DEMOCRACIA, EN AGUSTINA

Un viaje al interior de la inundación: “Nunca vimos una situación como esta”

Productores ribereños de la Mar Chiquita que llevan más de sesenta años en el lugar afirman que lo que están padeciendo es un fenómeno excepcional. “Está asustando esto por cómo está creciendo”, dicen con preocupación.

José Luis Mendizábal se apoya sobre la tranquera de su campo, hace visera con su mano derecha para cubrirse del sol que lo encandila, mira con los ojos entrecerrados ese inconmensurable espejo de agua en que se ha convertido la laguna Mar Chiquita, que ya se metió en sus tierras, y suspira: “Yo nunca vi nada igual”.
Toda su vida tuvo campo en Agustina, pegado a esta laguna y jamás vio tanta agua como ahora.
Señala una hilera de árboles que está a lo lejos, que tienen sus troncos tapados con –tal vez– más de un metro de agua, y cuenta que dos semanas atrás se podía llegar hasta ellos caminando.
Los ribereños de la Mar Chiquita están cada vez más preocupados. Algunos desesperados.
“Nunca vi la laguna como ahora” dice Luis Alberto Longinotti, que nació en la zona y vive allí desde hace décadas. “Parece un mar”, agrega su hijo Rodrigo.
El campo de los Longinotti siempre estuvo a un kilómetro, más o menos, de la laguna, y hoy tienen el agua a no más de diez metros de su alambrado. “Está asustando esto por cómo está creciendo”, señala Rodrigo, cuya preocupación se extiende porque ya transcurrieron varios días de la última lluvia y no sólo no retrocede el agua, sino que sigue avanzando. “El otro día, en la reunión que se hizo en la Rural, decían que todavía no terminó de subir”, añade.
“La dimensión que ha tomado la laguna hoy no se la vio nunca”, insiste Mendizábal, para luego ampliar: “Yo no tengo los números de las pérdidas que esto podría haber producido, pero ha habido mucha afectación, y en la zona de Arenales también. Porque allá el agua avanzó mucho más. Y ahora se está metiendo acá, que es la parte más alta de Mar Chiquita, porque está la cadena de médanos que viene de Junín”.
En el campo de Mendizábal “desaparecieron dos lotes” en los que tenían hacienda, también quedó tapado un tercero que iba a ser destinado a animales, y tienen medio más bajo agua en el que hay sembrado soja y no saben si la van a poder levantar. De hecho, el jueves se les encajó una cosechadora y estuvieron toda una tarde trabajando en eso hasta que lograron sacarla, tirando con dos tractores.
Situaciones como esta se dan en todas las tierras que bordean a la Mar Chiquita. Longinotti explica que en un campo vecino sembraron 140 hectáreas de las que pudieron cosechar la mitad.
O el caso de la Estancia Santa Ana, que está del lado de Tiburcio, en donde tienen el agua un metro adentro de la casa del casco: “Ahí trabajan 20 o 30 familias y se tuvieron que ir”.
Por su parte, Rodrigo se dedica, principalmente, a los chanchos, y en sus tierras tiene una maternidad, crías, engorde y demás: “Uno se pone a pensar que después de una semana ya tengo el agua casi en el alambrado, y si esto sigue así, tengo que levantar todo. Los 300 milímetros fueron algo extraordinario y ya pasaron, pero el agua sigue subiendo”.

La Mar Chiquita
Históricamente, la extensión de la Mar Chiquita fue de unas diez mil hectáreas. En la actualidad ocupa unas 22 mil. Por eso la preocupación de los ribereños.
Lo curioso del caso es que hace menos de diez años esta laguna estaba seca. Tan es así que había bandadas de chajás que tenían su hábitat en la Mar Chiquita y que en el año 2008, al estar seca, atacaban las plantaciones de los campos vecinos, como recuerda Mendizábal: “Esto marca que tenían su vida autóctona en la laguna y, al secarse, se metían en los campos ribereños y hacían mucho. Se devoraban la alfalfa y la soja recién sembrada”.
La realidad, una década más tarde, es opuesta. El monte de La Dela, en donde hasta hace muy poco se hacían picnics y bailes, hoy tiene un metro de agua, si no más.
Las tierras de productores como Mendizábal, el escribano Ferari, Llovet, Micheli, Malchiodi, los Gandulfo, Tambuzzi y las estancias Don Alejandro, San Francisco y El Encuentro, son las más afectadas dentro del partido. “A eso hay que sumarle todo lo que está en Arenales, porque la mayor parte de la Mar Chiquita da sobre ese partido”, explica Mendizábal.

Más ejemplos
Otros ejemplos resultan útiles para comprender la excepcionalidad del asunto.
Años atrás, se acercó a la zona un hombre que quería instalar un puesto de pesca con una bajada para lanchas. Entonces le preguntó a Luis Longinotti, que hace 60 años que vive en la zona, dónde estaba el punto más alto hasta donde había crecido la laguna. Y él se lo marcó. Con esa referencia, el emprendedor pesquero hizo una casa diez metros más atrás y, además, la erigió sobre un piso que estaba a una altura de 50 centímetros, como para asegurarse de no tener inconvenientes. Actualmente, esa construcción tiene más de un metro de agua adentro.
Rodrigo Longinotti relata que, en ese lugar, en la bajada de las lanchas, a un muchacho le pasó dos veces lo mismo en esta semana: llegó a las 8 de la mañana, dejó la camioneta estacionada en el camino algún metro antes de que tocara el agua, y cuando volvió, a eso de las tres de la tarde, el agua había llegado dos metros atrás de la camioneta. Es decir que en siete horas creció alrededor diez metros, “y por el camino, que es un lugar que está en subida”. Para Rodrigo, “en los sectores más bajos el agua se mete más todavía".

Plan Maestro
El problema del avance del agua sobre los campos fue una de las noticias predominantes en los últimos días, luego de que las últimas lluvias pusieran al límite el sistema de escurrimiento y canalización del sistema hídrico de la región.
En ese marco, la laguna Mar Chiquita se convirtió en el punto sobre el que se posaron todas las miradas, ya que se puso a prueba la eficacia de esta obra de contención que se hizo en su momento.
Ese proyecto, que es el Plan Maestro Integral Cuenca del Río Salado, tenía como objetivo primordial el de evitar, principalmente, que el agua llegue a los cascos urbanos. Para eso se hizo, entre otras obras, un terraplén de hormigón, en forma escalonada, de 13 kilómetros de largo en la Mar Chiquita.
La consecuencia de ello es, hoy, que esa agua queda estancada en los campos ribereños a laguna. Por eso hay muchos productores y dirigentes de entidades agrarias que solicitan que haya algún tipo de compensación para los afectados directamente por las consecuencias de esta obra. “Ese es un tema que va a venir –comenta Mendizábal–, los productores están tratando de cosechar lo que se puede, dentro del difícil momento. Pero seguramente tiene que venir algún tipo de resarcimiento porque si no estuvieran las compuertas, el agua seguramente hubiera tomado otro cauce, no sé si necesariamente hasta Junín, pero todo lo que está antes de la 188 hubiera tomado más nivel”.
Rodrigo Longinotti considera que “la obra de la Mar Chiquita salvó a Junín porque si no fuera por eso, no sé cómo estaría”. Y en el mismo sentido que Mendizábal, puntualiza: “Uno entiende que primero se tenga en cuenta el sector urbano, sabemos que es así y está bien, pero hay que tener en cuenta que hay gente que se está perjudicando mucho. Este campo es de 50 hectáreas, 25 de mi viejo y 25 de mi tío, en donde a mí se me meta el agua, me mata. Y al que tiene muchas hectáreas también lo perjudica mucho. Así que estamos preocupados”.
Por el momento, no hay derecho al pataleo. Si se cierran las compuertas, los ribereños afectados no pueden hacer ningún tipo de reclamo.
Mientras tanto, el manejo de las compuertas es algo que no está claro para los productores. Hay quien dice que no funcionan, los que creen que están abiertas o los que escucharon que cerraron tres de las cuatro, entre otras tantas versiones.
“Yo no tengo claro, porque es un tema que maneja Hidráulica de la Provincia, si se cerraron las compuertas, o si quedaron fuera de operaciones luego de un manejo raro que hubo cuando se quiso salvar el balneario de Arenales, ése es un tema que los productores no conocemos”, señala Mendizábal, y concluye: “Lo lógico sería que las compuertas estén funcionando en condiciones óptimas, porque para algo están, y entonces, cuando haya oportunidad de acelerar la salida del agua sin que represente un peligro cuenca abajo, que se abran. Y si, eventualmente, en un momento hay que cerrarlas, que se haga. Pero el manejo de las aguas tiene que estar a cargo de la Provincia a través de la Dirección de Hidráulica o de la Autoridad del Agua”.

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