Maximiliano Lancieri tiene 47 años y desde hace 20 vive en Chacabuco junto a su mujer y sus tres hijas, Juana, Pilar y María. Comerciante y empleado municipal, decidió instalarse en la ciudad luego de que la crisis del 2001 le hiciera ver que existía otra forma de vida junto a la familia de su esposa.
En el año 1992, Maximiliano cursaba el cuarto año de la secundaria en Capital Federal. Allí, vivía junto a su madre Nancy; sus hermanas mellizas, Yanina y Gisela; su hermano menor, Mauro y su padre, Miguel Ángel, quien fue víctima del atentado a la Embajada de Israel el 17 de marzo de ese mismo año. “Cuando explotó la bomba yo tenía 16 años y estaba en la secundaria. Recuerdo que ese día volvíamos caminando con mis amigos y yo notaba algo raro. Tenía un sentimiento adentro que no podía explicar”, relató Maximiliano y contó que “cuando llegué a mi casa y vi a mi vieja llorando, lo entendí”.
Así, cuando regresó a su hogar se encontró con el socio de su padre quien les contó lo ocurrido. “Mi viejo trabajaba colocando aire acondicionados y esa mañana fueron a laburar al lado de la Embajada. Él siempre se encargaba de manejar la camioneta, pero como tenía una lesión en la pierna ese día no lo hizo”, relató Lancieri y agregó “se bajó y se quedó parado afuera del edificio con las herramientas, el socio salió con la camioneta y a los pocos metros escuchó la explosión”.
Allí comenzó la incertidumbre y la desesperación. Las preguntas sobraban y las dudas crecían minuto a minuto. “Recuerdo la búsqueda, había mucho desorden y desorganización.
Si bien había muchos hospitales cercanos, había heridos que eran derivados a otros y la policía no daba la información certera. Entonces uno entraba en una paranoia tremenda”, relató y recordó “en ese momento salimos con un primo de mi mamá a recorrer distintos hospitales. Nos mandábamos a todas las guardias. Recién a los tres días la llaman a mi mamá de la morgue porque existía la posibilidad que el cuerpo de mi papá estuviera allí y teníamos que ir a identificarlo”. Fue así que, después de tres intensos días de búsqueda, tuvieron la certeza de que su papá había fallecido.
Su recuerdo
“Mi viejo era un tipo bonachón, muy sociable. Lo conocían todos en el barrio porque hacía muchas cosas de mantenimiento. Él siempre estaba para ayudar a algún vecino, era un laburante incansable”, expresó Maximiliano y agregó “siempre había mucha gente en casa de visita, él era el nexo de la familia, le gustaba juntarse y lo vivía siempre con mucha alegría”.
Así, respecto a su madre, Nancy, contó que era una mujer que mostraba una sonrisa de día y lloraba de noche. “Delante de nosotros mostraba firmeza, para no dejarnos caer, pero a la noche se quebraba porque obviamente extrañaba a su pareja. A ella le costó muchísimo porque le sacaron parte de su vida. Le sacaron a su compañero”, mencionó y aseguró que, a él, lo que más le duele de no tener a su padre es “no poder compartir y disfrutar los logros de la vida”.
Su lucha
Al cumplirse 31 años del atentado que dejó un saldo de 29 víctimas y más de 200 heridos, Maximiliano escribió una solicitada donde expresa su pedido de justicia. Así, respecto al avance de la causa dijo: “Es lo mismo que si hubiese agarrado una hoja en blanco. Desidia, desinterés, falta de respuesta a lo largo de todos estos años. Años en los cuales nunca dejamos de recordar a nuestros familiares. Años en los cuales nunca dejé de recordar a mi viejo. Con una Justicia totalmente ciega e inoperante. Con una Justicia a la cual cada día se me hace más difícil explicar para qué sirve”, y agregó “reclamamos que de una vez por todas se tomen las riendas, y se investigue la conexión local. Reclamamos que todos aquellos que nos tienen que dar respuestas, se pongan los pantalones de una vez por todas y lo hagan”.
Su mirada
Lancieri mencionó que es difícil entender o explicar un atentado y que a un ser querido tuyo lo mataron allí. “Creo que lo que hay que explicar es que hay gente extremista que llega a tomar decisiones que involucra matar a otras personas y que ese no es el camino para entendernos, sino que hay otros”, relató y continuó “debemos trabajar en eso. No sobre el odio, sino sobre el entendimiento. Entender al otro o por lo menos tratar de entenderlos sin llegar a ese extremo de violencia”.
Por último, aseguró que “madurar es entender lo que a uno le va a pasando en la vida para poder ir sumando a su nueva perspectiva y así poder ver las cosas con otros ojos. Yo a los 16 años miraba el atentado de una manera, hoy con 47 lo miro de otra”.
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