Omar Liborio es vecino de Ascensión y excombatiente de Malvinas. Cuando tenía 22 años partió a la guerra y de allí no solo volvió con secuelas físicas y heridas imborrables, sino que trajo consigo un recuerdo especial que tiene a un perro como protagonista.
Omar atesora cada detalle de los dos meses junto a Tom, la mascota que los acompañó en combate y que, por su instinto animal, supo oír antes que nadie y poner en sobre aviso la proximidad de los ingleses.
Omar llevará consigo esta historia hasta el final de sus días, es un sello de fuego en la memoria, porque Tom murió en el mismo momento en que él y sus hombres caían heridos en combate.
Actualmente Omar tiene 58 años y vive en su ciudad natal, la silenciosa localidad de Ascensión. Entre sus cosas conserva la historia del perro Tom, que escribió hace unos años y que hoy vuelve a compartir con Democracia para recordar aquellos días difíciles, cuando el frío de Malvinas agrietaba la piel y la mirada triste se perdía en las trincheras devastadas.
Omar era cabo primero y durante los meses en las islas fue jefe de un cañón Sofma, tenía a cargo diez soldados “sirvientes de pieza”, como se denominaba a quienes operaban el arma. Pero aquel día de 1982 en que el grupo de Artillería 101 partió a la guerra, un impensado soldado de cuatro patas se sumó al combate.
La historia del perro Tom
“Yo fui el último en retirarme de la batería porque era encargado del depósito de vestuario y equipos, pero como habían llegado a último momento las camperas que el ejército había comprado en Israel, no alcanzamos a entregarlas todas en el cuartel, entonces las íbamos a terminar de entregar en el andén del tren, cuando salía con todas las camperas, se cruzó un perro de raza indefinida -que los soldados habían criado en la caldera- y me hizo tropezar; lo espanté, volvió y casi me hace caer, fue ahí entonces que lo levanté en mis brazos y se lo di al soldado Cepeda, que era mi auxiliar, ya nos estaban esperando con un camión fuera de la batería”, así comienza el relato que Omar escribió, siendo fiel a cada detalle, a narrar tal como había ocurrido.
“Entonces Cepeda me preguntó qué hacía con ese perro, le dije que casi me había hecho caer y que lo llevábamos con nosotros a Malvinas. Me preguntó cómo se llamaba y le dije ‘no sé, pero desde ahora se llama Tom, porque vamos al Teatro de Operaciones Malvinas (TOM)”, continúa Omar Liborio, y agrega “nuestra querida mascota recorrió todos los lugares con nosotros, viajes en tren hasta San Antonio Oeste, donde hay puntas de rieles, luego en camiones vía carretera, pero siempre ocultando a Tom de nuestros superiores porque si lo veían yo terminaba preso y el perro abandonado en cualquier lugar, así que lo tapábamos con una manta, lo metíamos entre las camperas o dentro de un bolsón porta-equipo y solo se le permitía sacar la punta de su hocico para respirar porque si no gritaba.
Llegamos a Comodoro Rivadavia y desde allí a Comandante Luis Piedrabuena. Estuvimos unos días y cuando llegó la orden solo dos piezas Sofma cruzarían a Malvinas, así que nos dirigimos al puerto de Santa Cruz, cargamos materiales, equipos y a nuestro Tom, así partimos en un Hércules C130 de la fuerza aérea a Comodoro Rivadavia”.
El relato continúa con la odisea de Omar Liborio y sus soldados para esconder al perro de los superiores. “En el aeropuerto internacional empezó la odisea de Tom, había oficiales de alto rango por todos lados y nosotros con un perro, pero tuvieron más habilidad los soldados para esconder a Tom, que los generales para descubrirlo” cuenta y agrega “así cruzamos a Malvinas y tuvimos que volver porque estaban bombardeando, luego hubo alerta roja, así que la tercera vez aterrizamos y, al instante, nos sorprendió un intenso bombardeo de las Fragatas, era de noche, estábamos en el medio de la nada, muy asustados nosotros. Y el perro ni hablar”.
“Desde entonces, siempre tiramos y fuimos bombardeados. Cuando nos dieron la posición, Tom era un soldado más del grupo artillería, pero con más oído que nosotros por su instinto animal.
Recuerdo que era de pelaje corto y en las noches frías temblaba a lo perro pelado, por eso los soldados le habían hecho un abrigo con pasamontañas, tipo pullover, y con una lata le habían hecho un casco”, recuerda Omar en su texto y agrega “él se paseaba por la posición, cuando empezaban a tirar los ingleses era el primero en escucharlos y cuando tiraba el Sofma se sentaba adelante como diciendo ‘tomen, ingleses’.
Ahora, cuando se ponía la cosa peluda, era el primero en salir para el refugio, ladraba, se quedaba parado en la entrada y cuando entraba el último se tiraba arriba de cualquiera”. Omar recuerda que cuando alguien estaba triste, Tom parecía darse cuenta e iba a jugar con ese hombre.
La parte más cruda del relato de Omar conmueve hasta las lágrimas. “Así Tom pasó toda la guerra con nosotros, hasta que el día 12 de junio, cuando dos aviones Sea Harrier nos atacaron desde atrás, arrojando todo el arsenal que traían, cayeron heridos cinco soldados, yo y nuestro querido Tom, pero él fue herido de muerte, lo recuerdo tirado en el piso, sus ojazos negros me miraban.
A nosotros nos evacuaron al hospital, a Tom alguien lo tuvo que sacrificar, nunca quise saber quién, pero él es el único ser no humano que murió de nuestro grupo y está ladrando en las tumbas de nuestros héroes”.
Los últimos minutos de Tom lo encontraron tendido sobre una piedra, inmóvil, con la mirada fija en los soldados, en un ambiente cubierto de humo y olor a pólvora.
El perro que advertía al enemigo antes que nadie, ahora callaba para siempre. Cuando Omar volvió al continente y se reencontró con su familia, decidió llamar Tom a todos los perros que fuera a tener a partir de entonces. “Hasta que se me murió el último y, como ya estoy un poco viejo, no quiero más perros, porque no quiero sufrir más”, cuenta.
El 1 de junio de 2014, se inauguró en Ascensión el monumento a Tom. En la escultura se recorta la figura de un perro negro mirando al frente, sentado sobre las piedras, porque en Malvinas Tom pasaba mucho tiempo entre las piedras.
También hay un casco, que simboliza a los héroes caídos en la guerra y una cruz de costado, que representa la muerte de un animal.
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