Hace ocho años nacían Fermín, Ignacio y Pedro López, hijos de María Laura Colaneri (47) y de José Luis “el colo” López (47). Tras una larga lucha por ser padres, no lograrían tener un bebé tan deseado sino tres y, con ello, llegarían las sensaciones de felicidad, de gratitud, los miedos y una pregunta clave: ¿Podremos con todo? Con un vientre habitado por tres personas en potencia comenzó el desafío que se extiende hasta la actualidad y que consta de una rutina cargada de ocupaciones, horarios, sonrisas e interminables experiencias. Junto a una “super mamá” capaz de gestar y traer a tres hijos al mundo de una vez, hay un “super papá” que lleva y trae a los chicos a la escuela, hace kilos de papas fritas para todos y reconoce que le cuesta mucho retarlos.
El deseo de ser padres
“Durante mucho tiempo buscamos que Laura pueda quedar embarazada, no se dio, entonces hicimos un tratamiento, conocimos a los médicos que llegaron desde Buenos Aires y, después, viajamos nosotros para hacer una transferencia embrionaria”, contó José Luis “el colo” López a Democracia y agregó que “le colocaron tres embriones y prendieron los tres, no era algo común ni esperable”. Cuando Laura se sacó sangre para hacer el análisis de sub-unidad beta –lo primero que pide el médico para confirmar el embarazo– le dio un número muy por encima del resultado positivo. Inmediatamente llamaron al doctor responsable del tratamiento para comentarle y esperaron 48 horas para repetir el análisis y ver si la hormona Gonadotrofina Coriónica Humana –que se genera exclusivamente durante el embarazo– continuaba en aumento. El número volvió a ser sorprendentemente alto y volvieron a llamar al médico: “lo primero que me dijo el doctor fue ‘Colo, seguro que en ese vientre hay más de un hincha de Racing’”, recordó José Luis.
Semanas después, Laura y José Luis asistieron a la primera ecografía con un obstetra de Chacabuco y en la pantalla veían imágenes en blanco y negro que no lograban distinguir. El médico subió el volumen del ecógrafo para que pudieran oír el sonido de los latidos del corazón y, acto seguido, dio la noticia: “acá hay tres chicos”. Reinó el silencio. “Muchas parejas intentan varias veces con las transferencias embrionarias, no es fácil que sea exitoso, nosotros teníamos tres embriones para hacer la prueba y hoy tenemos tres hijos haciendo lío en casa”, contó José Luis a este diario y agregó que “el día de la ecografía, salimos del consultorio, nos subimos al auto, y yo le dije a mi mujer ‘petisa, en casa tenemos cinco sillas, está todo bien’; fue lo primero que se nos ocurrió decir”. María Laura transitó un embarazo de siete meses con una panza inmensa y poblada de vida.
Momentos difíciles
“Ignacio, que es mi hijo con síndrome de Down, tenía menos movimiento en la panza, a los siete meses se decidió que iba a ser la cesárea, Laura estaba con monitoreo continúo porque a Ignacio se le cerraba el cordón umbilical y no se alimentaba; el bebé se giró solo adentro, zafó y fuimos directamente a la cesárea programada en La Pequeña Familia de Junín”, contó José Luis y agregó que “nacieron re bien, no necesitaron respirador, tenían los pulmones maduros; al principio nuestro miedo era cómo íbamos a hacer, no sabíamos si nos iban a dar de a uno o a todos juntos, después fuimos superando esos miedos porque aparecieron otros”. Al nacer, Fermín tuvo un peso de un kilo 650 gramos; Pedro de un kilo 600 gramos e Ignacio un kilo 300 gramos. Para que les resultara más fácil organizarse, en la clínica les dieron el alta a los tres juntos pero, al poquito tiempo, Ignacio tuvo un problema que consistía en que la sangre del corazón se iba al pulmón. “Todos los miedos que teníamos antes ya no existían: supimos que había cosas más difíciles”, reflexiona hoy José Luis.
Desde ese momento, y por un período de dos años, la familia conformada por María Laura, José Luis y los trillizos, atravesó momentos de miedo y angustia. “Estuvimos internados en Chacabuco, después en el Hospital Italiano de La Plata; primero me fui yo con Ignacio y mi mujer se quedó con los otros dos en Chacabuco, no se podía operar al bebé porque aún no llegaba al peso, entonces íbamos y veníamos, en casa teníamos internación domiciliaria, entraban y salían enfermeras”, recuerda José Luis y agrega “los otros dos se iban acostumbrando a esta vida, después pudimos alquilar un departamento en La Plata para estar todos juntos y, con mi mujer, nos cruzábamos en el pasillo, porque, cuando volvía yo del hospital, se iba ella”.
A Ignacio lo operó primero un hemodinamista, no funcionó y al nene le agarró una bacteria que se alojó en el corazón. “Estuvo muy mal de salud, sufrimos mucho”, cuenta José Luis y agrega “después nos derivaron al Hospital de Niños de La Plata y ahí lo operaron, para ese entonces Ignacio ya tenía dos años, le sacaron el dispositivo que le había puesto el hemodinamista y le cerraron el ductus; a partir de ahí, empezó a remontar y hoy es un enano divino”.
La rutina con los trillizos
Organizar la jornada con trillizos es tan desafiante como divertido. “Con mi mujer decimos que somos un equipo, así funcionamos, yo me levanto temprano, aunque Ignacio se despierta solo antes que yo; despierto a Pedro y a Fermín para que desayunen y vayan a la escuela a la mañana; después vuelvo y lo llevo a Ignacio a sus actividades y él va a la escuela a la tarde, una vez que los dejo en sus actividades me voy al campo -soy productor agropecuario y trabajo en una empresa familiar- voy manejando mis tiempos”, relata José Luis y agrega “alrededor de las tres de la tarde me voy, me quedo con los chicos y mi mujer entra a trabajar en la Escuela de Actividades Culturales, ahí terminamos de hacer las tareas, vamos a buscar a Ignacio a la escuela, volvemos, los llevo a dibujo, los traigo, los meto a bañarse, es una lucha cuando no quieren bañarse, nos peleamos, nos reímos, preparo la cena y todos a dormir temprano”.
Para José Luis, lo más gratificante de ser padre es ver a sus hijos abrazarse y divertirse juntos. “El domingo pasado fuimos a la plaza con las bicicletas, Fermín y Pedro lo van esperando a Ignacio que se arrime, él va un poco más lento, y eso es muy lindo verlo”, cuenta José Luis y agrega “un día llevamos a Ignacio a la escuela y nos vinimos con Pedro y Fermín al campo a ver a una vaca que estaba por tener cría, la vaca había tenido mellizos, a uno no lo quería porque lo estaba tapando, entonces le dije a los chicos ‘nos llevamos el ternero a casa’, nos veníamos con el animal en el piso del lado del acompañante y Fermín lo abrazaba, le daba besos, decía ‘no aguanto de tanto amor papá’, él es así de exagerado; y con Pedro miramos partidos de fútbol, todos ellos son de Racing como yo”. Los trillizos estallan de felicidad cuando el padre les prepara papas fritas: “yo les hago papas fritas, les encanta, el otro día estaba pelando las papas y empezaron a pelearse, les dije ‘hasta que no se pidan perdón y se abracen los tres, no sigo pelando papas’, entonces empezaron a abrazarse y a decir ‘perdón, hermano’”, cuenta José Luis entre risas y termina su relato con una reflexión: “esas cosas, así de simples y cotidianas, son las cosas más hermosas de mi vida”.
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