El rol de los adultos: cómo pueden ayudar los padres y los docentes

Para Tormo, la primera pregunta que tienen que hacerse los adultos ante este tipo de problemas de conducta siempre es: ¿cuál es la necesidad de este niño o niña que no está atendida, para que tenga que comportarse de esta manera?
“Para ayudar a un alumno a que adquiera el control de sus emociones, un docente debe tener una profunda comprensión del mundo emocional de los niños y adolescentes, y saber interpretar correctamente sus manifestaciones sabiendo, por ejemplo, que con frecuencia la rabia esconde dolor o frustración que el alumno no sabe cómo manejar”, señala Tormo.
También recomienda al docente que sea un modelo adecuado de gestión emocional y empatía, “no perdiendo la calma ante las conductas disruptivas y corrigiendo la conducta del alumno o alumna haciendo que se sienta aceptado como persona, y que favorezca emociones como la alegría, que aumentan la actitud de cooperación, las conductas prosociales y el aprendizaje”.
Lo ideal es que los padres colaboren con los docentes y mantengan con ellos una interacción cooperativa para resolver los problemas de su hijo, lo que según Tormo, a veces requiere un cambio de actitud y mentalidad en los progenitores, y “el primer paso es dejar de lado los prejuicios y enfocar el tema como una cuestión en la que se quieren buscar soluciones conjuntas”.
“La aceptación de los padres hacia el docente y viceversa es crucial, puesto que nadie quiere cooperar si se siente juzgado. Cada uno lo hace lo mejor que puede, y la búsqueda de soluciones tiene que ceñirse a lo que cada parte puede aportar, aunque no sea lo perfecto o ideal. A partir de aquí todo contacto con el centro educativo va a ser mucho más fácil”, destaca.
Los padres también puede ayudar a sus propios hijos a controlar sus emociones negativas en el seno del hogar y la familia, para lo cual la mejor receta es, de acuerdo a Tormo, la comunicación, “que se basa en escuchar de verdad a los hijos y aplicar lo que en psicología se denomina “reflejar la emoción””, asevera.
“Una frase mágica para conseguirlo es “Ah, ya veo…” que estás enfadado, o triste, o angustiado, o decepcionado”, señala María Pilar Tormo.
“Validar la emoción del hijo es el primer paso para acercarse a él y ayudarle a resolver lo que le angustia. Luego, los padres pueden averiguar cuáles son las necesidades de ambos, las suyas y la de sus hijos, y buscar acuerdos. Si los adultos son solidarios con las emociones y necesidades de sus hijos pequeños o adolescentes, ellos también lo serán con las de sus padres”, concluye esta experta.