El PJ bonaerense dibujó en la noche del viernes una postal que no debería pasarse por alto. Fue el retrato del acuerdo político que sostienen desde hace tiempo La Cámpora y un núcleo importante de intendentes del Conurbano. La juntada por el fin de año fue la excusa para exhibir que esa simbiosis política sigue viva. También, para volver a mostrarle los dientes a Axel Kicillof.
Los tiempos políticos en el oficialismo se aceleraron súbitamente desde que Cristina Kirchner anunció que no sería candidata. No en vano varios de los alcaldes que se abrazaron con Máximo Kirchner y Wado De Pedro, se habían juntado unos días antes en Cañuelas para marcar diferencias con el Gobernador y fortalecer, con reclamo de fondos a la Provincia para sortear el siempre convulsionado diciembre, la liga de intendentes que están formateando desde hace semanas.
Aquel deseo de diversos pesos pesados del Gran Buenos Aires de encumbrar a uno de los propios en la Gobernación aparecía hace varios meses como un deseo acuñado al fragor de un Kicillof que aparecía debilitado luego de la derrota electoral de las Paso de 2021. Con el guiño de Máximo y el permiso de Cristina, ingresaron al gabinete bonaerense y comenzaron a edificar ese sueño de entronizar a Martín Insaurralde en el turno electoral del año que viene.
Corrieron los meses y Kicillof se robusteció: no sólo es el dirigente oficialista que más mide en la Provincia, sino que además es un hombre de confianza de la Vicepresidenta que lo consulta seguido sobre cuestiones económicas. Pese al no desgaste del mandatario, la embestida del Conurbano nunca se detuvo. Y en las últimas horas, como se dijo, aceleró resueltamente.
Ese núcleo de poder territorial trabaja en varios frentes. Coronar su objetivo requiere que Kicillof tenga una salida “hacia arriba”, una situación que comenzaron a ver potable a partir de que el Frente de Todos pareció quedarse sin un candidato presidencial indiscutido. La alternativa del ex ministro de Economía es empujada desde varios distritos cada vez con menos disimulo.
Pero Kicillof, que suele desdeñar la rosca política y le rehúye a la idea de un armado territorial propio, hace de esa debilidad una fortaleza. Juega con números de imagen, como se dijo, nada desdeñables. Y se abraza a otra cuestión crucial en su carrera reeleccionista: el apoyo de Cristina Kirchner. Por lo que se sabe, la Vicepresidenta no se mostraría permeable a la idea de ceder la Provincia al núcleo de poder territorial del PJ del Conurbano. Ni aun cuando detrás de esa embestida aparezca su hijo.
Ese juego de tensiones también asoma en la oposición. Si en el oficialismo las miradas se dirigen hacia la figura de Cristina, en Juntos por el Cambio los radares apuntan a los movimientos de Mauricio Macri.
Existe una atención central respecto de los rumores del acercamiento entre el ex presidente y Horacio Rodríguez Larreta. Macri se venía mostrando más cerca de Patricia Bullrich e incluso enviando dirigentes a robustecer su tropa bonaerense. Pero las versiones que hablan de entendimiento podrían cambiar dramáticamente la ecuación interna en el PRO, con inevitable impacto en la Provincia donde Larreta empuja como aspirante a la Gobernación a Diego Santilli.
Esa posibilidad es relativizada por diversos dirigentes del macrismo, que prefieren hablar de conversaciones para limar asperezas. Por lo pronto, algún efecto generaron esos diálogos: el alcalde porteño parece haber abandonado la idea de apoyar al radical Martín Lousteau para su propia sucesión y deslizó que bendecirá a un candidato del PRO, tal que pretende Macri.
¿Eso implica para Larreta romper lanzas con el radicalismo? Pocos creen en la UCR bonaerense que esa sea la intención al alcalde porteño. Los radicales siguen, mientras tanto, sin poder avanzar en la idea de sintetizar un candidato presidencial único que fortalezca su presencia e influencia en la coalición opositora. La oferta de Gerardo Morales a Facundo Manes de hacer una interna previa a las Paso parece haberse quedado en punto muerto.
En la Provincia, mientras tanto, se empiezan a escuchar voces respecto de que esa indefinición y la falta de empoderamiento de un nombre puede terminan conduciendo al partido a un acuerdo con el PRO que se plasme en listas compartidas. Es, en rigor, una carta que siempre estuvo en el mazo y que ahora algunos creen que tiene más chances de ponerse sobre la mesa.
Todavía restan largos meses para las definiciones. Pero hay quienes arriesgan que, en un acuerdo global, los radicales podrían quedarse, al menos, con algunas candidaturas centrales: la vicegobernación y una senaduría nacional.
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