El 21 de enero adoptará contornos nítidos el núcleo de resistencia que desde el corazón del peronismo bonaerense se ensaya en la búsqueda de coronar el objetivo de cerrarle la puerta a un nuevo mandato de Axel Kicillof. Ese día, un grupo de intendentes del poderoso Conurbano conformarán una liga propia, cuya meta de máxima es ubicar a uno de los suyos en el lugar que hoy ocupa el actual mandatario.
Ese movimiento tendrá como epicentro el Partido de la Costa. Nada es casual. Allí manda el clan De Jesús, de vínculos aceitados y permanentes con Martín Insaurralde, el nombre que ofrece como alternativa para la Gobernación parte del poder territorial del peronismo. Este proceso de acumulación política se viene gestando desde hace meses y se aceleró luego de que Cristina Kirchner dijera que no sería candidata. En los últimos días, hubo otra reunión muy sintomática: la que mantuvieron algunos jefes comunales con la cúpula de la CGT. El tema electoral y los espacios que habrá en las listas se llevaron buena parte de la tertulia. Ese es otro síntoma de que existen movimientos y tensiones en el Frente de Todos que el corrimiento de la vicepresidenta dejó aún más expuestos.
Esa cuestión descorre el velo sobre otra: el rol de Máximo Kirchner. El jefe del peronismo bonaerense llegó a ese cargo por pedido de varios de los intendentes que ahora se disponen a ejecutar un amague de autonomía política con la creación de su liga de alcaldes. La figura del diputado nacional ha comenzado, por lo bajo, a ser cuestionada por algunos de estos jefes territoriales. Acaso se mezclen en esa sensación de desencanto dos cuestiones: la primera, los largos silencios y las consecuentes salidas del escenario bonaerense de Máximo. La otra, y acaso de mayor volumen político, que esa alianza entre los alcaldes y el hijo de la vicepresidenta tiene un enorme poder, pero al parecer no el suficiente como para correr a Kicillof.
“Está todo abierto”, se entusiasman en los distritos del Conurbano como para insuflarse ánimo y convencerse de que hay margen para que el Gobernador sea empujado “hacia arriba”, sea candidato presidencial y deje libre el apetecible hueco bonaerense.
En la Gobernación observan esas roscas con relativa inquietud. Creen correr con dos ventajas apreciables. Kicillof es el dirigente que más mide en la Provincia, pero además, cuenta con el aval de Cristina Kirchner. Es cierto que la Vicepresidenta no ha dicho hasta el momento ni una palabra sobre candidaturas ajenas dentro de su propio espacio, pero en los últimos días ha desgranado algunos gestos que podrían interpretarse como un guiño a la continuidad del actual mandatario. En su reaparición pública en Avellaneda, por caso, Kicillof estuvo sentado junto a ella. Habló casi el mismo tiempo que la vice y al terminar, recibió un abrazo mezclado de fraternidad y política.
La construcción que ensaya Kicillof es ajena a la territorialidad propia del PJ tradicional. Busca mostrarse como gestor, exhibiéndose por encima de aquellos movimientos de demostración de poder que ensayarán varios intendentes. Por eso en la Gobernación se celebraba el jueves el cierre de la paritaria con los gremios estatales y docentes que dejarán los sueldos de 2022 unos puntos por encima de la inflación. Una cosa trae la otra. Cierto es que algunos dirigentes sindicales prefieren mantener una prudente distancia del proyecto político del mandatario. Otros, en cambio, ya salieron a respaldarlo sin tapujos, como los sectores enrolados en ATE y la CTA. Con algo de astucia, Kicillof lo abrazó a todos y les hizo compartir una foto para coronar el acuerdo salarial.
Esos pronunciamientos de apoyo a la continuidad empiezan a asomar en el amplio abanico oficialista. Intendentes del interior empezaron a blanquearlo. También sectores no peronistas a través de movidas callejeras, pintadas y pasacalles.
Esa efervescencia todavía medida se despliega en sintonía con otros movimientos que el propio Gobernador decidió concretar. Comenzó a hablar de la continuidad del actual modelo político en la Provincia. Nunca habló de su reelección, pero fue tan obvia la referencia que no hizo falta.
En medio de esas tensiones, el oficialismo cierra un 2022 cuyo final, aún en medio de una crisis social de enormes proporciones, le ha devuelto alguna dosis de esperanza. “La economía no desbarrancó”, es la definición que ilumina aquella ilusión. Todos se aferran a que Sergio Massa cumpla con aquello de que la inflación en abril comenzará con el número 3. “Si es así, somos competitivos”, señalan como augurio del año nuevo.
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