Alberto Vadillo tiene 74 años y vive en la ciudad de 9 de Julio junto a su señora, Alicia. Tienen tres hijos –María Laura, Oscar, Silvia- y tres nietos. Durante 54 años, Alberto se dedicó a transportar cereal en su camión, recorrió varias provincias argentinas y, hace dos décadas, su hija Silvia le hizo una propuesta: utilizar su camión con fines solidarios. La iniciativa marcó un antes y un después en la historia de Alberto, a partir de allí, comenzaría a ver el monte chaqueño con otros ojos y a entender que, si toda persona está en la tierra por y para algo, él estaba para ayudar.
Ahora Alberto está en su casa, son las cuatro de la tarde y recién se levanta de la siesta. Es otro día agobiante de enero, la máxima señala 38º y él se siente cansado; por la mañana, visitó al médico por una arritmia que complica sus días, pero ahora se sienta tranquilo en una silla y se dispone a charlar un rato de aquello que más le gusta: su faceta solidaria.
“Esto comenzó sin saberlo y sin pensarlo”, cuenta Alberto a Democracia, con la voz pausada, hace casi veinte años. Mi hija Silvia vivía en Buenos Aires y formaba parte de una fundación que ayudaba a chicos que tenían problemas con las drogas, ellos tenían que trasladar donaciones a Rivadavia banda sur, en Salta, y no podían pagar lo que el flete les cobraba, y entonces me preguntó si podía ir con mi camión. Habiendo una hija de por medio, yo no podía decir que no.
1830 kilómetros separaban al pueblo de Salta de 9 de Julio y Alberto, tras charlar con su señora, acababa de decidir que emprendería ese viaje: un viaje de ida. “Fue una aventura. Yo había viajado mucho por mi trabajo, pero nunca había ingresado al monte y no había visto cómo vivían los aborígenes, cómo viven, porque los gobiernos cambian, pero allí la situación sigue siempre igual”, indicó el solidario hombre.
Así nació “Ayuda Aborigen”, una organización sin fines de lucro, formada por la familia Vadillo que, junto a un grupo docentes y personas de diferentes ciudades de Buenos Aires, Chaco, Corrientes, La Pampa y Santa Fe, y con la colaboración de varias instituciones educativas, busca ayudar a las comunidades aborígenes del norte del país que viven en situaciones de extrema indigencia.
Ellos destacan que no les interesa ningún tipo de intervención partidaria, ni ideologías políticas, sólo aspiran a fomentar la solidaridad. En cada viaje a Chaco los gastos son solventados de manera desinteresada por la familia y cada persona que desea viajar para acompañar las incursiones por el norte, abona su pasaje.
Con el tiempo, la cruzada solidaria de Alberto empezó a sumar seguidores y se expandió rápidamente por otras localidades del interior; hoy existen más de veinte grupos de “Ayuda Aborigen” y hay cerca de 200 voluntarios en todo el país. En muchas ocasiones, también trasladan mercadería recolectada por otras ONG para las comunidades originarias.
En diciembre se realizó el último viaje solidario a Chaco, donde buscaron donaciones que habían recolectado en Colón, Rosario, 9 de Julio y también los miembros de “Sueño aborigen” de Rojas.Oscar Vadillo, es el hijo de Alberto y el coordinador de la ONG, él se ocupa de organizar los viajes.
Cada vez que van –unas tres veces por año- llevan todo tipo de donaciones: útiles escolares, ropa, colchones, alimentos, medicamentos, y también un castillo inflable, una pochoclera, un show de magia y números divertidos con payasos para compartir un rato con los más chiquitos. Los voluntarios llegan a Chaco en colectivo, mientras que Alberto sale dos días antes en su camión. Al llegar, se acomodan en una de las escuelas, extienden sus bolsas de dormir y allí pasan la noche antes de emprender la vuelta.
-¿Qué imagen o qué experiencia lo ha movilizado particularmente en estos viajes?
-A mí me cambió la vida el primer viaje que hicimos -cuenta Alberto-, hacía mucho calor, era un 6 de enero, yo estaba tomando mate a la sombra del camión y, de repente, aparece un niño que me miraba. Me llamó la atención porque el aborigen siempre mantiene la cabeza gacha, no mira a los ojos, pero este nene sí me miraba. Esos instantes fueron una eternidad, luego, pegó media vuelta y se fue por el monte. Nunca más lo vi, e incluso, me dijeron que ese nene no existía. ¿Habrá sido un ángel? Ese día supe que la mirada del niño me pedía que nunca los abandonara.
Alberto puede confirmar que se siente cada vez más motivado, que ver las sonrisas de los chicos lo hacen sentir realizado y que, pese al esfuerzo, quiere seguir viajando.
-Tengo 74 y los años se sienten. Yo viajo tranquilo con el camión, paro a dormir, no me apuro. A veces las cosas se ponen fuleras, hay caminos con mucho barro. El último viaje nos encajamos pero, entre todos, con palas y arrodillados en el barro, logramos salir adelante, porque es un trabajo que se hace con amor. Cuando veo a esas criaturas y compartimos buenos momentos siento que nunca se van a olvidar de nosotros, y nosotros tampoco de ellos. Al aborigen se lo usó para la guerra, ellos estuvieron en cada batalla, fueron los vaqueanos y guías de los blancos y así les ha pagado… matándolos. No es justo.
-¿Qué se siente al llegar, sabiendo que llega conduciendo un camión cargado de esperanza?
-Nuestra llegada para ellos es esperanza, sí. Porque saben que no están solos. Por más que no los veamos luego por dos o tres años –porque vamos por distintas zonas- ellos saben que estamos y sentimos el agradecimiento. Ellos no tienen maldad, porque no están pensando en jorobar al de al lado.
-La mayoría de los voluntarios son jóvenes, ¿qué piensa cuando escucha decir que “la juventud está perdida”?
-Yo te pregunto, ¿cuántos son los jóvenes que hacen lío? ¿Diez, veinte, cincuenta? Por ellos decimos que la juventud está perdida, pero hay muchos otros jóvenes que no están en esa situación, la juventud no está perdida, solo necesita que nosotros demos el ejemplo. Ellos son quienes tienen ideales, tienen principios. Es hermoso ver el sacrificio y la alegría con que los jóvenes hacen las cosas.
Cada viaje a Chaco, los miembros de la organización trasladan veinte toneladas de mercadería en el camión con acoplado que conduce Alberto. Cada inconveniente técnico o problema de salud que pueda surgir, se sortea con esfuerzo pero nunca se deja de partir hacia el norte. Tal es así, que ya se encuentran recabando alimentos y ropa para llevar el próximo mes de abril.
-¿Cómo imagina que seguirán las cosas, cuando usted ya no pueda conducir el camión?
- Llevo veinte años haciendo esto, pienso que es un ciclo que se cumple en la vida y lo voy asumiendo con calma. Cuando ya no pueda manejar, pienso seguir yendo, no sé de qué forma, pero tengo que estar al lado de los chicos, quiero ser como un apoyo moral para ellos. Y el día que yo no esté, ellos tienen que seguir, yo les digo que sigan para ayudar y evitar tantas muertes que suceden en el norte argentino.
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