Más allá de los encuentros públicos de verano en procura de buscar cierta unidad, ¿de qué habla por estas horas la dirigencia del peronismo bonaerense que, a casi cuatro años de la cachetada que le pegó Cambiemos desbancándolo del gobierno provincial? ¿Olfatea que un eventual regreso al poder no está tan lejos?
Lo primero que se percibe en charlas oficiosas con sus dirigentes es el nivel de centralidad que conserva sobre el partido -en realidad, sobre casi todas las expresiones opositoras- la ex presidenta Cristina Kirchner, quien no ha dicho aún que será candidata presidencial en octubre pero logra que legisladores e intendentes peronistas actúen como si fuera a serlo.
El silencio mediático al que recurre Cristina viene siendo su arma política más eficaz. Todos en el justicialismo saben que su postulación reúne la mayor intención de voto de perfil opositor, en especial en el populoso y golpeado Conurbano. Lo corroboran los intendentes, incluidos los oficialistas, en cada encuesta que miran. La ex presidenta es muy fuerte, sobre todo, en la Tercera Sección electoral, que representa la zona sur del Gran Buenos Aires.
Lo que nadie sabe con certeza, y eso carcome a varios dirigentes del PJ, es el tipo de actitud que tendrá la actual senadora a la hora de cerrar acuerdos políticos: si será aquella del 2015 o 2017, que se lleve por delante a los jefes territoriales para designar a dedo a gente de su riñón más próximo; o si aceptará negociaciones con el pelotón de intendentes que manejan el sello partidario y aceptará confeccionar listas -nacionales, provinciales, distritales- en base a una lógica de consensos.
En otras palabras: si volverá a revivir Unidad Ciudadana y ese perfil de partido de centro izquierda, incluso con figuras que desprecian al peronismo tradicional, o si se animará a abrir puertas y buscará catalizar el voto de esos simpatizantes peronistas que en elecciones pasadas no quisieron votarla a ella justamente porque la veían alejada del ideario justicialista.
Este último escenario, a priori más abarcativo, ecuménico, aparece como más peligroso para Cambiemos y para ese peronismo no kirchnerista conocido como Alternativa Federal, que viene demostrando cierta debilidad para consolidarse en la Provincia de Buenos Aires.
Por lo que se sabe hasta ahora, para la candidatura a la gobernación la ex presidenta preferiría la figura de Axel Kicillof, de buen nivel de conocimiento y a pesar de que el joven ex ministro estaría atravesando un mal momento en su relación con Máximo Kirchner, a la sazón el principal operador político de su madre.
A Kicillof no lo aprueban los intendentes del conurbano, que quisieran ver a uno de ese pelotón como el desafiante de María Eugenia Vidal. El de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, aparece como el mejor posicionado. No es el único. Un dato: ellos han recompuesto la relación con Máximo.
Es que, sepultada la idea del desdoblamiento electoral, los jefes comunales, por primera vez en meses, sienten que es posible ganarle la disputa a la gobernadora. Ven que la mala imagen de Mauricio Macri hace bajar la buena ponderación de Vidal. Y sienten que si en la disputa de octubre Cambiemos pierde la Provincia, el PJ recuperará la gobernación aún cuando en el ballotage de noviembre el Presidente logre revertir la tendencia negativa de la primera vuelta. Esto es así porque en Buenos Aires no hay segunda vuelta; el sillón de Dardo Rocha se gana por un voto el día del comicio presidencial.
En ciertos sectores de Cambiemos inquietan las charlas que, según trasciende, viene manteniendo Cristina con gobernadores, intendentes e incluso dirigentes partidarios con cierta prédica. Acaso esa inquietud obedezca precisamente a la posibilidad de que la senadora haya virado hacia posturas más contemplativas, menos rígidas, más estratégicas.
De todos modos, lo que mayor inquietud sigue generando en el oficialismo es la hipótesis de que la ex presidenta desista de su postulación presidencial; que tenga “un gesto” en pos de una unidad opositora.
Esto es así porque en el Gobierno siguen viendo a Cristina como la némesis de Macri, la contracara perfecta de la moneda. Y las encuestas cantan que contra ella –y con la lógica de lo viejo contra lo nuevo, más los escándalos de corrupción, más la presencia de un segundo peronismo no kirchnerista- un ballotage es ganable. Por poco, pero ganable.
Lo dicho: esa centralidad de CFK influye notablemente también sobre Alternativa Federal, cuyo principal activo político es prometer no pactar con la ex presidenta y dirimir candidaturas entre sus varios presidenciables en las Primarias Abiertas de agosto próximo. ¿Y si Cristina se bajara? ¿No habría confluencia con el resto del peronismo? Si hasta Sergio Massa, que basa toda su estrategia electoral sobre la tesis de que ella finalmente no será candidata ha dicho en la intimidad que si Cristina juega la presidencial él no será de la partida y, dada su juventud, esperará otra ocasión. Final abierto.
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