El Honorable Concejo Deliberante de Rojas realizó, el pasado jueves 28 de septiembre, la sesión en la localidad de Rafael Obligado con el objetivo de distinguir a una de las personalidades más emblemáticas del pueblo: Javier Fernández Olaechea, el último médico rural del partido. También se realizó un homenaje al poeta Pascual “Pamperito” Silvani, otro reconocido ciudadano obligadense.
Javier Fernández Olaechea tiene 65 años y hace 40 que vive en Obligado. En diálogo con Democracia, contó cómo trabajaban los médicos rurales en los tiempos de antes, cómo hacían para proveer remedios cuando no había farmacias, para diagnosticar a los pacientes al no contar con los dispositivos del Hospital, y cómo es su vida hoy, luego de que todas aquellas familias que supo atender campo adentro se hayan trasladado a la ciudad.
- ¿Cómo fue su trayectoria como médico y cuándo se instaló en Obligado?
- Yo soy español, vine de chico a la Argentina y me hice ciudadano. Mi familia estaba instalada en la zona de Alberdi y, con la familia de mi padre, nos fuimos a vivir Junín. Luego me fui a estudiar a la Universidad Nacional de La Plata y, tras hacer los estudios, obtuve una beca para hacer el internado rotatorio en Junín, se trataba de prácticas de medicina rural. En ese interín conocí gente de Rafael Obligado, me gustó el pueblo, y hace 40 años que vivo acá. Me gradué en 1983 y me vine para acá, pero antes estuve en clínica médica, en una guardia del Hospital de Clínicas, con nuestros jefes como profesores. Siempre hice medicina general.
- ¿Cómo es la vida de un médico rural?
- En este pueblo yo ya llevo cuatro generaciones atendidas, porque siempre estuve a cargo de la sala. En su momento, ni bien llegué, íbamos a ver gente a los campos y, con los años, los campos se han ido deshabitando. Casi siempre venían familiares de los enfermos a buscarme, aunque en esa época también utilizaban el teléfono magneto para localizarme. Venían a buscarnos y entonces íbamos, fuera la hora que fuera, con sol, con lluvia: cuando nos necesitaban. De tanto en tanto nos venían a buscar en los vehículos de las familias pero casi siempre tratábamos de llevar la ambulancia.
- ¿Las enfermedades del campo eran las mismas que las del pueblo?
- Siempre estuve alerta al mal de los rastrojos, porque hace muchos años se había detectado en esta zona, pero nunca me encontré con un caso de esos. Entonces había gripes y demás, como en el pueblo.
Acá en el pueblo no hay una casa en la que yo no haya entrado.
Está desapareciendo la vocación de ejercer pequeñas localidades.
- ¿Qué cualidades tiene un médico rural diferentes al médico de ciudad?
- El médico, sea rural o de ciudad, siempre tiene que tratar de tener una muy buena relación con el paciente, no solamente la parte médica sino otros aspectos del ser humano también. Lo principal es la relación médico paciente. Porque la persona tiene que hablar, expresar sus cosas. Si bien acá hubo otros médicos, yo fui el que estuvo de manera permanente.
- El vínculo con los pacientes debe ser más estrecho…
- Yo voy caminando por la calle y hay preguntas, es así, en los pueblos es distinto a la ciudad, el médico también es amigo y confidente. La relación es más directa, uno ya sabe que ese paciente va a ser paciente toda la vida. Acá en el pueblo no hay una casa en la que yo no haya entrado.
- ¿Cuáles eran los principales obstáculos cuando iban a atender al campo?
- El problema que teníamos era que no había farmacias, teníamos que conseguir los medicamentos en los laboratorios, después comenzó a acercarlo la Municipalidad. El problema del médico rural es que no tiene equipamiento, solo tiene el estetoscopio y el ojo clínico. En la ciudad hay laboratorios, aparatos de radio, etc., y uno esas cosas no las tiene y es más complicado diagnosticar. Además, cuando se trabaja en zona rural, uno tiene que abarcar toda la medicina, completa: una mañana me encontré con que una mujer que estaba teniendo familia y la ayudé, he atendido niños, gente grande, muchas veces uno no tiene los elementos para diagnosticar y tiene que confiar en el ojo clínico. Hubo noches que llegaba a las dos o tres de la mañana al consultorio y me quedaba investigando el caso en mis libros, porque no tenía otra forma de saber.
- ¿Si tuviera que volver a elegir, optaría por esta vida?
- Volvería a elegir esto. Es más, ya tuve la posibilidad de elegir, y elegí vivir en Obligado. Me han ofrecido trabajar en Buenos Aires y en Junín, pero nunca me quise ir. Mi meta siempre fue vivir en un pueblo, disfrutar de la tranquilidad, de todo lo que lo caracteriza. Es una elección, yo estoy de guardia los 365 días del año, con el teléfono en el bolsillo todo el tiempo, día y noche, esto es parte de ser el médico del pueblo.
- ¿Hay alguna anécdota que siempre recuerde?
- Siempre me acuerdo de cuando llegué a Obligado, no teníamos hijos, mi señora me dijo un día “vamos a comer unas pizzas”, y yo a la tardecita salí para una estancia, llovía mucho, nos quedamos encajados en la mitad del camino y cruzamos el campo a pie. El hijo de la señora que estaba enferma me había dicho que estaba muy grave, y cuando llegamos me abrió la señora “enferma” con un cigarrillo en la mano. Estaba simplemente resfriada. Cuando volví a mi casa, era la una de la mañana, y me comí un pedacito de pizza frío.
- ¿Cómo ve a los médicos que vienen?
- Yo ya tengo 65 años y no sé cuánto más seguiré, trabajo desde hace muchos años, todos los días de mi vida. Uno está pendiente noche y día, siempre pensando que va a tener que salir a ver a alguien. Al campo ya no vamos más, porque los que no se mudaron ya tienen las chatas 4x4 y se acercan. Se han terminado los médicos rurales. Pienso que los médicos jóvenes, modernos, piensan en hacer muchas especialidades y deben considerar que estar en un pueblo es como retirarse de lo nuevo, del aparataje. Pienso que la gente joven puede vivir en un pueblo porque hay tranquilidad, pero está desapareciendo la vocación de ejercer en pequeñas localidades. Hoy los jóvenes se quedan en los centros más grandes. Son búsquedas distintas.
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