Rafael Obligado es un pequeño pueblo del partido de Rojas, ubicado a 23 kilómetros de la ciudad cabecera y a 35 de Junín. Con una iglesia imponente, casas bajas y una plaza hermosamente limpia y con árboles frondosos, la localidad es similar a muchas otras del interior bonaerense y los casi 800 habitantes saben que allí no abundan los médicos, peluqueros, veterinarios, mecánicos o panaderos. Son pocos, pero siempre están disponibles para una emergencia o para cubrir todo tipo de necesidad.Carlos “Sacho” Mosconi tiene 83 años y es el último bicicletero de Rafael Obligado, él repara todas las bicicletas del pueblo y está listo para quienes requieren de su servicio.
“De joven trabajaba en el campo, después empezaron a gustarme las bicicletas y durante algunos años corrí carreras en Buenos Aires y otros lugares, aún conservo algunas copas de esas épocas”, cuenta “Sacho” a Democracia entre risas, mientras recuerda esos años dorados que tantas satisfacciones le han dado. En 1962 Carlos “Sacho” Mosconi llegó con sus padres a Rafael Obligado y allí se radicó; años después conoció a su mujer Beatriz y tuvieron dos hijas. Hace dos décadas -años más, años menos- “Sacho” se jubiló y supo que no sería nada bueno quedarse en casa cruzado de brazos, entonces desempolvó sus herramientas, recuperó su oficio y abrió la bicicletería. “Todos los días estoy acá, porque un poco más atrás está mi casa, abro siempre, un rato a la mañana y otro rato a la tarde”, cuenta “Sacho” al tiempo que agrega, “en estos días no voy a abrir porque ando jodido de salud, con anemia y me tienen que poner sueros”.
Si “Sacho” no abre las puertas, seguramente no lleguen los seis o siete vecinos que se hacen presentes cada tardecita para charlar, tomar mate y recordar viejas anécdotas. Al pasar por el lugar, la imagen se repite cada vez: “Sacho” y sus amigos de casi su misma edad, con la pava y el mate, con sonrisas en sus rostros y un saludo amigable para cada persona que pasa por alllí. Porque los conocen a todos. “Reparo todas las bicicletas del pueblo, soy el único que queda acá, no tienen otra opción”, cuenta “Sacho” a Democracia y agrega “porque no es tan simple este oficio, si te doy los 36 rayos, la llanta y la maza, tenés que saber cómo armar la rueda, no es fácil, los trabajos que yo hago acá son bastante livianos, porque estoy yo solo, no tengo empleados”. Al rato, “Sacho” menciona a sus amigos con una sonrisa amplia: “nos reunimos todos los viejos acá, caen a la tardecita, uno tiene 83 como yo, hay otros de setenta y pico, pero ya todos son bastante viejos”.
Hace unos años Carlos “Sacho” Mosconi consideró que ya era tiempo de bajar las persianas, que no tenía sentido seguir, que ya jubilado podría descansar. Pero su médico se lo prohibió. “Se enojó el doctor, me retó, me dijo que no podía hacer eso, que siguiera, que es bueno para la mente y para el corazón, y acá estoy, arreglando las bicicletas de todos los chicos del pueblo”, cuenta “Sacho” y agrega “trabajar y mantener este oficio tan lindo es bueno para no pensar en cosas feas que vienen con la edad.”
Cada tarde de verano, cuando baje el sol y “Sacho” venza la lucha contra la anemia que lo preocupa en la actualidad, se lo podrá ver allí, en un banquito, o adentro con sus amigos de siempre, alrededor del fuego que calienta el agua, con la banda que llega a tomar mate y a charlar, a acompañarlo mientras pone aire a una rueda o repara una cadena que se salió al andar. Allí estarán, dando batallla a los años que llegan, inevitablemente, pero cargados de vitalidad.
COMENTARIOS