"En vísperas de los primeros días de Abril, la gomería del viejo se ponía un tanto transitada. En particular, me tocaba atender a mis amigos del barrio y del `cole´. Mi padre, juntaba cubiertas en desuso al fondo de la gomería, siempre con el mismo lema: Alguien necesitaría alguna de ellas, que no sirve.
Sabía que llegaría la época del invierno, en el que el campo necesitaba las cubiertas grandes para poner sobre los nylon y tapar los fardos o cereales, o simplemente, que llegaría el invierno para prender la fogata de `San Juan´. Para eso, se guardaban las más chiquitas.
La previa de `San Juan´ involucraba dividir las tareas en casa. Y también, luego, en el barrio. La ceremonia era para el 23 de Junio a la noche.
Durante seis meses, guardábamos en casa los aerosoles de `Fuyi´ vacíos, los que luego se convertirían en el `petardo de los pobres´.
Llegado los primeros días de Junio, se empezaba a preparar el muñeco que se quemaría. Juntábamos pantalones, remeras, camisas, -lo que había al alcance y que ya no se usaba-, y se armaba con pasto seco y demás cosas un gran muñeco. Adentro le poníamos, incluso, los gastados aerosoles, reservando algunos para poner dentro de las cubiertas y que genere mayor impacto sonoro.
Durante la semana, nos encargábamos de organizar con los vecinos, para saber si haríamos la fogata de la cuadra o cada cual `para su puchero´. En ocasiones una cuadra, en otras, era individual. Especialmente recuerdo el entusiasmo aporte que le ponían la viejita Jorgelina y Matilde, quienes siempre algo estaban dispuestas a poner para la fogata…
Competíamos con las cuadras vecinas, los barrios, con el pueblo entero.
En la semana anterior, abríamos paso al dolor en las manos por el frío del invierno, para ir a buscar por el pueblo ramas y demás cosas que sirvieran para encender el fuego.
La ceremonia generaba tanto o la misma ansiedad que esperar a Papá Noel. En esos tiempos, nos sentíamos todos Nerón.
En casa, los nervios venían al momento de no saber a qué hora regresaba mi padre del laburo, con la infaltable lata de querosene. Sea como fuera, a la hora que llegara, ahí estaba, justo a tiempo para empezar el ritual de la familia, del barrio entero.
Al pobre viejo ni lo dejábamos cenar. La ansiedad era más fuerte. Mi hermana se reunía con las vecinas y se `chusmeaban´ a ver cuántos aerosoles había en la fogata. Eso era como presumir `el arsenal´. Sin embargo, todos sabíamos que el conteo oficial dependía de los que llegaban a explotar, los demás no contaban...
Claro que en casa teníamos algún extra. Las cubiertas eran las más grandes. Íbamos con ventaja.
En mi último `San Juan´ de Germania que recuerdo, estaban amigos entrañables alrededor de la fogata.
La inocencia de no saber bien el significado, se materializaba en lo más interno de cada uno, de sentir la esperanza que algo bueno vendría.
Y así llegaba el momento en el que solo quedaba el chisporroteo de la fogata encendida, escuchándose en la fría noche. Y ahí nos quedábamos, imaginando aventuras, contándonos macanas, hasta que la llama de `San Juan´ ya no nos calentara.
Imaginaba en esas noches muchas estrellas de chispas, subiendo al cielo. Y no me equivocaba en los deseos.
De grande aprendí a mirar el cielo e imaginar esos grandes momentos. Esos nostálgicos momentos de vecinos. Esas despedidas de todo lo malo. Ese renacer…, esa llama para darle fuerza al nuevo sol…
El tiempo confirmó que no fue en vano celebrar `San Juan´… , recordándome, recordándolos, y esperando el nuevo sol…".
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GENERAL PINTO
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