VESTIGIOS DE LA VIEJA PAMPA HÚMEDA

La fortaleza de Rojas que resistió malones y hoy soporta en soledad el vandalismo

Historiadores aseguran que su construcción data del siglo XIX por sus características que la hacen única en la región. En la actualidad, solo puede notarse el deterioro que avanza a un ritmo voraz ante la falta de políticas de preservación.

A uno diez kilómetros al norte del corazón de la ciudad de Rojas, en la zona rural de La Rojera, se encuentra la famosa y misteriosa casa octogonal.

No hay día en que ciclistas y aventureros no se metan tierra adentro para visitar la construcción de ocho lados que tiene ese “no sé qué”, que hace visitarla una, dos, diez o cien veces.

En un tiempo se podía llegar hasta ella, recorrerla y ser parte de su historia. Pero los vándalos hicieron estragos. Por eso, hoy, sus tranqueras están cerradas y sólo llegan los que deciden violar la propiedad privada.

Otros, optan por verla desde el camino que une a La Rojera con lo que queda del paraje La Urbelina, desde unos 400 metros de distancia respetando la decisión.

Los lugareños también la conocen como “la casa redonda” o la "casa de las ocho caras", y han contado que su origen corresponde al siglo XIX, lo que representa una gran aproximación al conflicto de frontera en tiempo y espacio.

Estos detalles la hacen una pieza única de un valor histórico, porque no sólo tuvo un fuerte carácter de defensa, sino más bien el de un verdadero bunker, contó Pablo Silva en sus redes.

Una verdadera fortaleza

Su aljibe en el centro, grandes muros y pequeñas ventanas alcanzan y sobran para descifrar su verdadera función. Con seguridad estos aspectos han contribuido a que se mantenga en pie por si sola ajena a toda política de preservación. “Pero de lo que no estoy seguro es de que pueda llegar a resistir y sobrevivir a la indiferencia y el olvido. El bunker en la actualidad se encuentra luchando ante el enemigo más voraz: nosotros”, detalló el cicloturista Silva.

Como se explicara, no se trata de un casco de estancia, sino más bien de una construcción para la defensa, que bien podría haber pertenecido a lo fuera la Estancia de Cano, dado que se encuentra distante unos 10 kilómetros de la que en la actualidad sólo se conservan los cimientos y alguna de las columnas de la entrada de la imponente construcción.

En aquella época, toda esa zona rural compuesta de miles y miles de hectáreas, pertenecían a Roberto Cano. Allí se levantó la casa octogonal, con solamente dos puertas de salida al exterior, una que da hacia el norte y la otra hacia el sur.

La casona posee seis habitaciones. Una fue utilizada como cocina. Vestigios de la mesada y la marlera dan fe de este dato (la marlera era un depósito para marlos o leña para las cocinas de aquellos tiempos).

En el centro de la construcción se ubica el patio central, de allí convergen las puertas de acceso a todas las habitaciones. 

Y en ese patio estaba el aljibe, resguardado de todo, donde hoy sólo se contempla tristemente un pozo. Los techos son de bovedilla, una estructura interior de ladrillos, tirantes y chapas.

En cada uno de los vértices, se levantan estructuras de mampostería, que según se estima, se trataban de escudos para el ataque de los habitantes autóctonos de la región.

Algunos se animan a decir que la casa fue construida en 1850, ya que está levantada con ladrillos comunes de aquella época, asentada en barro y tiene una estructura armada para aquella época.

Las puntas que se ven arriba son atalayas donde, seguramente, sus habitantes se preparaban para defender la estructura de los ataques de los malones. Todas las ventanas son pequeñas, como forma de seguridad. Y eso corresponde a tener visión hacia afuera con poca exposición hacia el enemigo.

Las ocho caras, también son por seguridad, para tener una visión de 360 grados del horizonte. Eso da la pauta también de la forma de vida de aquel momento. Las dos puertas daban la posibilidad de un paso rápido y eventuales salidas alternativas ante una invasión.

Parte de la historia sigue viva

En el libro sobre Pueblos y Parajes de Rojas, del historiador Hugo Silveira, el esctritor le dedicó unas líneas a este lugar, haciendo referencia a que era parte de la estancia San José y que luego fue propiedad de don Angel Turchi, quien residió allí con su esposa María Gabelli y, casualidad o no, con ocho hijos.

Justamente una de las integrantes de esa familia, Norma, dijo: "Me remito a años de mi infacia entre 1955 y 1960. La fracción de campo donde se encuentra la construcción perteneció desde 1945 a mi abuelo Ángel. Luego la sucesión, la venta... cosas de la vida.

Recuerdo el baño interior con bañera, las seis habitaciones, una se destinaba a comedor, cuatro a dormitorios y otra a deposito. Al lado de la cocina estaba la despensa donde habia una balanza con sus pesas, la mercadería y las facturas despues de la carneada. La ventana de la cocina y un portal de doble hoja al que se accedia por un pasillo daban al sur y la puerta principal al norte, bajo una galeria donde colgaba la "fiambrera"( el freezer de esos tiempos). No siempre fueron ruinas, estaba muy bien mantenida, las paredes exteriores color rosado. Pasó mucho tiempo y varios dueños. Nadie más la habitó ni pudo o interesó mantenerla", dijo.

Este tesoro la casa octogonal resiste el paso del tiempo, el vandalismo y la falta de políticas de preservación de lugares históricos. La pregunta que surge es: ¿Cuánto tiempo más podrá disfrutarse?

 

*Fotos: Pablo Silva.