco a poco vayan desapareciendo en él los deseos de hacer cualquier cosa positiva.
Fomentar la sinceridad
Los padres debemos facilitar con hechos la sinceridad, si nuestro hijo confiesa su culpabilidad ante una determinada falta, esto se le debe reconocer en aras a la sinceridad. Ha de saber que una falta declarada es un error casi perdonado.
Debemos saber ser al mismo tiempo exigentes e indulgentes. Aquellos padres que después de exigir sinceridad se enfadan o se asustan ante ella, obtienen desconfianza por parte de sus hijos.
Buenos sentimientos
En el fondo de todo hijo a esta edad, existen una serie de buenos sentimientos innatos y valores positivos que debemos tratar de fomentar.
Gracias a ellos, nuestro hijo irá desarrollando un carácter y una personalidad de la que brotarán sin necesidad de órdenes, todas esas cosas que nos agradaría contemplar en él.
En lugar de insistir constantemente en que es un pre-adolescente egoísta, apostemos por sus buenos sentimientos y valores personales…. seguro que no nos defraudará.
FAMILIA
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