Cristina Kirchner le quitó aire, hace algunas horas, al operativo clamor motorizado desde su propio sector para que sea candidata presidencial. No lo dijo con todas las letras pero lo dejó entrever en varios pasajes de su discurso, acaso con más contundencia sobre el final cuando lanzó un categórico “ya di todo lo que podía dar”.
Desde el primer piso de la sala Ginastera del Teatro Argentino la escuchaba Axel Kicillof, para quien una eventual postulación de la jefa de su espacio político le aventaría una de sus principales inquietudes políticas: que ante la falta de un nombre indiscutido y que mida, la Vicepresidenta termine empujando al Gobernador a la pelea mayor por ser el dirigente que mejor retiene su núcleo duro de votantes.
No se trata de una preocupación nueva porque desde hace tiempo cerca de Kicillof observan el menú de opciones que puede ofrecer el Frente de Todos y su figura surge, si Cristina finalmente no compite, como uno de los platos principales.
La figura de Sergio Massa podría jugar en favor de los deseos del Gobernador de evitar el salto nacional y quedarse a pelearla en la Provincia. Pero en ese caso también los temores con forma de crueles interrogantes dan vueltas por la Gobernación: ¿aguantará una posible candidatura presidencial del ministro de Economía una corrida cambiaria como la de la semana pasada?
Esas preguntas se hacen todos los días los laderos de Kicillof, acaso como intentando desentrañar un futuro insondable. Por eso, también, se abrazan a la lectura de que el acto del Teatro Argentino no cambió demasiado el escenario interno del oficialismo. “Las sobre interpretaciones de lo que dice Cristina rara vez suelen ser correctas”, se atajan como para no dar cerrado el capítulo de la candidatura presidencial de la Vicepresidenta.
Aquella incertidumbre hace que, dentro de los márgenes que le permite su alineamiento político, el Gobernador comenzara a ser más enfático en sus declaraciones. Ya no oculta sus deseos de ir por la reelección, al que muestra como su único objetivo político. “Estamos trabajando en las políticas que vamos a aplicar en un segundo mandato”, lanzó hace algunas horas. La profundización de la crisis económica o la decisión de Cristina podrían eyectarlo a disputar otro partido que preferiría no tener que disputar.
La vereda de enfrente
Juntos por el Cambio también aparece cruzado por una incertidumbre agigantada por la interna del PRO que se libra a cielo abierto. La pelea presidencial entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta pone los pelos de punta a buena parte de la dirigencia bonaerense que teme que ese nivel de tensión estalle en sus distritos.
El conflicto llega a todos los niveles y derrama casi sin dique de contención. El arribo de José Luis Espert a la coalición es un motivo nuevo de refriegas. Bullrich sospecha que se trata de una jugada interna de Larreta para limar su candidatura. Por eso rechaza de plano que el diputado liberal se anote en la carrera presidencial dentro de la coalición opositora por temor a perder “voto duro”. El alcalde porteño insiste en abrir el juego. Lo empuja otra razón adicional a la que esgrime Bullrich: su candidato a gobernador Diego Santilli, podría ir pegado a su boleta y a la de Espert, con lo cual arrancaría con una fuerte ventaja sobre el postulante bonaerense de la ex ministra de Seguridad.
Esas tensiones impiden avanzar con una estrategia exclusivamente para la Provincia en medio de las presiones para que Juntos por el Cambio vaya con un candidato único para la Gobernación. La síntesis de un nombre, en medio de tamaño conflicto, se asemeja a una quimera.
En ese mar de indefiniciones, oficialismo y Juntos por el Cambio parecen coincidir en un diagnóstico para lo que interpretan, la patología política del momento: el avance que registra en las encuestas Javier Milei. El impacto que su candidatura podría generar en la Provincia es motivo de análisis y debates respecto a quién beneficiaría o perjudicaría en la carrera por la Gobernación.
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